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La mesa de despacho de Carlos V en el monasterio de Yuste
Oír misa desde la cama

Oír misa desde la cama

Manuela Martín

Lunes, 2 de noviembre 2015, 18:14

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La comida ocupa un lugar central en las preocupaciones del Emperador y sus sirvientes, encargados de que la mesa del monarca estuviera bien surtida. Pero no sólo de ostras, anchoas o perdices vivía Carlos V en Yuste. Cronistas e historiadores relatan que el Emperador tenía una vida plácida, pero no desocupada. Sus creencias religiosas, muy profundas y acentuadas en el final de su vida, le llevan a dedicar una parte del día al culto.

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Cuando tiene buena salud, asiste a misa y a los sermones y los monjes le leen libros piadosos a diario. Cuando la enfermedad le impide levantarse, Carlos escucha la misma desde el lecho: para ello ordenó que su dormitorio estuviera comunicado por una puerta con el altar mayor de la Iglesia del Monasterio. Esta disposición no era del agrado de su mayordomo, Luis Quijada, que no veía bien que los monjes pudieran contemplar al monarca en la cama. También le disgustaba que los rezos de los frailes molestasen a Carlos en su descanso.

Los relojes, la música y el jardín son otras aficiones del Emperador. Entre la servidumbre del monarca se encuentra Juan el Lotoriano, conocido como Juanelo, un famoso relojero que, cada mañana, antes de levantarse Carlos entra en su cámara y concierta sus relojes. Juanelo construyó un reloj de sol en el palacio.

Carlos V renunció al poder, pero no a la música. Una de sus mayores preocupaciones antes de llegar a Yuste fue la creación de un coro que sustituyera, de algún modo, a la famosa capilla musical que él tenía en Bruselas y que no se podría llevar al retiro. Pidió a los jerónimos que llevaran a Yuste a sus mejores cantores, y allí llegaron fray Juan Villamayor, maestro de capilla; fray Antonio de Ávila, organista; dos tenores, dos contraltos, dos bajos, dos barítonos y cuatro aprendices. Carlos seguía con atención sus ensayos y le molestaba si desafinaban: El hideputa, el bermejo, cómo yerra, cuentan que exclamó el monarca ante un trino mal dado. Tampoco quería Carlos que intervinieran en el coro frailes o seglares ajenos a él. La crónica relata el fracaso de un contralto de Plasencia que quiso lucirse ante el Emperador cantando en unas vísperas. Como después de una primera estrofa el cantor desentonase, Carlos se enfadó y mandó a uno de sus barberos que fuera corriendo a decirle al prior que lo echase.

Una fuente de Plasencia

Las dolencias que padecía Carlos V no le permitían hacer una vida demasiado activa. Aunque había sido un experto jinete y había recorrido a caballo media Europa, la gota ya no le permitía montar ni una modesta jaca. Cuenta Fray Prudencio Sandoval que una vez que lo intentó, apenas dio tres o cuatro pasos y comenzó Carlos a dar voces que lo bajasen. Su solar se reducía a pequeños paseos hasta la ermita de Belén, que se encuentra a unos centenares de metros del monasterio, y por el jardín. Carlos V disfrutaba con el jardín, y la prueba de que confiaba en que su retiro podía ser largo está en que mandó plantar árboles y flores para hermosear el lugar.

Él mismo se entretenía en disponer nuevos arriates, e incluso mandó que se hiciera un pequeño jardín en el terrado al que daban sus aposentos del primer piso. En ese terrado, que se cubrió para protegerlo del sol, se instaló también una fuente de planta octogonal que le fue regalada al Emperador por el Ayuntamiento de Plasencia. La fuente, que todavía se conserva, fue labrada en una sola pieza de granito de la comarca, y era tan pesada que para subirla hasta Yuste fue necesario junta a muchas parejas de bueyes de la zona.

En ese terrado de la fuente pasa Carlos largos ratos contemplando el hermoso paisaje de La Vera. Entre sus entretenimientos menudos están un gato y un papagayo de Brasil que le han mandado su hermana Catalina desde Portugal. Carlos se empeña en enseñarle palabras al papagayo que, según relatan los criados, aprende con rapidez. El secretario del Emperador, Martín Gaztelu, dará cuenta en sus cartas de las travesuras del gatito, que le tira un tintero y le obliga a cortar el pliego.

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