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Cuiden de la selva

Cuiden de la selva

LA CAJA NEGRA ·

mario quintana

Jueves, 29 de agosto 2019, 10:12

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La tecnología lo hará posible: enormes libros desplegables y en formato pop-up que nos rodeen de selva y animales exóticos. Una experiencia para públicos futuros e ignorantes de un mundo salvaje.

Mientras usted lee estas líneas, diversas especies animales huyen despavoridas de las llamas en el pulmón del mundo; al otro lado de la civilización, un laboratorio teje ADN para recuperar especies extinguidas hace millones de años. El paradigma del ser humano. En plena disputa diplomática, Bolsonaro rechaza la ayuda europea encabezada por el presidente francés Macron -una cifra de 18 millones de euros- quedando la selva en un vacío internacional a la espera de que el ser humano esté a la altura de la crisis amazónica. Una vez más, salta la duda de si los grandes patrimonios naturales deben estar regidos y explotados por las leyes y el beneplácito del país al que pertenecen territorialmente y no bajo supervisión internacional.

A raíz de la magnitud de la catástrofe amazónica, cabe plantear si las regiones polares, reservas naturales y, por ende, la Amazonia, no deberían aislarse excepcionalmente del tránsito humano para su regeneración durante cuarentenas. Por extensión. Thomas Crowther defiende que la solución más efectiva y económica para combatir los trastornos climáticos no es otra que la plantación mundial de 500.000 millones de árboles, un giro de tuerca a largo plazo y viable. Sorprende cómo la plantación sistemática de tejido vegetal no es uno de los proyectos tipo contra la debacle planetaria, más allá eso sí, de publicitarias plantaciones de árboles por los gobiernos de turno. La ausente masa vegetal sumado a la pobre suma de especies animales que equilibre el paisaje nos condena a una eterna lucha contra los elementos naturales.

No solo ardió la catedral de París ni lo hace la selva madre: Siberia, Chile, Indonesia y grandes extensiones de África arden sin el amparo televisivo ni político. No debemos olvidar el factor socioeconómico de fondo, la deforestación como sistema o 'slash and burn'. Escapa de nuestra comprensión que la peste incendiaria se inclina hacia ecosistemas estresados por el cambio climático.

La solución no reside en negociar gubernamentalmente los apoyos para la extinción de incendios, sino acatar los problemas sociales de estos países y prevenir la piromanía y los territorios propicios a ser quemados. Ante nosotros tenemos un reto internacional, pero también regional: si Groenlandia arde, no podemos descartar la extinción pirenaica en las próximas décadas o un devastador incendio en la Selva Negra alemana.

Hace días hablaba con uno de los trabajadores del sistema de emergencias extremeño. Me indicaba con orgullo que el lamentable suceso de Gata sirvió como aprendizaje esencial y revisionista en cuanto a protocolos, por lo que podemos presumir que la prevención de incendios se ha asumido de manera institucional, con un gran despliegue de medios y capacidad de actuación. El saneamiento del paisaje es primordial para la proliferación de combustibles ante cualquier atajo de incendio, pero tal vez, la selva no necesita nuestra protección, necesita nuestra ausencia.

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