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La cara más fea de la política

La cara más fea de la política

Manuela Martín

Badajoz

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Domingo, 16 de junio 2019, 08:57

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Seguro que muchos ciudadanos que hasta ayer echaban pestes del bipartidismo y abominaban de las mayorías absolutas están hoy maldiciendo con las mismas ganas el multipartidismo que nos ha traído las últimas elecciones. El espectáculo de los pactos, que ha sido tan entretenido como penoso, ha enseñado la cara más fea de la política, la del poder a toda costa. Las bonitas proclamas de diálogo y consenso se han tornado en un mercadeo sin pudor.

Conviene no escandalizarse: en un sistema proporcional como el español, en el que no se elige directamente al alcalde sino a los concejales, los pactos para conformar mayorías son legítimos. Y los partidos hacen trampa cuando cargan contra aquellos que les perjudican. Cuando ganan (aunque no logren la mayoría) reclaman que gobierne la lista más votada. Y cuando pierden se acogen a que 'el centro derecha es mayoría' o a que 'una mayoría de ciudadanos ha votado por el cambio'. Siempre tienen a mano la fórmula que más les favorezca. Le dan la vuelta a los argumentos para convencernos de que son ellos y solo ellos los que tienen derecho a gobernar, no el adversario.

El 26M le dio a Ciudadanos la llave de varias comunidades y cientos de alcaldías en toda España. Y el 15J ha demostrado que al partido de Rivera se le ha atragantado su privilegiada condición de bisagra.

Desde un principio Cs anunció que su socio preferente para pactar era el PP. Un criterio respetable, en línea con su acercamiento a la derecha de los últimos tiempos. Pero esa directriz ha provocado rebeliones al tratar de imponerse en todos y cada uno de los municipios. No es lo mismo Madrid que Cáceres, ni Badajoz que Zaragoza. Cada ciudad tiene su realidad política y los pactos que son naturales en un sitio resultan forzados en otro. Si a ello se añade el deseo de los dirigentes de Cs de sacar el máximo provecho a su posición estratégica, reclamando alcaldías a pesar de tener menos concejales que su socio, como hizo en Badajoz, la situación se convierte en explosiva. Damos por sentado que todos los partidos aspiran a conseguir el poder, pero tirar demasiado de la cuerda puede ser peligroso. Insisto, no nos escandalicemos: no hay política sin ambición de poder, pero la prisa por lograrlo puede cegar a quien lo ambiciona y resultar impúdica.

Quizá Cs no debería olvidar cómo han acabado algunos partidos que han exprimido demasiado su condición de llave de un gobierno. En Extremadura, en 2011, los tres diputados de IU decidieron que la Junta la gobernara Monago, y no Vara. En 2015 desaparecieron de la Asamblea. Una legislatura de gloria, siendo la 'prima dona' de la política extremeña, y adiós muy buenas. La conclusión es obvia: no supieron sacar provecho de su enorme poder.

La condición de partido bisagra, y sobre todo la gestión que se hace de ese poder que dan las urnas, puede impulsar a quien lo logra, pero también puede abrasarlo si los electores acaban creyendo que actúa como un ventajista. Pero ni Cs ni ningún partido piensa en qué les conviene más dentro de cuatro años. Es el poder, aquí y ahora, ya, lo que importa. Si lo pensaran tal vez concluyeran que a veces es más inteligente dar un elegante paso atrás que hipotecarse con un pacto-trampa.

En cualquier caso, elegidos los alcaldes, con gobiernos de coalición y sin ellos, lo que nos importa a los vecinos es que los gobiernos funcionen. No va a ser fácil porque la multiplicación de grupos y la ausencia de mayorías sólidas incrementa el ruido y las posibilidades de que la legislatura sea una sucesión de zancadillas. Los alcaldes que se estrenaron ayer, y los partidos que los apoyan, tendrán que dar estabilidad a los ayuntamientos para que los ciudadanos no acabemos añorando aquellas aburridas mayorías absolutas.

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