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Cambio climático: suicidio en fascículos

Cambio climático: suicidio en fascículos

EL BATISCAFO ·

ALFONSO CALLEJO

Miércoles, 20 de marzo 2019, 09:30

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Aunque lo veo con simpatía, no puedo evitar el esbozo de una mueca de escepticismo al contemplar esas manifestaciones de escolares contra el cambio climático. La lucha contra algo que ya tenemos encima y que va adquiriendo carta de naturaleza suele ser bastante estéril si solo consiste en salir a la calle con una pancarta. Es como si ahora nos manifestamos 'contra la vejez' (yo iría). Igual que esas concentraciones 'contra la pobreza'. En este caso, cuando la generación de adolescentes liderada por Greta Thunberg llegara a los gobiernos y a las esferas de decisión mundiales, seguramente sería demasiado tarde para revertir los efectos que se han cargado el planeta. El género humano tiene una infausta tendencia a tomar decisiones a posteriori: solo arreglan una curva cuando se han matado siete personas; solo restringen el uso de armas (como en Nueva Zelanda) cuando han masacrado a 50 personas; sólo retiran los Boeing 737 cuando han muerto 350 personas en Indonesia y Etiopía.

Sabemos que los gobernantes se suelen pasar por el forro los acuerdos si ven que para hacerlos cumplir tienen que variar sus inercias economicistas. Aquello del 0,7 % del PIB para acabar con la miseria en el mundo se quedó en agua de borrajas, igual que las cumbres del planeta para frenar los efectos contaminantes que amenazan la sostenibilidad en un plazo cada vez más corto.

Los científicos aseveraban hasta hace poco que no había que exagerar con lo del cambio climático, pues esas modificaciones en la climatología obedecen a ciclos largos. Pero las orejas del lobo se han hecho visibles y cada vez hay menos razones científicas que apoyen esta lentitud en los cambios; ya nadie tiene duda de que están llegando en el transcurso de nuestra propia generación y que si no ponemos remedio, todas esas catástrofes que se predecían para un futuro lejano provocadas por el calentamiento global las verán nuestros hijos en pleno apogeo cuando ya sea tarde para tomar medidas correctoras. Aquí sí que estaría justificado gobernar por decreto, porque la modificación de la conciencia colectiva requiere de un tiempo que ya no tenemos. Cuando yo era pequeño algunos veranos cazaba mariposas. Hoy los plaguicidas han acabado con ellas en gran número. Los niños de hoy no juegan en invierno con el carámbano, que ha desaparecido de los pueblos. Se han esfumando de los ríos especies piscícolas autóctonas, hemos asistido a la aparición de floras extrañas e invasivas en las márgenes ribereñas, como el camalote del Guadiana, y dicen que la población de abejas desciende alarmantemente presagiando crisis alimentarias sin precedentes. Aquí siempre hemos soñado con una Extremadura limpia, una especie de reserva natural de Europa que conservara sus paisajes, faunas y vegetaciones inalteradas, el sabor de sus comarcas y la esencia viva de sus pueblos. Creímos que el desarrollo sostenible sería aquí más fácil, pero el cambio climático y la desertificación nos afectarán igualmente aunque no tengamos la culpa. Es lo malo de los peligros globales, que no desaparecen con posturas testimoniales como comprarse un coche híbrido o apagar la luz una hora.

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