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Carla García, Ana, Yolanda y Cristina Belloso y Adrián García. Son la familia de Ángela López, que vive en la residencia La Granadilla de Badajoz El lunes se concentraron para pedir que les dejaran verla. ARNELAS
Contagio o soledad, el dilema de las residencias

Contagio o soledad, el dilema de las residencias

Difícil equilibrio. Las familias tienen ahora más miedo al daño que el aislamiento prolongado pueda causaren sus mayores que al virus. La región reanuda las visitas para mitigar la factura emocional de los residentes

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Sábado, 5 de septiembre 2020

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El lunes en las páginas de HOY se publicaba la carta de un lector en recuerdo de su padre fallecido en una residencia de ancianos. 'No fue por la covid-19' se titulaba, y en ella decía que sin poder asegurar que la pena producida por la falta de contacto con su familia es lo que se lo había llevado, estaba convencido de que había contribuido a su deterioro físico, anímico y emocional. Esa sensación es la que expresan ahora muchas de las familias que tienen a un ser querido en una residencia. Del miedo a que entrara el virus y los matara, han pasado al terror de pensar que puedan morir de pena. En esta evolución hay cinco meses y medio de ausencia forzosa, de visitas que se cuentan con los dedos de una mano, de encuentros cronometrados a más de dos metros de distancia y de una sensación de tristeza que le ha ido comiendo el terreno a la prudencia.

La pandemia ha planteado a las residencias de ancianos un difícil dilema: mantenerse blindadas para proteger a los mayores de un virus que ha demostrado ser implacable con ellos o abrir las puertas para frenar la factura emocional que les está provocando el aislamiento forzoso. Cerrar las residencias a cal y canto fue la solución fácil, abrirlas está siendo más complicado.

En un intento de equilibrio, el Consejo de Gobierno ha acordado esta misma semana flexibilizar las visitas de los familiares y las salidas de los residentes en Extremadura. Lo hace con el mejor escenario dentro: ahora mismo solo una (en Azuaga) de las 324 residencias de la comunidad tiene contagios, y con un contexto amenazante fuera: contagios al alza y rebrotes diarios. Esta decisión alivia a las familias pero ha despertado los fantasmas entre quienes están al frente de la gestión de las residencias.

Cristina Belloso ha visto a su madre una sola vez desde que se declaró la pandemia del coronavirus. Fue a inicios de julio, Extremadura estrenaba nueva normalidad y con ella se rompía el confinamiento también de las residencias de ancianos. Entonces se hablaba de una posible segunda ola de contagios en otoño, una tregua para la separación forzosa entre ambas que no llegó ni a diez días. La segunda semana de julio, la residencia de La Granadilla de Badajoz donde vive su madre desde hace cinco años volvió a cerrar sus puertas. En la capital pacense a esas alturas, los rebrotes asustaban y Salud Pública aconsejó volver a cerrar las residencias de la ciudad. Durante el estado de alarma, estos centros fueron el punto débil de la región: 432 residentes fallecidos, más del 80% de las vidas que la covid se ha llevado en Extremadura desde el 14 de marzo.

No es el caso de la residencia pacense, que se ha mantenido libre del virus con un férreo aislamiento. El coste, la erosión emocional para los residentes y sus familias. «Nosotros estamos cada vez más apenados, más agobiados y más impotentes porque no nos dejan verla y a ella –su madre– cada vez que hablamos le notamos más tristeza en su voz y menos entendimiento de por qué la hemos dejado sola. Mi madre es una persona muy dada a la depresión y no las tengo todas conmigo de que salga indemne de todo esto. Tenemos más miedo a eso que a cualquier virus».

Ese miedo es el que le ha llevado a sumarse a la plataforma de familiares que el pasado martes se manifestó delante de la puerta de la residencia en la que está su madre para pedir que volvieran a abrirla a las visitas. «Me dan ganas de saltarme la valla, ella necesita de nuestro afecto y nos lo niegan».

Decálogo para los familiares

1-El cuidado emocional. Identificar lo que se está sintiendo, ponerle nombre y sacarlo fuera:hablando, escribiendo un diario o a través de la pintura u otro arte.

2-Orientarse a la solución. Aceptar lo que no está en nuestra mano cambiar aunque no nos guste.

3-Hábitos saludables. Es fundamental cuidar la alimentación, el sueño, practicar deporte de forma regular y mantener las rutinas.

4-Tiempo para uno mismo. Hay que darse momentos de gratificación haciendo actividades que nos gusten o nos distraigan.

5-Familia y amigos. Apegarse a familiares y amigos. En un momento malo, hay que desahogarse con el entorno.

6-Darse ánimo. Tanto si se consigue ver al familiar o si se ha logrado controlar el desánimo.

7-No culparse. Hay que repetirse mucho que se ha hecho lo que se creía mejor en ese momento y que lo que ha sucedido después no depende de uno.

8-Contacto. Mantener un contacto continuo con la residencia para saber de su familiar, mediante teléfono, redes sociales o a través de los trabajadores.

9-Información fiable. Acudir a medios de comunicación para informarse y evitar los bulos que circulan por las redes.

10-Ayuda profesional. Si con estas claves se sigue sintiendo desbordado, hay que pedir ayuda a un psicólogo.

