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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?

La educación en Extremadura, ¿y ahora qué?

No basta con dotar a los centros de dispositivos digitales desde los que aprender pasivamente contenidos enlatados. Innovación no es igual a dotación. La región se merece un modelo educativo creativo, que facilite que cada alumno desarrolle competencias para la vida, que aprenda a crear, transformar, añadir a su realidad un valor añadido

Ramón Besonías Román

Miércoles, 19 de junio 2019, 23:50

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LOS hechos inspiran respeto, pero más aún debieran servir de estímulo a nuestra creatividad. Extremadura posee una tasa de abandono escolar del 21%, ciudadanos de entre 18 y 24 años que a lo sumo terminaron la ESO y no siguen estudiando, ni Bachillerato ni un grado medio. Casi uno de cada cuatro jóvenes extremeños pasan a ser trabajadores no cualificados. Hace unos años, al arbitrio de la crisis económica, muchos de ellos decidieron seguir estudiando y se apuntaron a un ciclo formativo; a la espera de tiempos mejores, apostaron por mejorar su formación. Hoy, un gran porcentaje de estos ciudadanos no cualificados prefieren enlazar trabajos precarios que seguir formándose.

Las matriculaciones en Formación Profesional están bajando; no solo por la aclimatación a un sistema laboral precario e inestable, sino también a causa de otros factores, como la tendencia a la baja natalidad y una cultura persistente no solo entre la ciudadanía, también entre el propio profesorado de Secundaria, de que la opción estándar de futuro pasa por ir a la Universidad. Una Universidad que no ha sabido adaptarse como sí lo está haciendo la FP Dual a un mercado en transformación, a formas de enseñanza que combinen con eficacia teoría y práctica, a ofertas que respondan mejor a demandas asentadas o emergentes. Hoy por hoy, en Extremadura, la Universidad es una fábrica de hacer parados, mientras que la FP facilita una mejor incorporación al mercado laboral. El perfil medio del estudiante que acaba la ESO responde cada vez más a un modelo profesional de cualificación, que apuesta por una formación práctica, que se adapte a demandas laborales plausibles, con métodos de enseñanzas que vayan más allá de la mera memorización pasiva de contenidos, donde a cada aprendizaje corresponda un contexto real de aplicación. Las enseñanzas medias aún están configuradas para crear universitarios, desplazando la orientación hacia la FP para alumnos a los que no les gusta estudiar. Las metodologías activas se conciben así como susceptibles de mayor éxito en alumnado con baja competencia o en peligro de abandono, mientras que los alumnos normalizados siguen aprendiendo bajo la atávica trinidad del libro-tarea-examen. Una disociación que reproduce las diferencias sociales y no resulta eficaz a la hora de poner en valor la educación en contraste con nuestro contexto laboral.

Para ofrecer a Extremadura un modelo educativo de calidad primero es necesaria una profunda reflexión acerca de nuestra realidad social, marcada por distopías que no acaban por ser eliminadas. Corregir estereotipos asentados en relación a la educación lleva décadas, pero es necesario empezar a asumir este reto como una prioridad que permita que Extremadura mejore el perfil formativo de sus jóvenes y lo adapte a un mercado del que por necesidad nadie conocerá su naturaleza y deriva en un futuro no tan lejano. Para ello hay que empezar a transformar nuestro modelo educativo. Y no basta con dotar a los centros de dispositivos digitales desde los que aprender pasivamente contenidos enlatados. Innovación no es igual a dotación. Extremadura se merece un modelo educativo creativo, que facilite que cada alumno desarrolle competencias para la vida, que aprenda no a hacer exámenes, sino a crear, inventar, transformar, añadir a su realidad un valor añadido, al servicio de la comunidad.

Para ello hay que empezar la casa por abajo, no de forma cortoplacista, achicando fugas de agua. Hacer que la administración educativa sea menos vertical y compartimentada, que aprenda a trabajar en redes colaborativas, desinstrumentalizándose de la agenda política. Arbitrar un modelo de evaluación flexible, adaptada a la adquisición de competencias múltiples y testable a través de retos y proyectos que cambien el entorno y socialicen el aprendizaje. Propiciar el desarrollo de porfolios de centro, que pongan en valor sus potencialidades y propicie un proyecto contextualizado en constante evolución y evaluación. Facilitar el desarrollo de redes naturales de formación entre centros y entre docentes. Ayudar a generar redes de aprendizaje entre los centros y el entorno social en el que se insertan, propiciando la creación de planes de desarrollo comunitario donde la implantación de familias profesionales responda a criterios contextualizados, que potencien el empleo en su entorno. Poner en práctica un plan que permita un equilibrio en la dotación de plazas en los centros educativos, asegurando la inclusión y evitando la masificación de las aulas. Centrar los esfuerzos en un plan integral de formación del profesorado que convierta el proceso de aprendizaje en un viaje creativo, activo, colaborativo y transformador del entorno. Potenciar que cada alumno, desde Primaria, pase de ser un mero elemento pasivo del sistema educativo a un agente crítico y creativo. Repensar Extremadura desde una acción creativa compartida. Convertir la resignación en oportunidad, el error en aprendizaje. Ese es el gran reto pendiente. Y empieza sin duda en la escuela. Dónde si no.

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