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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

Las cuatro reglas

ana zafra

Lunes, 9 de septiembre 2019, 10:40

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EN este país de nuestros amores llevamos ya cuatro meses en un sinvivir, pendientes de que sus señorías, los políticos a los que votamos en aquel lejano mes de abril -cuando aún confiábamos en un verano loco y unos políticos cuerdos-, tengan a bien ponerse a resolver los problemas de los ciudadanos. Es decir, gobiernen.

Y es que resulta que, cual si fuese este el país de las matemáticas, las altas esferas están empeñadas en funcionar solo a base de números. De 42 diputados por aquí, dos ministerios por allá, un cargo controlando la justicia por medio -¿usted también creía que el poder judicial era independiente?, otro iluso como servidora- u 11 votos que, para que luego digan de las ciencias exactas, valen tanto como millones de papeletas.

Con la tontería, los sumandos de esta operación se han pasado el verano en un idilio estival llamándose en un «cuelga tú primero» o «levántate tú antes» que ni los Pimpinela se hubiesen imaginado.

Señores mandamases: resten sus egos, multipliquen sus esfuerzos y no sigan dividiéndonos

Este romanticismo sería encomiable si no fuese porque, mientras tanto, a quienes no salen los números es al resto de la sociedad para los que la cantidad de días sin gobierno empieza a ser directamente proporcional al incremento en problemas y al descenso en servicios.

Números que son solo cifras para ellos, pero que son supervivencia para nosotros.

Números, por ejemplo, en la Ley de Dependencia. Hace unos días, mientras en una residencia geriátrica miraba a dos ancianos despedirse entre esos besos que solo se dan cuando no sabes si llegarás al próximo, escuché a una auxiliar preguntando al hombre por la hora del autobús. Incapaz de quedarme con la intriga, quise saber su historia. Él, aún válido, vive en Valverde del Fresno. Ella, completamente dependiente, está ingresada en Cáceres. La Junta, me dijo la cuidadora, le ha concedido la plaza aquí y el marido no puede venir más que una vez por semana. Sale muy temprano y vuelve sobre las cuatro, sin comer, al que antaño fuese el hogar común. «Para los políticos son solo números», añadió. No les ven llorar al separarse, ni saben de la soledad o las horas de insomnio. No pueden contar las lágrimas que en más de ciento diez kilómetros alguien puede derramar mientras se aleja de quien fue su compañera de vida. Números que no existen para quienes, desde un cómodo despacho, siguen jugando a hacer cuentas.

Números, también, los que los jóvenes van trenzando en su cabeza para poder independizarse. Cifras irrisorias en los contratos basura, dígitos ascendentes en el coste de los pisos y guarismos indecentes en el precio de los alquileres. Porque quienes deberían estar regulando el trabajo y la vivienda están en otras cosas y, ya se sabe, si los gatos están distraídos las ratas siguen engordando

Números que son vidas. Vidas pendientes de cifras cotidianas mientras, en el fragor de las batallas por el poder, los políticos siguen por acción u omisión, perdiéndonos el respeto.

Señores mandamases: resten ya sus egos, multipliquen sus esfuerzos y no sigan dividiéndonos. Sumen. Sumen ya. Que mientras ustedes no saben ni aplicar las cuatro reglas, los ciudadanos, empeñados en sobrevivir, hemos tenido que hacer un master para aplicar nuestros propios logaritmos.

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