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JAVI MORENO

Viernes, 9 de agosto 2019, 09:51

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En un lugar de esta tierra, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que un grupo de personas de bien se divertía con -y perdón- el «tonto» del pueblo. Un pobre infeliz, de poca inteligencia, que vivía de hacer pequeños mandados; y sus limosnas de rigor.

Diariamente, una camarilla de señorones reclamaban su presencia en la tasca donde se reunían, y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande, de 400 reales, y otra de menor tamaño, pero de 2.000 reales. Él siempre cogía la más grande y menos valiosa, lo que se convertía en motivo de risa y alboroto para los presentes.

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, le llamó aparte y le preguntó si todavía no se había percatado de que la moneda de mayor tamaño, en realidad, valía menos; y este respondió reposado: «Lo sé, no soy tan memo. La que yo elijo vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra el juego acabará, y no volveré a ganar más mi moneda».

Esta divertida anécdota es una muestra más que palpable de que hacerse el tonto es un arte milenario. Reyes y plebeyos, grandes y chicos, hombres, mujeres, niños., todos caben en la hermandad de los «tontos de ocasión». No conoce fronteras, ni castas, ni ideologías. La estupidez está tan repartida como un quinto premio de la lotería de Navidad. Ya lo dice el pueblo: «Tontos hay en todas partes»; y quizá es lo único realmente cierto que ha dicho el pueblo al unísono.

Una vez leí un proverbio chino en este mismo sentido, que asevera: «Disfrázate de cerdo para matar al tigre». Este dicho hace referencia a una antigua técnica de caza, según la cual el cazador se viste con la piel y la trompa de un cerdo e imita el gruñido de ese animal. El poderoso tigre piensa que lo que viene hacia él es un cerdo y le permite acercarse, saboreando por anticipado la perspectiva de cazar una presa tan fácil. Pero claro... el que termina riendo el último es el cazador.

Disfrazarse de cerdo permite obtener buenos réditos de quienes, como los tigres, son arrogantes y en exceso confiados. Cuanto más fácil presa nos crean, más fácil nos resultará revertir la situación. Sobra decir que esta estrategia también es útil si usted es ambicioso pero se encuentra en una posición jerárquica baja. Parecer menos inteligente de lo que es, y hasta, mostrarse un poco avispado, constituye el disfraz perfecto. Mantenga la apariencia de un cerdo inofensivo, y nadie creerá que alberga ambiciones peligrosas. Incluso podrán llegar a promoverlo.

Así que, ahí va un consejo. Sepa cómo utilizar la estupidez; porque hasta el hombre más sabio juega esta carta en algún momento de su vida. Hay circunstancias en las que la máxima sabiduría consiste precisamente en parecer ignorante. No es que deba obligatoriamente serlo; sino simplemente tener la capacidad de fingirlo, y que lo parezca.

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