Vista general de Villar del Rey. El crimen tuvo lugar en una finca cercana. HOY
El patrón viola, su mujer mata y encubre
CRÓNICA NEGRA EN EXTREMADURA ·
Una niña de 14 años fue encontrada muerta en 1897 en el chozo en el que vivía en Villar del Rey y se acusó de su muerte al matrimonio dueño de las tierras en las que trabajaban sus padres
¿Qué pasó en Villar del Rey? Al ver los habitantes que la Guardia Civil se había fijado en personas de cierta posición social, todos dijeron:ellos son, porque la Guardia Civil no se equivoca y menos con los ricos». La frase es de un abogado que en 1897 defendió a los dueños de un cortijo acusados de la violación y el asesinato de una niña de 14 años. El letrado argumentaba que su posición privilegiada había sido causa de discriminación ¿Tenía razón?
El 15 de julio de 1897 José Montero y su mujer, Cipriana Tejero, fueron los primeros en levantarse en la choza que compartían con sus tres hijos dentro de la finca de sus 'amos', como llamaban a los propietarios del cortijo cercano a Villar del Rey en el que trabajaban. El padre se fue a cuidar el ganado y la mujer a vender una liebre al pueblo y a comprar pan. El siguiente en ponerse en marcha fue su hijo mayor, Lorenzo, que también tenía labor que hacer en el campo y se marchó sobre las ocho de la mañana.
Se quedaron cerca del chozo los pequeños. Eulogio, de cuatro años, y Martina, que acababa de cumplir 14. Su padre les había encargado matar bichos en un sembrado cercano para evitar que se comiesen los frutos, pero nunca se supo con claridad qué le ocurrió a los niños las siguientes tres horas.
A las once volvió José Montero a su casa y encontró a su hija muerta. Perdió el conocimiento, y poco después llegó su mujer, que también sufrió un ataque al encontrarse con semejante escena. Pidieron ayuda a voces y se acercaron varios pastores y los dueños de la finca, el matrimonio formado por José Gutiérrez y Feliciana Freire. Nada se pudo hacer por la niña.
Según los testimonios del juicio recogidos por el periódico La Región Extremeña, el patrón y su mujer insistieron en llevar a la niña a Villar del Rey lo antes posible para darle sepultura. Ante la perplejidad de los padres de la fallecida, muy afectados, Feliciana Freire se encargó de lavar y vestir a Martina, la subieron a un carro y la llevaron al pueblo. Le pidieron a varios presentes, incluido José Montero, que dijesen que la niña iba viva en el viaje para no tener problemas con el juez.
El crimen tuvo lugar en un chozo aislado.
Todo hubiese concluido con un entierro vertiginoso si no llega a intervenir el médico del pueblo, quien según reconoció en el juicio, tenía enemistad con el dueño del cortijo. Eso propició que insistiese en hacerle la autopsia a la menor porque no aceptó la explicación de que había sufrido un ataque de nervios mortal.
En el examen «encontró erosiones y signos de presión causados por dedos, además de señales indudables de violación». También una marca en el cuello, que había sido tapada por un pañuelo. La abrasión era compatible con una muerte por ahorcamiento con una soga. La versión de los patrones cambió entonces y defendieron que Martina se había ahogado al ponerse una cuerda al cuello y jugar a dar vueltas.
El cabo de la Guardia Civil no aceptó esa explicación, y ante el intento de encubrimiento decidió detener al matrimonio, aunque pocas horas después fueron puestos en libertad por orden del juez. Su liberación estuvo a punto de causar una revolución en Villar de Rey, donde se quemaron varias propiedades de los sospechosos.
Finalmente fueron detenidos y procesados, pero el primer juicio, con jurado popular y a puerta cerrada, acabó con un veredicto de no culpabilidad. La presión popular logró que se celebrase un segundo juicio, en este caso con público. La Audiencia Provincial de Badajoz se llenó y los acusados fueron recibidos entre gritos y alguna que otra pedrada. «Seguramente las autoridades habrán tomado alguna medida con objeto de evitar que se repita un espectáculo tan poco culto, más propio de los yankis, que se nosotros, que no practicamos como ellos el 'linch' (linchamiento)», dijo el reportero en la crónica de La Región Extremeña.
En la primera jornada del juicio, el matrimonio procesado mantuvo la versión de la soga, pero el fiscal contó una historia muy distinta. Dijo que José Gutiérrez salió a cazar y al volver se encontró a la niña sola en su chozo y la forzó. Su mujer los encontró y, por celos, pensando que era una relación consensuada, atacó a la menor. En el juicio indicaron que fue colgada del cuello con una soga entre una o dos personas hasta que murió.
El juicio en la prensa en 1898.
El padre de Martina testificó que tras encontrarla apenas recordaba nada salvo que el patrón y el hermano de este le pidieron esa noche que dijese que la había hallado con vida. La madre, por su parte, relató como su patrona vistió a la niña y le colocó un pañuelo en el cuello.
También testificaron numerosos vecinos, pero con declaraciones contradictorias. Ninguno aseguró haber visto al matrimonio procesado cerca del chozo.
El testigo fundamental llegó el segundo día del juicio. El guardia civil del pueblo aseguró que un confidente, que tenía mucho miedo a los dueños del cortijo, le contó lo que había pasado y que en el pueblo se sabía que el matrimonio había ofrecido dinero a los testigos por no señalarlos.
Su declaración causó un gran revuelo en la sala y el abogado defensor incluso lo amenazó con denunciarlo por acusar sin pruebas. En la tercera y cuarta sesión del juicio se completaron los alegatos del fiscal y el abogado defensor. Este último mantuvo que no había pruebas directas, que el médico del pueblo quería vengarse del acusado y que su riqueza había provocado que desconfiasen de ellos.
Logró en parte lo que quería porque las sentencias fueron leves. El jurado popular consideró a José Gutiérrez culpable de violación y al matrimonio de homicidio, aunque a Feliciana Freire se le otorgó el atenuante de celos. En esa época, un crimen así suponía un viaje directo al garrote vil, pero el juez se mostró disgustado con la decisión del jurado popular, admitió que él se inclinaba por la defensa, e impuso las penas mínimas. Quince años y ocho meses para él, doce años y un día para ella. La mujer murió seis años después, aún recluida, y su marido salió en libertad poco después de enterrarla.
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