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El dragón de 'la edad'

El dragón de 'la edad'

Al llegar al final de nuestro ciclo, debe haber una especie de mecanismo biológico que nos lleva a aceptar el fin, la muerte, con cierta naturalidad

jesús galavís

Viernes, 17 de mayo 2019, 11:36

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Mi amigo, que vive en la sierra de Gata, anda instalado en una especie de pasmo continuo. De ahí que se haya renombrado últimamente con el título de Pasmarín de Gatania, como en alguna ocasión ya he contado. Y no crean que Pasmarín tenga nada que envidiar a los nobles caballeros andantes, como aquel Palmerín de Britania o don Galaor de Gales, en su lucha contra dragones y quimeras. Mi amigo, me dice, tiene emprendido un particular y desaforado combate contra muchos monstruos actuales que, si bien bajo apariencias menos humeantes y terroríficas, pululan por aquí y allá jorobando la marrana. Y conste que esto de la marrana es de mi cosecha y no de su moderado y educado discurso.

Uno de esos dragones es más etéreo e inasible que material y concreto. Pero no por eso deja de producir espanto si te topas con él. Se trata del de la edad. Especialmente cuando va al médico, pero no siempre. Tengo un dolor en el costado, don Agapito, le dice a su médico de cabecera. Eso es cosa de la edad, le responde con una sonrisa. Cada vez duermo menos y de madrugada tengo que ir como mínimo una vez al baño, le comenta a un pariente. Eso es cosa de la edad, no te preocupes, yo también. Y así 'la edad' se le va convirtiendo a mi amigo en una especie de quimera que, sin existir realmente, le amenaza.

Porque la edad es una convención, un recurso numérico para intentar medir el crecimiento y desarrollo, primero, y después, el deterioro de nuestro cuerpo y nuestra mente. La edad es el tiempo hecho carne, hecho pensamiento, hecho movimiento.

Me cuenta una anécdota: esta mañana he pasado por la puerta de la iglesia en el pueblo. Unas paisanas, ya mayores, charlan. Al grupo llega una nueva y otra comadre le pregunta: Oye, y tu Antonio, ¿cómo está? Mucho mejor. Una tercera, se interesa: ¿Pues qué le ha pasado a su marido? Que le han operado a vida o muerte, la informan. Y la señora del operado y renacido marido, remata: «Sa salvao, pero si s'hubiera muerto, lo viéramos enterrao y ya está».

Cuando iba a decirle a mi amigo que la frase de la señora me parecía algo cruel, este me advirtió: no la juzgues mal; al llegar el final de nuestro ciclo, debe haber una especie de mecanismo biológico que nos lleva a aceptar el fin, la muerte, con cierta naturalidad. Tanto la propia como la de los que nos rodean. Es el fatalismo de la tercera edad. O a lo mejor es la propia muerte quien ensaya terapias con los más vividos, para dulcificarles el tránsito. Ahí lo dejamos.

En cuanto a mí, el único dragón que conozco es el de san Jorge de Cáceres, aunque sea de madera y cartón piedra. La verdad es que más que miedo, hay años que da risa y será por eso por lo que al final lo queman.

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