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Parafraseando a Mecano, España se parece cada vez más a un cuadro de bifrontismo. Primero, porque su sistema político ha pasado de ser bipartidista, en el que dos partidos se turnaban en el poder, a bifronte, en el que se dan testarazos por pisar moqueta dos frentes, uno de derechas y otro de izquierdas, dejando huérfano el centro. Y segundo, porque su sistema económico también es bifronte al presentar dos caras, como Jano.

La cara vista de nuestra economía es un anuncio de Signal. Nuestro PIB, aunque empieza a ralentizarse, aún crece por encima de la media de la eurozona. Somos la locomotora de Europa. Y eso que el panorama internacional no es nada halagüeño por culpa de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el creciente temor a un 'brexit' por las bravas y el frenazo del sector automovilístico europeo, que aún se resiste a la inevitable transición ecológica.

Además, creamos más empleo del previsto por los más optimistas. En consecuencia, el paro ya ha bajado del 15% y la Comisión Europea vaticina que caerá hasta el 12,2% en 2020, la tasa más baja desde 2008. Sin embargo, Bruselas está entre quienes siguen pensando que la subida del salario mínimo ralentizará la creación del empleo. También lo pensaba la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal hasta esta semana, en la que ha admitido que no ha tenido «ningún efecto negativo».

No obstante, la cara oculta, u ocultada, de la economía española es que el empleo que genera es de peor calidad del que había antes de la Gran Recesión. Nueve de cada diez contratos que se firman son temporales. Además, según la última EPA, hay casi tres millones de ocupados a tiempo parcial, 600.000 más que en 2007, siendo tres de cada cuatro mujeres. Lo peor es que más de la mitad de ellos están subempleados, o sea, desearían trabajar a tiempo completo. Hace doce años eran menos de un tercio. España es el segundo país de la OCDE, el 'club de los países ricos', con mayor tasa de subempleados.

En definitiva, la mayor parte del empleo que se crea aquí es precario y estacional, porque lo genera la hostelería y el turismo. La consecuencia más inquietante es que tener un trabajo ya no saca de pobre. Más de la mitad de las personas con empleo viven al filo de la exclusión social, según el informe 'Economía y personas' de Cáritas.

Peter Sloterdijk sostiene que los miembros de las culturas occidentales representan, en sentido actual o potencial, dos formas de falta de libertad. La primera forma se entiende como opresión política; la segunda, como aflicción ante la realidad, que, como reza el salmo del Antiguo Testamento, es «trabajo y pesar». Para el filósofo alemán, esas dos formas de dominación primarias se pueden describir como variantes del estrés. Así, «la represión política construye un sistema de estrés cuyo éxito se basa en que los oprimidos prefieran encontrar formas para prevenir el estrés -hablamos de obediencia, rendición, vigilancia- antes que decantarse por la rebelión y la revolución». Según Sloterdijk, las revoluciones estallan cuando la gente llega a la conclusión de que es más duro vivir sometidos que el estrés que provoca rebelarse. Es decir, cuando concluyen: antes muerto que seguir siendo esclavo. En nuestras sociedades 'opulentas' la mayoría de los ciudadanos aún no ha llegado a ese nivel de estrés o hartazgo, pero el auge del nacionalpopulismo es un indicador de que aumenta peligrosamente y de que la realidad comienza a revelar su peor, y hasta ahora oculta, cara.

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