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Por España... y un jamón con chorreras

Por España... y un jamón con chorreras

El espectáculo que estos políticos nos han dado desde abril me ha reafirmado en que, desde la Transición hasta ahora, nuestra clase política no ha hecho más que retroceder en cuanto a cultura, formación, convicciones y honradez de sus capitostes se refiere

jaime álvarez-buiza

Sábado, 14 de septiembre 2019, 09:51

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Escribo este artículo inmerso en el posoperatorio de la hernioplastia a la que fui sometido, el pasado día 5, en el Servicio de Cirugía Mayor Ambulatoria del Hospital Perpetuo Socorro. Y qué quieren que les diga, ya estoy hasta los nísperos de que cada vez que toso o estornudo bien sea por el «fumeque», bien por mi alergia a la exuberancia empachosa de pólenes y esporas, sienta un escozor lacerante y terco en mi zona inguinal izquierda, escenario de la intervención quirúrgica, que en ocasiones está a un tris de sacarme de mis cabales o de que mi presencia de ánimo salte por los aires. Y dado que no tengo el cinismo enfermizo que exhibe la mayoría de nuestra clase política, no piensen que traigo a colación esta incómoda vivencia médica como muestra de una abnegación y un sacrificio estajanovista encomiables, porque no hay tal. Lo hago simplemente para que la tengan en cuenta si esta cita sabatina resulta hoy más acre o despendolada de lo necesario. Aunque bien es verdad que si saliera un tanto furibunda, los dolores de la hernia domeñada poco tendrían que ver con mi cabreo porque, comparados con el tiempo esperpéntico que llevamos de Gobierno en funciones, son cagadas de mosca al lado de las mojonadas con las que nos han obsequiado Sánchez y los suyos y, al rebufo, sus contrarios, sus enemigos, sus monaguillos, sus turiferarios... Y, por supuesto, su jefe de Gabinete que, agazapado en las oscuridades «monclovitas», es quien dirige el cotarro escatológico de la inanidad presidencial.

Este verano ha sido, sin duda, el paradigma más evidente de la incapacidad de nuestros políticos de campanillas (o de cencerros, según se mire) para salir de una situación de provisionalidad con un presidente en funciones que, transmutado en un trasunto de Niceto Alcalá Zamora («quien me la hace, me la paga»), ha humillado sin escrúpulos al líder de Podemos que, de manera indigna, ha recibido desplantes y desprecios con una docilidad vergonzosa, arrastrándose hasta el extremo de proponer una «coalición de prueba», algo así como un contrato temporal en prácticas que podría hacerse indefinido. Lo cual, un gobierno con ministros becarios en tenguerengue pendientes de que el jefe de departamento los apruebe. Y del otro lado, un PP (al que cada día le salen más mangantes) que pretende llevar a buen puerto la aberración aritmética que supone hacer suma de la división; un Cs zigzagueante y veleidoso incapaz de definir si debe estar en posición genuflexa o decúbito prono, supino o lateral. Y, por fin, un Vox que sigue su camino marcha atrás, prietas la filas, por el Imperio hacia dios. Y todos ellos, claro, los unos y los otros, haciendo una cosa y su contraria al tiempo que recalcan que todo este trajín de tahúres que se traen, toda esta sinrazón megalómana y sucia que exhiben, es un sacrificio necesario que aceptan «por el bien de España». Y un jamón con chorreras también. Y los comparsas de este sainete trágico, u séase, PNV, EH Bildu, GBai, el partido cántabro del histrión de las anchoas y otros especímenes de igual o similar calaña, a lo suyo, o sea, aprovechándose de las ansias desmedidas de entronización del iluminado Sánchez y sacándole hasta la hijuela y el tuétano de los huesos. Me los imagino alborozados diciendo lo que decía aquella tunanta a la que, en un supermercado, sorprendieron llevándose de extranjis un queso oculto en un tambor de detergente: «¡Olé mi chocho que me ha 'tocao' un queso!». Y mientras, el egregio en funciones justificando esta claudicación desvergonzada por su búsqueda altruista del «bienestar de la gente de este país». Pues hala, otro jamón con chorreras para ti, con dos huevos duros de propina, bonito de cara.

En fin, por si no lo tuviera suficientemente claro, el espectáculo que estos políticos nos han dado desde el mes de abril para acá no ha hecho más que reafirmarme en mi convicción de que, desde la Transición hasta ahora, nuestra clase política no ha hecho otra cosa que retroceder en cuanto a cultura, formación, convicciones y honradez personal e ideológica de sus capitostes se refiere. Comparar a Felipe González y Alfonso Guerra con Pedro Sánchez y Carmen Calvo; a Santiago Carrillo con Pablo Iglesias o el Garzón; a Manuel Fraga con Casado o a Adolfo Suárez con Albert Rivera (no incluyo a Blas Piñar ni a Abascal porque estoy hablando de aparentes demócratas) es un ejercicio deprimente. Aquellos sí que pusieron a «España y el bienestar de la gente de este país» por encima de sus ambiciones personales. Y por eso fue posible el milagro. Con la panda de chisgarabís zopencos y arribistas que intenta mangonearnos ahora y que, por encima de cualquier otra consideración, piensa de entrada en su propio interés y en su condumio, estoy seguro de que aún andaríamos «transicionando». ¡Anda que no, primo!

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