Café de puchero a 70 céntimos
Veranear en el pueblo. Tiendas bien surtidas, bares baratos y el trinar de los jilgueros como despertador
Son las diez y media de la mañana y estoy sentado en la terraza del bar La Pista de Ceclavín. La temperatura es ideal, el ... cielo reluce azul, la atmósfera está limpia y en la calle y en el bar hay un ambiente amable. Se respira tranquilidad, pero no aburrimiento ni mucho menos desolación. A menos de 50 metros de esta terraza, se encuentra la tienda donde se venden los periódicos y llama la atención que a las diez de la mañana, la hora de apertura, haya cola de lectores ávidos por comprar un diario en papel. Hay que andar despierto porque el HOY se acaba enseguida y en verano, como vayas a las once, lo normal es que se haya agotado.
También a menos de 50 metros están el DIA, bien surtido, varios bares, la panadería de Módenas con sus perrunillas de sabor antiguo, riquísimas, la farmacia, que tiene cola desde temprano y una farmacéutica joven y dispuesta que no solo despacha medicamentos, sino que también explica, aconseja y tranquiliza. Allí he comprado una crema protectora para el sol, es italiana, acaba de salir al mercado y solo la he visto en este pueblo rayano, periférico y rodeado por tres ríos donde paso una semana en el campo acompañando a mis padres, disfrutando del aire libre y de un silencio que solo rompen el sonido de la campana de la ermita de la Virgen del Encinar, patrona de Ceclavín, y otros ruidos líricos y agradables: mugidos, balidos, crotoreos y trinos varios. Digo líricos y agradables porque es lo que toca en un texto de alabanza de aldea y menosprecio de Corte. La verdad es que hay unos jilgueros que se despiertan antes de las siete y, de paso, también me despiertan a mí. Pero los pueblos extremeños son así y quejarse de los ruidos del campo es de necios.
Vuelvo a la terraza de La Pista porque tengo que contar lo que tomo mientras leo el HOY. Acabo de pagar 2,80 euros por un café solo, un agua con gas Vichy Catalán y una rebanada de pan con un trozo de tortilla. Por un agua con gas de menos calidad me cobran en una terraza de Cáceres esos 2,80 euros, pero los precios en las terrazas veraniegas de los pueblos no tienen competencia.
Hace unos años, les relatábamos en esta página que en San Vicente de Alcántara estaba a punto de estallar una revolución porque el pueblo estaba soliviantado. La razón era que el café había subido 10 céntimos. El tema era serio porque en este pueblo pacense, fronterizo con la provincia de Cáceres, existe la costumbre de ir de cafés. Es decir, además de salir de cañas o de vinos al mediodía, los vecinos también hacen rondas de cafés de puchero.
Pues bien, ha vuelto a suceder: la hostelería sanvicenteña ha decidido volver a subir 10 céntimos el café y de nuevo se barrunta revolución. Pensarán que estoy siendo contradictorio: animo a veranear en los pueblos por los precios de la hostelería y resulta que en algunos no paran de subir. Para entender la situación, hay que aclarar que en San Vicente, el café costaba 60 céntimos y ahora costará 70. ¡La ruina!
No olvido aquel bar de Torrejoncillo, el Aguja, donde el chato costaba 30 céntimos hace nada ni aquel de Villagarcía de la Torre con un precio aún más bajo: 20 céntimos la copita. En los pueblos de Extremadura se veranea barato, están bien surtidos y da gusto comprar perrunillas, despertarse con trinos y leer el HOY alejado del ruido.
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