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Quiosco de El Terrero o plaza principal de Alconchel. :: E.R.
El chiringuito de la plaza del pueblo

El chiringuito de la plaza del pueblo

En Extremadura, las elecciones no se ganan en las redes sociales, se ganan en los quioscos

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Sábado, 9 de febrero 2019, 09:32

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No hay pueblo extremeño sin quiosco en la plaza. En las ciudades también hay quioscos, pero son de otra manera. Los quioscos de Cáceres son conocidos como el del Bombo y Colón, pero no son quioscos de plaza mayor ni menor, sino de parque, que ya se sabe que en Cáceres la vida transcurre en torno a Cánovas, eje vertebral de la ciudad.

Estos quioscos cacereños son muy de familias, de mamás con niños y de paseantes. El del Bombo está debajo de lo que fue en su tiempo el palco de la música, que era redondo, precioso y tocaba allí la banda municipal, pero ya no es redondo, ni es precioso, ni toca allí la banda municipal. El Quiosco Colón, que tiene mucho tráfico matinal de funcionarios, era famoso por su «café, café» y lo abrieron unos valencianos antes de la Guerra Civil. Vendían naranjas hasta que Lorenzo Cordero Salazar puso un bar y lo regentó durante 40 años.

En Badajoz, hay quioscos en algún parque, pero los más conocidos y populares son los de San Francisco, donde late por las mañanas la vida ciudadana y por las tardes, la vida familiar: más mamás con niños, más abuelas, más aire doméstico y consuetudinario. En la plaza de España de Mérida tenemos quioscos con el punto castizo de las ciudades de entre 40 y 60.000 habitantes, que aún conservan la gracia de un espacio por donde pasa todo el mundo, ya sea la plaza de España de Mérida, ya sea la plaza Mayor de Plasencia, epicentros de lo local, aunque en Plasencia no hay quioscos, sino muchos bares tradicionales.

Pero los quioscos auténticos están en los pueblos y es en ellos donde, antes de que el sol resplandezca con ganas, se sabe todo lo que pasó la noche anterior e incluso lo que no pasó, pero pudo pasar. Quioscos de las plazas de Burguillos, de Brozas, de Alconchel, lugares por donde hay que pasar cada día a la hora del café y en el rato de la cerveza so pena de que en el pueblo empiece a hablarse de ti. Con la primera ausencia, solo se dice que no has venido. A la segunda, se preguntan que dónde andarás. A la tercera, ya se dice que te pasa algo y a la cuarta dan parte a la Guardia Civil y mandan un emisario a tu casa para que adivine la causa de tu mal. Porque solo un mal muy malo puede ser la causa de que lleves cuatro días sin pasar por el Quiosco.

En los pueblos extremeños, hay bares que abren y bares que cierran. Incluso hay bares que abren, cierran, vuelven a abrir y vuelven a cerrar. Pero los quioscos permanecen impertérritos, ajenos a las crisis y a las modas, inasequibles a los vaivenes económicos y a las maneras de vivir y de beber.

Los quioscos están en el medio de la plaza, al aire libre, con toldos por si llueve o pega el calor, con barra de obra y terraza veraniega que salva económicamente el año. De buena mañana, hombres serios y sólidos con café y carajillo. Después, los mismos hombres con más cafés y más carajillos, que a lo largo del día, se convierten en chatos de vino, en cañas de cerveza, en más cafés y más carajillos, siempre los mismos hombres, salvo, ya digo, en verano, cuando el quiosco se convierte en una especie de chiringuito playero de secano.

El quiosco de la foto es el de El Terrero de Alconchel, una plaza donde en los años 60 había 12 bares. Alconchel tenía entonces 4.500 vecinos y la gente alternaba en cerca de 30 tabernas. Hoy, quedan en el pueblo 1.704 habitantes (censo 2018) y el único bar que resiste en la plaza es El Quiosco, donde Francis sirve vinito de la tierra, aceitunas de Alconchel muy bien aliñadas y tapas de tortilla de espárragos o de tocino veteado.

Pero lo mejor de este quiosco y de todos los quioscos de las plazas de la región es sentarse en la barra y escuchar, dar palique y observar. Extremadura es una región tan antigua y tan de verdad que las elecciones no se ganan en las redes sociales, se ganan en los quioscos.

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