¿Qué ha pasado este sábado, 6 de diciembre, en Extremadura?
Imagen antigua de Azuaga, el crimen tuvo lugar en una finca cercana. HOY

El hambre desveló el crimen casi perfecto

CRÓNICA NEGRA EN EXTREMADURA ·

En 1927 El cuerpo del guardia de una finca de Azuaga apareció colgando de una encina, pero meses después se desveló que no fue un suicidio

Sábado, 4 de septiembre 2021, 08:27

El Cigarrilla, el Quebraito, el Gordo, y el hambre que tenían impidió que un crimen fuese perfecto. Eran tres niños de 11 años que en ... 1927 decidieron salir de Azuaga para robar bellotas en alguna finca cercana, venderlas y así poder comprar comida y, quizá, la entrada al cine. Su travesura desveló el misterio del asesinato de la Dehesa La Serrana.

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La víctima fue Victoriano, apodado tío Florido, uno de los guardas que vigilaban la finca. Uno de sus cometidos era, precisamente, impedir que los vecinos robasen las preciadas encinas de esta dehesa. Salió a trabajar, como cada mañana, el 3 de noviembre de 1927, pero no volvió a su casa en la que su mujer, embarazada, lo esperaba. Los compañeros de la finca salieron a buscarlo de noche, pero no lo encontraron. Su cadáver apareció por la mañana colgado por el cuello de una encina.

El fiscal, los investigadores y el forense creyeron que era suicidio, aunque la posición del cuerpo no cuadraba. El guarda estaba colgado de una rama de tres metros, pero sus rodillas tocaban el suelo. Varios hombres se subieron a la rama y concluyeron que se había ahorcado y que su peso había doblado la madera hasta dejarle de rodillas. Pero pronto los rumores en el pueblo contradijeron esta explicación.

Su mujer fue la persona más convencida de que no había sido un suicidio. Estaba esperando un hijo, el cuarto de Victoriano, que había tenido dos con su primera esposa, que murió dando a luz. Los rumores en el pueblo indicaron que podría estar preocupado por el futuro alumbramiento pero su mujer, Josefa, negó que pensase en matarse. «Eso nunca. Era un hombre bueno y estaba encantado con su familia», dijo en el juicio posterior.

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Sin embargo, todo parecía indicar que la muerte del tío Florido iba a cerrarse como un suicidio cuando el Cigarrilla coincidió con un vecino de Azuaga por la calle y, tras una charla sobre la muerte de Victoriano, le confesó que había sido testigo junto con dos amigos. Dos años después, en el juicio, aseguró que no había acudido a las autoridades por miedo al juez y a la Guardia Civil y que tampoco lo contó en casa «por temor a que me pegase mi madre».

En busca de bellotas

El relato de los menores fue aterrador. Para llegar hasta la finca La Serrana los menores tuvieron que caminar más de dos horas desde Azuaga. Por el camino trataron de entrar a por bellotas a otras parcelas, pero los vigilantes les echaron. El tío Florido, sin embargo, les sorprendió, pero decidió ser generoso con los pequeños. «Nos vareó él mismo una encina para que cogiésemos las bellotas, luego nos dijo que nos marchásemos, que venían los otros».

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Los otros eran el guarda principal de la finca, al que pudieron identificar porque llevaba una banda, y dos jóvenes trabajadores. Los niños observaron cómo los cuatro hombres charlaban mientras fumaban, pero de repente hubo una discusión y los tres que habían llegado se lanzaron sobre el que les había ayudado a varear. Uno agarró sus manos, otro sus piernas y el tercero lo estranguló. Luego cogieron una cadena y colgaron su cuerpo de una encina.

Cuando los agresores se marcharon, los menores se aproximaron. «Yo fui el que más se acercó», aseguró el Gordo, «estuve hablando con él, pero como no me contestaba y nos fuimos. En el camino decidimos no decir nada para que no nos pegasen».

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Tras la detención del guarda principal de la finca y sus dos ayudantes, confesaron los hechos ante la Guardia Civil, aunque posteriormente negaron su autoría al ser conducidos ante el juez de Llerena. Declararon que habían sido golpeados por los policías.

El móvil detrás del crimen también fue el dinero, pero no por un puñado de bellotas, sino por «una cerda y siete marranillos». Unas semanas antes había desaparecido una puerca de la piara de la finca. Se creyó extraviada, pero el guardia principal y dos empleados la escondieron para criar a sus cochinos y venderlos por su cuenta. Victoriano no quiso formar parte del trapicheo y, el miedo a que se chivase acabó en agresión.

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En el juicio, que se celebró en septiembre de 1929 en la Audiencia Provincial de Badajoz, la defensa de los acusados se basó en las contradicciones de los niños que no se podían de acuerdo, por ejemplo, en si fue colgado con una cadena o con un pañuelo.

También hubo un intenso debate sobre las razones que llevaron a los menores a tardar tres meses en confesar. La acusación particular trató de demostrar que la familia de uno de los acusados había pagado para tratar de acallar a los testigos.

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Pelea entre padres

Fue sorprendente el testimonio de los padres del Cigarrilla. Mientras su madre defendió que el pequeño solo mentía en ocasiones para tapar alguna travesura, su padre lo calificó como un «embustero». La acusación particular lo interrogó con dureza recordando declaraciones suyas en las que había afirmado que recibió 25 pesetas por el silencio de su hijo, pero lo negó y puso en duda que su vástago viese el crimen. «¿Usted ha tenido cinco duros alguna vez?», le dijo uno de los abogados defensores. «Ni tampoco uno», contestó.

En el proceso legal tuvo mucho peso la declaración del teniente coronel de la Guardia Civil que llevó la investigación. Hace más de un siglo, pero el agente siguió un proceso de investigación muy similar al actual. Tras escuchar en el pueblo los rumores de que tres niños habían confesado ser testigos, reabrió el caso tres meses después, interrogó a los menores y los pequeños tuvieron que ir a la dehesa a reconstruir lo que vieron.

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Allí el teniente coronel les pidió que señalasen desde dónde habían presenciado el crimen y los niños le llevaron detrás de unos árboles pequeños. En el juicio contó que, al llegar, pensó que se lo habían inventado todo porque desde su posición no se veía la encina de la que colgaba Victoriano. Entonces los pequeños se tiraron al suelo y le mostraron cómo pudieron presenciar los hechos entre los huecos de la vegetación.

Finalmente se detuvo a los sospechosos, fueron identificados por los niños y confesaron. Como curiosidad, hasta un centenar de vecinos de Azuaga fueron testigos de las confesiones porque el cuartel de la Guardia Civil lindaba con una casa y los residentes del pueblo se fueron reuniendo en la misma y pegando el oído a sus paredes.

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En principio la Fiscalía pidió 20 años, pero la condena para los tres procesados se redujo a 10. En ello tuvo mucho peso la creencia de que no pretendían matar al tío Florido, solo asustarlo para que no hablase, pero usaron demasiada fuerza.

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