Vistas desde el parque de la Alcazaba de Badajoz. HOY
El rincón favorito de ... Jacinto J. Marabel

El atardecer en un césped rodeado de historia

La Alcazaba de Badajoz ·

Las vistas desde el parque de la Alcazaba de Badajoz son el «espectáculo más hermoso del mundo» para Jacinto J. Marabel

Jacinto J. Marabel Matos

Sábado, 12 de agosto 2023, 07:40

Mi rincón favorito se encuentra en la Alcazaba de Badajoz. El recinto de la Alcazaba es un trocito arrinconado de la ciudad que acoge a ... su vez otros muchos rincones, recovecos y escondrijos, que de un tiempo a esta parte se ha convertido también en el refugio preferido de todo aquel que, anhelando sosiego y tranquilidad, acude a este remanso de paz, donde se ensancha el alma y deleitan los sentidos, a salvo del mundanal ruido, wifis, dimes y diretes.

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En busca de mi rincón favorito, paseo por el adarve acompañado de los trinos de los pájaros y el vuelo de las grullas que se adivinan como copos de nieve poco más abajo, sobre las Bardocas y el Pico del Guadiana. Si se presta atención, es posible escuchar también el murmullo de quienes pisaron antes estas nobles piedras, contando viejas e increíbles historias, como las de la Puerta de la Traición o de los Sargentos, la de la Siete Ventanas, la de la Mora Zoraida, la del Jinete sin Cabeza, la de la Casaca del Inglés y la del Pozo de Arco-Agüero. Adentrarse en el recinto de la Alcazaba, con permiso de su hermana elvense probablemente la más extensa de la Península, lo cual equivale a decir de Europa entera, es como viajar en el tiempo, rodeado de matas de lavanda, tomillo y romero, e ir descubriendo sin prisa los restos de la primera mezquita, de la catedral de Santa María del Castillo, de iglesias, ermitas, palacios y torres renacentistas.

La Alcazaba de Badajoz ha sido la joya de la corona de muchos reinos y de una república, la segunda, que una de las primeras cosas que hizo fue declararla Monumento Histórico-Artístico para que pasara a formar parte del Tesoro Nacional.

Apenas dos años más tarde, el mismo gobierno republicano autorizaría el derribo de la fortificación abaluartada en aras de la expansión urbanística de la ciudad, pero eso es ya harina de otro costal, porque, a lo largo de los siglos, los mandamases siempre mantuvieron una relación amor-odio con el patrimonio badajocense, en la que en muy contadas ocasiones salió ganando el primero.

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Y así nos va, pese a que la Alcazaba de Badajoz desborda Historia por los cuatro costados. Durante mil años Badajoz fue su Alcazaba. Aún puede sentir aquí, labrada en piedra, la presencia de sus más insignes moradores: un renegado y un esclavo, Ibn Marwan y Sabur, el Gallego y el Persa. El Gallego fundó Batalyaws sobre el Cerro de la Muela, allí donde el emir de Córdoba, cansado de pelear, le permitió asentarse con su gente para fundar la legendaria dinastía de los marwánidas. El fantasma de Ibn Marwan, el moro de la barba bellida o bermeja, se aparece las noches de luna llena sobre la Torre Vieja, reclamando el tesoro que dejó escondido en la cueva de un risco de la Sierra de Santa María.

La memoria del persa Sabur, el antiguo esclavo que extendió la taifa hasta el Atlántico y llenó la Corte de poetas, músicos y matemáticos, se conserva en el Museo Arqueológico: una estela funeraria que, pese al indudable valor histórico, no acaba de hacer justicia a la inmensidad de su figura. Con el rey Sabur Badajoz vivió una Edad de Oro, una época de esplendor inaudito y nunca visto, llorada y perdida para nuestra desgracia en la noche de los tiempos, cuando aftasíes y bereberes se empeñaron en asolar la arcadia feliz que escondía sus muros.

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El rey Sabur se merece más que nadie una estatua, infinitamente más que el rey leonés que nunca llegó a entrar, que ni estuvo ni se le esperaba y al que le importaba una higa la ciudad.

Una estatua, monumental y digna, que le permita asomarse a las aguas de su querido Guadiana, que antaño bajaban calmas o traicioneras, según les antojara, y hoy lo hacen amortajadas de nenúfares y camalotes, para disfrutar de los atardeceres desde la Alcazaba, el espectáculo más hermoso del mundo.

Nadie debería perderse la puesta de sol desde la Alcazaba de Badajoz, elegir un lugar sobre la hierba y posar la vista sobre el horizonte para descubrir toda la gama de colores dorados, ocres y añiles, que el cielo refleja en el espejo manso del río que se desliza sin prisa hacia Portugal.

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Mi rincón favorito de la Alcazaba está aquí, sobre la hierba. No podría ubicarlo con exactitud, un paso acá o allá, ladera arriba o abajo, más cerca de este árbol que del otro, pero es siempre aquí y a la misma hora. Porque mi cita nunca falla y el sol acude siempre puntual a pintar el horizonte de colores.

Una vez fue al revés y alguien lo retrató a él. En 1906, un joven de veinte años, enamorado de estas vistas, subió hasta aquí, asentó el caballete, desplegó la paleta y pintó a dos niñas oteando el rojizo confín del atardecer sobre las vegas del Guadiana. Llamó al cuadro 'Atalayando', lo presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid y recibió una mención honorífica, el primer galardón de los otros muchos que jalonarían una extensa y prolífica carrera artística.

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Ese joven, que un día pintó un cuadro en este mismo lugar, sobre la hierba de la ladera donde se encuentra mi rincón favorito, se llamaba Adelardo Covarsí, y ya entonces sabía que la puesta de sol desde la Alcazaba de Badajoz es un privilegio único e inigualable, que se disfruta en sorbos breves y se saborea a lo largo de la vida, pero que merece ser pintado para que perdure toda la eternidad.

La Alcazaba, como mirador de la ciudad, tiene un fácil acceso a pie desde el casco histórico. Además, cuenta con un aparcamiento intramuros que permite entrar con vehículos

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