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Me lo creo

MATILDE MURO

Lunes, 23 de septiembre 2019, 10:35

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Como he dicho no hace mucho, viajo con regularidad. Hacía años que no cruzaba el océano Atlántico, y ahora me he dado una panzada de 11 horas de vuelo y he visitado México.

Me ha enamorado ese país, del que tanto había leído, estudiado y soñado. La gente, la comida, la artesanía, los colores, la arquitectura, los millones de personas por la calle, un mercado en cualquier rincón, taxis de color rosa, comida por todas las partes, espectáculos en las plazas, avenidas interminables, circulación infernal . y una presencia extremeña que, por ósmosis, se detecta.

De repente me di cuenta de que estaba feliz porque era mi casa, era la herencia de los que fueron allí y enseñaron a vivir de otra forma tratando de mezclar lo suyo con lo nuestro, dibujando catecismos en náhuatl, expresando las normas de convivencia con lenguas romances, y decorando los libros con las plantas que los héroes de la Conquista descubrieron con asombro y admiración, que es la misma que me siguen causando a mí cuando paseo por los parques y veo que los ficus miden decenas de metros de diámetro y son plantas callejeras.

Me sentí orgullosa de Extremadura, de su poder siempre, de la enorme presencia de la Universidad en aquellos lares, de la admiración que sienten por nuestra tierra, de la huida de los tópicos del odio y el rencor. Somos fuertes, amables, cariñosos y estamos tan cercanos y somos tan iguales, que no somos pequeños. Me lo creo de verdad. Somos una gente estupenda, que conservamos lo que de verdad merece la pena, que el esfuerzo constante nos ha enseñado a vivir y que hemos sabido huir del enfrentamiento y la guerra para convivir en silencio.

Nos han dejado tan solos siempre, que al final pienso que no necesitamos que nos atiendan demasiado. Somos como los aprendices de antiguamente, que aprendían con la práctica del maestro y mirando cómo se cosían los zapatos antes de agujerear la piel del empeine.

Sería bueno tener tren digno, sería bueno que la sequía se tuviera en cuenta tanto como las inundaciones espantosas, sería bueno que nos enseñaran a reaccionar con prontitud a acontecimientos como la aparición del dolmen de Guadalperal, sería bueno que nos miraran, pero como no parece fácil, es bueno que creamos en nuestras potencialidades, en nuestros cielos limpios y brillantes, en la gente que estudia con tesón y quiere quedarse aquí a hacer su vida, en las fuerzas de la naturaleza a la que no hemos doblegado.

México me ha hecho volver de nuevo la vista a casa y entender que sólo gentes nacidas en Extremadura pudieron ser capaces de armar un mundo nuevo en otro ya existente, y el existente de una fuerza y organización, como la azteca, a la que sólo con armas y sangre no se pudo doblegar. Es imposible creer el horror que cuentan los anglosajones si a mí, extremeña de corazón y devoción, me han recibido así, 500 años después.

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