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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?

La despoblación rural, ese problema

Mi pueblo del norte de Cáceres tiene ahora tantas plazas de turismo rural como vecinos lo habitan. ¿Estará ahí su futuro? ¿O acabará siendo una especie de pueblo fantasma que recobra vida los fines de semana y las vacaciones?

TERESIANO RODRÍGUEZ NÚÑEZ

Sábado, 22 de septiembre 2018, 00:09

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Cualquiera que trate de adentrarse en los problemas que en mayor o menor medida afectan a Extremadura, pronto se dará de bruces con la triste realidad de la despoblación rural. Claro que para llegar hasta ahí uno puede conformarse con la búsqueda de información y datos en organismos oficiales, archivos y publicaciones especializadas, algo fácil hoy con tener un ordenador a mano; aunque existe una experiencia mucho más viva, cual es habitar en esos pueblos o cuando menos pasar allí una temporada para ver cómo se están viniendo abajo, por no decir cómo se nos están muriendo poco a poco.

Hay un hecho incuestionable. La población española no ha dejado de crecer. En 1950 España tenía 28,11 millones de habitantes; de ellos, 1.364.877 vivían en Extremadura. Y la población española ha seguido creciendo, hasta el punto de que comenzamos el año actual con más de 46,6 millones de habitantes; pero la población extremeña va por un camino inverso, es decir, no hace más que disminuir y a comienzos de este año éramos solo 1.070.587 los que poblábamos los más de 42.000 kilómetros cuadrados de esta Región . Quienes ya vamos teniendo años hemos sido testigos de los movimientos migratorios tanto externos como internos. Uno recuerda muy bien cómo en los comienzos de los años 60, cuando la vida y el desarrollo se fueron normalizando en los países europeos que sufrieron directa o indirectamente la II Guerra Mundial, se produjo una fuerte emigración de españoles a países como Francia, Suiza o Alemania, que superadas las penurias de la guerra, se hallaban en un período de desarrollo industrial necesitado de mano de obra.

La mayoría de aquellos emigrados regresaron al cabo de unos años. Pero buena parte de ellos no volvieron al pueblo del que habían salido, sino que se asentaron en la periferia de ciudades importantes de Cataluña, País Vasco y Madrid principalmente. Eran los años de los 'planes de desarrollo' en España, cuyas inversiones se canalizaron hacia las ciudades y pueblos importantes de esas regiones, en las que ya había una cierta base y estructura industrial. Sin duda aquellos movimientos supusieron un tirón importante para el empleo y la economía española, pero era el inicio de otro fenómeno que ahora estamos padeciendo: la despoblación rural. Una despoblación que está afectando a Extremadura en más de un aspecto y no precisamente para bien. Algunos datos concretos bastan para ilustrar lo que decimos.

Un primer hecho relevante es que Extremadura sigue perdiendo población. Tras aquellas migraciones interiores de las décadas de los 60 y los 70, la población española sufrió una recesión a partir de 2012, pero que se corrigió cuatro años más tarde. Bueno, se corrigió en el conjunto de España, pero no en Extremadura, que desde entonces hasta hoy ha perdido más de 30.000 habitantes. Esta pérdida de población, debida en parte al descenso de la natalidad, se ve agravada por otro fenómeno, cual es la huida del campo a la ciudad o cuando menos a poblaciones más importantes y con mejor dotación de servicios, lo cual conduce directamente a la despoblación rural. En el año 2011 había en Extremadura 199 localidades con menos de 1.000 habitantes; según los últimos datos oficiales, ya son 215. En 2011 había en Extremadura cuatro municipios con menos de 100 habitantes; a comienzos del año pasado ya eran nueve... y seguro que la lista sigue aumentando. A la marcha que vamos, y si no se le pone remedio, no es que se abandone el campo, que con la mecanización y la motorización sería un problema menor: es que los pueblos se nos mueren, como viene ocurriendo en algunas zonas de ambas Castillas... y aquí ya van de camino.

Soy de un pequeño pueblo del norte de Cáceres, clavado en el fondo del valle del Árrago, en plena sierra de Gata. Allí he pasado buena parte del verano. No creo que haya otro valle más verde en toda Extremadura. Cuando, mediado el s. XII avanzó hacia el sur la 'Reconquista' y se refundaba la diócesis de Ciudad Rodrigo, el pueblo ya estaba allí y hay razones para pensar que llevaba mucho tiempo. A mediados del s. XVI llegó a tener más de 800 habitantes. Cuando en los años 40 del pasado siglo, uno, niño todavía, correteaba por sus calles empedradas, aún le poblaban más de 500 personas. Ahora, declarado ya hace años Bien de Interés Cultural, dudo que llegue al centenar, aunque el pasado agosto, entre nativos retornados y visitantes foráneos las calles semejaban un jubileo. La cuestión es saber qué futuro le espera. En estos momentos tiene tantas plazas de turismo rural como vecinos lo habitan. ¿Estará ahí su futuro? ¿O acabará siendo, como ya les ocurre a muchos, una especie de pueblo fantasma, que recobra vida los fines de semana y los periodos de vacaciones? Porque gran parte de las fincas –huertos, viñas y olivares– están abandonadas, en lo que influyen factores como el minifundismo, sin que nunca se planteara una concentración parcelaria, y el necesario abancalamiento de las tierras que complican el laboreo; también el abandono de los castaños en las décadas de los años 40-50 del pasado siglo, árboles que tuvieron una gran presencia y prestancia hasta que 'la tinta' se los llevó por delante, sin que nadie impulsara una política de replantación con plantones resistentes, como se ha hecho en otras regiones de España como Galicia gracias al empeño de las diputaciones: y menciono los castaños por tratarse de una especie que estuvo perfectamente adaptada, tal vez desde la época romana, y puede hoy tener futuro.

He hecho referencia a mi pueblo sin nombrarlo, simplemente porque puede servir como prototipo de esa Extremadura rural que no debiéramos abandonar: sea con el turismo rural o con el aprovechamiento de bosques que hasta ahora sólo han servido para alimentar incendios. Todo, menos dejarlos morir.

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