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Sala de espera hospitalaria, una tableta y la última novela de Landero compitiendo por entretener. :: A. T.
Cambiar a Landero por la Jurado

Cambiar a Landero por la Jurado

En los hospitales, ya se lee poco, ahora, el entretenimiento que todo lo puede es el WhatsApp

J. R. ALONSO DE LA TORRE

SEVILLA.

Jueves, 4 de abril 2019, 08:53

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Antes, en los hospitales, se leía mucho. En las convalecencias de los 90, las revistas volaban de habitación en habitación, se prestaban, se comentaban, se manoseaban, unos recortaban recetas, otros, los pasatiempos y cuando te las devolvían, eran un amasijo de papeles arrugados, pero daba gusto asistir a aquella voracidad lectora que se sustanciaba también en los periódicos en papel. Por la mañana, llegaban los relevos familiares con el HOY calentito y había cola para leerlo. No era raro que en cada planta hospitalaria hubiera varios lectores de novelas, que suscitaban tertulias literarias superficiales del tipo: «¿Qué tal está ese libro, de qué va, es emocionante, pasan cosas?»... Pero tertulias literarias al fin y al cabo.

No hace falta que les diga que todo eso ha pasado a la historia. En el hospital sevillano donde paso mis días y mis noches (mañana ya nos vamos), no he visto ni un solo periódico, ni una sola revista. Y la única novela que pulula por aquí es mi 'Lluvia fina' de Landero, que soy incapaz de leer con tanta tele encendida, pero en los pocos momentos de silencio, me está deparando momentos sublimes y consigue que me aísle, disfrute y piense eso que se dice de los grandes novelistas: «¡Qué bien me conoce este hombre!», que categorizado y trascendiendo lo personal quiere decir: «¡Qué bien conoce este hombre al género humano!».

Las estrellas del entretenimiento hospitalario son, lo han adivinado, el teléfono móvil como estimulante y la televisión como acompañante, un recital de Juan y Medio (estamos en Sevilla) con música de WhatsApp. ¡Ay, el maldito WhatsApp y sus avisos! Menos mal que en este hospital los ingresados lo son, mayoritariamente, por contratiempos traumatológicos. Si fuera la planta de cardiología, los avisos de los wasaps habrían provocado más de una crisis. Porque estás tranquilamente leyendo a Landero en la sala de espera, donde, ¡albricias, eureka!, no hay televisión, cuando de pronto suena el descorche de una botella, el redoble de un tambor, los acordes de Paquito el Chocolatero y, lo que más alucinado me tiene, las campanas de la catedral de Sevilla.

Se pueden imaginar ustedes la escena. Estás un tanto intranquilo tras tres días viviendo en el hospital, tras tres noches durmiendo en el eufemísticamente llamado sillón relax, duchándote a escondidas, sin afeitar, entrando en cuartos de baño que son usados como fumaderos espasmódicos y compulsivos... Estás así, de los nervios, consigues unos minutos de relax y lectura y de pronto suena Paquito el Chocolatero como si lo interpretara la banda municipal de Sevilla, destaponan tres botellas de vino atronando la sala, redobla un tambor y empiezan a repicar las campanas de la catedral de Sevilla. Todo a la vez, y cada vez que entra un wasap se repite el sacacorchos, el repique, el redoble y el pasodoble ¿Cómo voy a concentrarme en la historia de una mujer receptiva a la que le cuentan todo y en esas confesiones se condensa el universo cotidiano de una familia, de cualquier familia?

Con este panorama, no eres capaz de concentrarte ni en las fotos del Hola y se entiende que en los hospitales se lea poco. Supongo que esto tiene su parte buena: tanto ruido y tantos mensajes cruzados impiden que te concentres en la enfermedad y des vueltas a los dolores. Mandan tantos besitos, tantos ánimos y tantos chistes al paciente que no le da tiempo a pensar en la mala suerte que le fastidió el ligamento cruzado ni a dejarse llevar por el miedo a no volver a caminar como solía. Así que vivan las campanas de la Giralda, el clarín de la Maestranza y las cajas rítmicas de Perico de Triana y su combo, todo sonando a la vez en una habitación de diez metros cuadrados poniendo música a la voz de Pablo Iglesias, que le cuenta a Pablo Motos que él no es casta por haberse comprado un chalé.

Ante este panorama hospitalario, he tenido que guardar la novela en la mochila y ser como todo el mundo: he programado el WhatsApp con música de Rocío Jurado y me he puesto a ver los chistes que me mandan los 'cuñaos'. Cada vez que entra uno, suena 'Como una ola' y noto que la gente me mira de otra manera. Ya soy uno de ellos.

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