María José Pereira sabe también de esa impotencia. Tiene a su madre en la misma residencia. Ella ha podido verla en cuatro ocasiones en estos meses marcados por el virus. Lo ha hecho con una mesa larga de por medio, con mascarilla y negándole el contacto cuando su madre le hacía gestos para que se acercara. Hace siete años sufrió un ictus y la dejó sin habla, por lo que ni siquiera puede recurrir a la llamada de teléfono. «Mi madre tiene una tristeza infinita. Es muy duro porque quieres abrazarla y no puedes, me dice que me acerque y no la puedo tocar, lo hago por su bien pero es tan doloroso». Como muchos familiares han tirado de los trabajadores de las residencias para poder ver a su madre a través del teléfono. «Me he tenido que buscar la vida para verle la cara. La última vez le pedí el favor a la peluquera de que le hiciera un vídeo y me lo mandara».

Desde el Sepad, su gerente José Vicente Granado, reconoce que la pandemia les ha colocado en una complicada tesitura. «Está siendo tan dura que es muy difícil conjugar la protección de la salud con el régimen de visitas. Sabemos que cuando entra el virus en una residencia es letal, eso nos lo ha enseñado la primera parte de la pandemia. Sin embargo, desde el fin del estado de alarma no ha vuelto a haber fallecidos en los centros residenciales, lo que nos demuestra que estamos haciendo las cosas bien. Prefiero el ruido de los familiares por no tener todas las visitas que les gustaría antes de que muera más gente».

Lo más duro para los mayores ya ha pasado, asegura Granado. Se refiere al estado de alarma, los meses de encierro en sus habitaciones. «El aislamiento les ha hecho demenciar, muchos han perdido la memoria y también movilidad. Ahora estamos intentando que se recuperen con fisios y terapeutas ocupacionales, luchando por revertir ese impacto».

En la nueva normalidad –añade– no están encerrados, pueden moverse por las zonas comunes y exteriores de los centros, pero ahora es cuando más necesidad de contacto familiar tienen. «Entiendo la importancia de las visitas porque el deterioro cognitivo va en aumento cuando no se tiene el mismo contacto con los familiares. Por eso estamos intentando poner todos los recursos que sean necesarios con videollamadas y un régimen de visitas aunque sea restringido. El impacto emocional cero y el riesgo de contagio cero es imposible».

«El aislamiento les ha hecho demenciar. Estamos intentando revertir esa impacto emocional»

José Vicente Granado Gerente del Sepad

«Estamos apenados e impotentes; mi madre tiene la voz más triste y entiende menos por qué la hemos dejado sola»

cristina belloso, familiar

«He tenido que buscarme la vida para ver a mi madre. La última vez le pedí a la peluquera que le hiciera un vídeo»

maría josé pereira, familiar

El regreso de las visitas alivia en parte la desazón de los familiares, pero vuelve a sembrar el miedo entre los que gestionan las residencias. «Las familias no son conscientes de que ellos pueden traer el virus, les pueden las ganas de verlos, pero la experiencia anterior nos dice que no podemos exponer a los abuelos al virus por no saber decir que no a tiempo», valora la directora de varias residencias de la provincia cacereña, que pide que no se publique su nombre.

«No estoy de acuerdo con que se flexibilicen las visitas. Desde las administraciones es muy fácil escuchar a las familias, pero si la situación se agrava lo vamos a sufrir los que estamos al pie del cañón». Ella ha visto los estragos del virus, por eso lo tiene claro:«Yo antepongo la salud, si supiera la gente lo que es la covid cambiaría todo. Falta mucha conciencia entre los familiares y en la sociedad en general», concluye.

«Una persona válida no debería estar en una residencia»

La pandemia ha puesto en cuestión la asistencia a los mayores basada en las residencias. El Sepad empezó a fraguar un cambio de rumbo en sus políticas antes de que la covid hiciera su aparición. Sus estragos han venido a confirmar que es necesario un cambio en el modelo residencial.

Este se está articulando en tres pilares y se quiere desarrollar esta legislatura. El primero es evitar que los mayores ingresen en residencias y que estos centros solo acojan a personas dependientes. «Una persona válida no debería estar en una residencia y tenemos muchos válidos en ellas. Sabemos que nadie quiere salir de su casa por mucho que se diga con la boca chica que sí para no dar castigo a sus hijos. En muchas ocasiones se van porque hay ciertos servicios que no tienen cubiertos en sus casas y ahí es donde tenemos que llegar», explica José Vicente Granado, gerente del Sepad.

La alternativa que barajan es potenciar los centros de día, los pisos tutelados y la ayuda a domicilio para que los mayores puedan mantener su autonomía sin salir de su entorno. «Si no saben hacerse la comida que se la sirva un catering, si el problema es la soledad vamos a acudir a las nuevas tecnologías de acompañamiento y videovigilancia», pone como ejemplos.

En segundo lugar, se trata de aumentar la ratio de profesionales que atienden a los mayores en las residencia e incorporar nuevos perfiles de trabajadores. «Si antes teníamos un auxiliar por cada diez usuarios, ahora lo vamos a bajar a cuatro».

Unidades medicalizadas

El tercer pilar es crear unidades de enfermería o cuidados más intensos en residencias públicas de todas las áreas de salud. Esto se concreta en medicalizar un ala de los centros, con médicos y enfermeros para tratar a los residentes con covid o con enfermedades crónicas graves. «No se trata de convertir las residencias en un hospital, sino de hacer unidades medicalizadas dentro de ellas». Esta idea ya está madurada y presupuestada:2,5 millones de euros, pendientes de que se recojan en los presupuestos regionales para el próximo año.

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