En la casa de Javier Remedios
eugenio fuentes
Domingo, 2 de febrero 2020, 09:29
Desde hace unos días se exhibe en la Sala de Arte El Brocense, bajo el título 'Se vende', una exposición de Javier Remedios sobre la casa. Compuesta por más de un centenar de piezas, es una muestra espectacular, una creación global en la que conviven cuadros colgados en las paredes con instalaciones en el suelo, ornamentación con mobiliario. Dicho sea de entrada, todas las obras presentan un perfecto acabado, tanto en los cuadros como en las elaboradas con materiales más humildes o procedentes de otros usos. Aquí no hay huellas de brochazos que te pongan en guardia ni esas instalaciones desabrochadas a las que se les escapa todo el calor entre los huecos de los cascotes.
Entra uno en esta casa y, desde la gran pipa-menhir que lo saluda en la puerta, asiste a una fiesta de la imaginación. Javier Remedios observa los objetos más cotidianos, más usuales, más ordinarios y hasta infraordinarios del ajuar cotidiano, como si los contemplara por primera vez y viera lo que los demás no vemos. Donde nuestra mirada abotargada y endurecida por la rutina doméstica nada advierte, su mirada libre descubre afinidades inesperadas. Así, en el salón, una tumbona con correajes pasa de ser un espacio de bienestar a un instrumento de prisión o tortura; varias cabezas tapizadas con recortes de periódicos parecen criticar los juicios mediáticos de la prensa previos a las sentencias judiciales; unos moldes para madalenas se convierten en girasoles de Van Gogh o en nenúfares de Monet; un exprimidor, en un sombrero mexicano; unos pimenteros se metamorfosean en los minaretes de una mezquita; unos hidrantes de bombero, en un tractor, o unos adoquines en lo que parece una mullida alfombra. Y desde aquí y allá, cojines con ojos de personajes de cuadros de la pintura clásica italiana no dejan de mirarte en un juego de espejos: es el visitante quien es observado por los ojos de los maestros.
Y a esos juegos y deconstrucciones visuales con los objetos les añade juegos lingüísticos que explicitan el significado de las piezas: Bellota de jamón, Arquitexturas, o La última docena.
Javier Remedios es ingenioso, provocador, moderno, heterodoxo, pero detrás del ingenio, la provocación, la modernidad y la heterodoxia hay un profundo conocimiento de la historia de la pintura, de los grandes creadores clásicos y modernos a los que rinde homenaje, desde el Greco a Malevich, desde Goya a de Chirico, desde la prehistoria al cómic, en un sutil paseo por el arte. Convencido de que el gozo es imprescindible en toda experiencia estética, Javier Remedios es lúdico y divertido, y de ahí que aparezcan tantos vínculos con la gastronomía, uno de los placeres sagrados de la modernidad. Pero al mismo tiempo es profundamente serio, combinación que siempre ha sido un atributo de la inteligencia.
En sus sorprendentes ready-made resulta evidente la influencia de Marcel Duchamp, que fue el primero en echar a rodar la bola de todas las vanguardias al convertir un urinario en una fuente, al romper los límites entre lo banal y lo estético y al levantar la prohibición que había sobre determinados temas y objetos que hasta entonces no tenían el privilegio de ser considerados materiales artísticos. Pero también está presente la herencia de Wolf Vostell. A Javier Remedios le sienta muy bien su vecindad malpartideña con el artista alemán, de quien saca provechosas enseñanzas.
Recuerdo con bastante precisión la distribución de los espacios y muchos detalles de las casas en que he vivido, la ubicación del salón, de la cocina y de los dormitorios, los paisajes o las calles que se veían por sus ventanas, su estrechez o su amplitud, la anchura de las camas y la profundidad de los armarios, la altura de los techos y los materiales de los suelos, el color de la pintura de los muros o el tono del papel pintado, a veces despegándose por la humedad, los cuadros de las paredes y hacia qué lado se abrían las puertas. Y también recuerdo algunas de las casas de amigos y conocidos que he visitado, por su barroca decoración o por su desnudo ascetismo, por la luz o por las sombras, por su ubicación entre murallas y torreones medievales o en urbanizaciones, o en el campo.
Ahora se añade a mi memoria esta casa que Javier Remedios ha creado a su modo e imaginación, aunque solo esté habitable durante dos meses y los objetos y las obras que la pueblan pasen a ocupar otras casas, otros ámbitos, otros espacios.
En estas primeras semanas del año, en la casa de Javier Remedios no deja de entrar gente, convertida en una de las exposiciones más visitadas de la Sala de Arte El Brocense. En este espacio no se necesita guía ni brújula, aunque, como si su autor recordara la aguda definición de Georges Perec -'vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse'-, los más despistados pueden orientarse en esta original topografía por un cordón rojo, trasunto del hilo de ese color que en las culturas orientales une a quienes están destinados a conocerse y ayudarse.
Pasen y vean.