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Comprando medicinas en una farmacia. :: HOY
Camellos de ibuprofeno

Camellos de ibuprofeno

La obligación de tener receta para casi todo atiborra las consultas

J. R. ALONSO DE LA TORRE

CÁCERES.

Viernes, 6 de diciembre 2019, 09:11

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En la frutería ya no se habla de política. Si a algún friki se le ocurre mentar a Pablo o a Pedro, a Casado o a Rivera, se abuchea y si se menciona a Abascal, rápidamente hay quien hace un quite por mandarinas. Solo Cataluña estimula, pero no para bien. La gente está aburrida del tema y, escuchando a la clientela, tengo la sensación de que han hecho con los políticos lo mismo que con los hijos imposibles: «Allá vosotros, haced lo que os dé la gana, pero luego no me vengáis llorando». De lo que de verdad se habla en la frutería es de las farmacias. Más concretamente, del lío que hay con las recetas de las medicinas porque el personal se está volviendo loco con lo de las recetas necesarias para todo.

Así que quedamos en que lo de las recetas es un lío y servidor no tiene más remedio que dar la razón a las señoras que escogen los kakis (¡qué fruta más antipática, está rica, pero o viene muy dura o viene muy blanda!) y a los señores que escogen naranjas sevillanas, las primeras, y muestran su impaciencia a la espera de las naranjas de Montijo y de Lobón. Les doy la razón porque no puede ser que uno vaya a por una pomada para un orzuelo y lo manden al oculista o al médico de cabecera porque resulta que sin receta no hay pomada y sin pomada, el orzuelo campa a sus anchas por mis dos ojos, que no se qué demonios me está pasando: desde hace nueve meses, el estrés se me sustancia en los ojos al igual que hace un par de años se me sustanciaba en la boca en forma de llagas. Porque lo malo del estrés no es solo el desequilibrio, sino que suele ser caprichoso y cuando te relajas, se escapa por la piel y te deja bonito: orzuelos, aftas y unos granos rojos en la nariz que parecen una venganza del cuerpo por darle demasiada caña.

De todas maneras, es lo mismo, sea en el ojo, sea en la boca, la afección no te la quitas con el medicamento sencillo que aconsejaba el boticario de cabecera, sino que tienes que ir al médico para que te recete un santo remedio. Si la regla viene complicada, si el resfriado asoma, si la cabeza protesta, si el estómago se encrespa, nada de ir a la farmacia a por el santo remedio de siempre, antes tienes que pedir cita a tu médico, acudir a la consulta, hacer cola durante un buen rato y pedirle que te recete una Analgilasa contra los dolores.

Y así están las consultas: abarrotadas. Parece inteligente esta medida para poner coto a la peligrosa automedicación. Lo malo es que la mayoría de las automedicaciones son tonterías ya testadas y sin efectos secundarios graves. Un ungüento para las almorranas, una pomada para las ronchitas, una crema contra el escozor, Almax como arma contra los excesos y un ibuprofeno para casi todo.

¿Cómo vamos a soportar la Navidad sin nuestra pastillita del estómago? Si además de ir a comprar los turrones, las pulardas y las Eau de Françoise, tenemos que ir al médico para nos recete un remedio contra la ingesta desmedida y otro remedio contra las resacas de cuñados, solo queda la convicción de que vamos a pasar unas Navidades muy fastidiadas.

Colas en el súper, colas en la perfumería, colas en la juguetería, colas en la charcutería y desde ya, también colas en el medico de cabecera. ¿Sirve para algo esto de la receta para todo? Por ahora, para que los médicos trabajen el doble y tengan menos tiempo para atender a los enfermos. También sirve para que mancebos y farmacéuticas pongan a prueba su paciencia y hagan cursos de relajación para enfrentarse sin menoscabo a la irritada actitud de la clientela desesperada, que no entiende que no le den sin receta su ibuprofeno favorito y sí le despachen, también sin receta, otra marca menos intensa, que, por cierto, es muy eficaz.

En la frutería, se habla mucho de la venta de medicamentos por Internet y también se trafica con información sobre las farmacias más laxas y enrolladas. En fin, acabaremos viendo por las esquinas a camellos vendiendo paracetamol a ancianitas yonkis de la Analgilasa.

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