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Los cerdos y la libertad

Los cerdos y la libertad

PUNTO DE MIRA ·

agapito gómez villa

Domingo, 4 de agosto 2019, 09:50

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Esta madrugada, releyendo el magnífico ensayo de Umbral sobre Federico, 'Lorca, poeta maldito', hay que ser un genio habitado por el idioma para escribir una obra semejante con treinta y cinco años: Umbral nació en el 32, no en el 36, como él afirma de continuo, con el fin de 'enmascarar' la soltería materna; les iba diciendo que a punto de caer rendido, me encuentro con lo siguiente, referido a la personalidad de Federico: «Eso que Kierkegaard ha llamado 'el vértigo de la libertad'», o sea, la angustia de la libertad, que por algo el danés es el filósofo de la angustia, que cree el ladrón que todos son de su condición: uno conoce a mucha gente, mucha, que jamás ha tenido atisbos de semejante sentimiento, ni falta que les hace. Y con la imagen de la cifótica estatua del filósofo que vi en Copenhague, me quedé dormido.

Oh, casualidad de casualidades. Nada más entreabrir un ojo, escucho en la radio, que había dejado encendida, la palabra libertad. Como se lo cuento: una joven voz femenina, muy estrogénica, que haciendo propaganda (así se decía antes) de la excelencia de cierta marca de jamones, habla de una finca próxima a Valencia de Alcántara en donde los «cerdos son criados en libertad» (sic). Y lo primero que se me viene a la cabeza es «el vértigo de la libertad», o sea la angustia de Kierkegaard, el filósofo predilecto de Faemino y Cansando (Ortega, como buen ciclotímico, también incurre en el particular). Lo cual, que soy incapaz de imaginarme a un cerdo, hozando bellotas de encina en encina, con facies angustiosa. ¿Han visto ustedes algún cerdo triste? Ni alegre. Tampoco conozco ningún caso de suicidio porcino, ni tan siquiera un intento de tal. En fin, que la falta de angustia me hace dudar de la libertad de los cerdos. Lo cual me tranquiliza mucho. Verán.

Cuando las matanzas caseras, yo nunca tuve que matar el cerdo (perdón, sacrificar), entre otras cosas porque en mi casa no había. (Cuando por razones profesionales juveniles, me vi obligado a hacer lo propio con gallos, primero los anestesiaba con una tabla). Fui testigo, empero, de primera mano, en casa de mi suegro, al cual hube de acompañar en el trance alguna que otra vez. Me ahorraré la descripción, pero aquel poderoso manantial rojo jamás fue de mi agrado. ¿Que de dónde viene mi tranquilidad? Muy sencillo: los cerdos que sacrificaba mi suegro no habían sido criados en libertad, sino en cautividad. Es que solo pensar que hubiese sido al contrario, me produce una más que cierta angustia, ahora sí: yo habría sido cómplice de la muerte de un ser libre. Como usted y como yo.

«Vete a buscar el burro», me decía mi padre. «Y dónde está». No me respondía: «Por ahí, en libertad». De haberlo dicho, hoy me hubiese parecido tan normal lo de los cerdos «criados en libertad». Que cómo decía mi padre: «A relva», bella expresión, vecina, por su origen, de los cerdos en cuestión, Portugal.

Aviso a navegantes: tal y como está el horno, con tanto hablar de la libertad porcina, el día menos pensado la empresa va a tener problemas con los animalistas: Pablo pidió a Pedro un ministerio, cuyo nombre, interminable, acababa así: «...y derechos de los animales».

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