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Laura Sousa, técnico de rehabilitación en la ONCE, junto a Primitivo Montes en una de las sesiones de rehabilitación. :: jorge rey
Cuando hay que aprender a vivir con la ceguera

Cuando hay que aprender a vivir con la ceguera

Caminar por la calle, contar monedas o llenar un vaso de agua se convierte en un reto | En las sedes de la ONCE en Extremadura más de 500 usuarios aprenden cada año técnicas para desenvolverse de manera autónoma en su día a día

Álvaro Rubio

Cáceres

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Domingo, 16 de diciembre 2018, 09:45

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Cierre los ojos e imagine que así serán sus horas, sus minutos y sus segundos. No hay casi nada. Ni caras ni paisajes. Solo algunas formas, sombras y mucha oscuridad. Así es el día a día de Primitivo Montes, un hombre de 61 años que vive en la localidad cacereña de Moraleja y padece degeneración macular exudativa, una enfermedad por la que el paciente puede llegar a perder agudeza visual en pocos meses e incluso semanas.

En el caso de Primitivo, no ve nada por el ojo izquierdo y por el derecho solo distingue siluetas de manera borrosa. Para adaptarse a ello se desplaza cada lunes a Cáceres en autobús con el objetivo de asistir a las sesiones que imparte Laura Sousa, técnico de rehabilitación en la ONCE. En ellas proporciona a las personas con discapacidad visual las estrategias y recursos que les permitan desenvolverse de forma autónoma y eficaz.

Primitivo está aprendiendo ahora a usar el bastón. Se afilió a esta organización en septiembre de 2016 y cogió ese objeto por primera vez hace un mes. «Cuando llega ese momento es una manera de decir que eres ciego», comenta Sousa, mientras Primitivo asiente con la cabeza. «Lo que más me ha costado ha sido aceptarlo, no lo asumía. Era una persona muy activa y de repente estaba sentado en un sillón de casa sin poder hacer nada. He llorado mucho, he llegado a pensar en el suicidio, hasta que un día decidí ir al médico», confiesa tras recordar los primeros momentos de la enfermedad.

La ONCE estima que en Extremadura hay 2.045 personas con discapacidad visual grave

«Por mi trabajo conducía mucho y empecé a notar que ya no leía los letreros ni con las gafas puestas. Al principio los médicos sólo me hablaban de vista cansada, hasta que un día llegué a la consulta y me dijeron lo que nadie quiere escuchar, que en dos meses estaría ciego», explica Montes, que fue encargado general de obra y durante su vida laboral tuvo a cientos de personas a su cargo.

A los 55 años la enfermedad le obligó a jubilarse y empezó a adaptarse a una nueva vida. Desde entonces le han hecho numerosas pruebas y achacan su patología al estrés. Con el objetivo de no perder la poca visión que tiene, ha pasado por dos intervenciones quirúrgicas y, según cuenta, lleva más de 50 inyecciones en los ojos. Una cada mes. También se somete a terapia fotodinámica. «Es duro. Cuando recibo este tipo de sesiones tengo que estar cinco días completamente a oscuras. No te puede dar el sol en ninguna parte del cuerpo», dice Primitivo, quien no pierde la ocasión para agradecer la labor que realiza el servicio de oftalmología del hospital Nuestra Señora de la Montaña de Cáceres y los profesionales de la ONCE.

«Lo que más cuesta es aceptarlo. He llorado mucho e incluso llegas a pensar en el suicidio»

Primitivo Montes | Persona con ceguera

En la sede cacereña de la Organización Nacional de Ciegos, primero empezó a utilizar ayudas ópticas como lupas electrónicas para optimizar el resto de visión y, más tarde, le plantearon participar en sesiones individualizadas de orientación y movilidad. «Los programas son muy personalizados. Cada uno tiene unas necesidades diferentes y se trabajan aspectos muy variados», matiza Sousa para hacer referencia a algunos de los aspectos que centran este tipo de sesiones. «Por ejemplo, hemos trabajado el conocimiento de las monedas. Cada una de ellas tiene un canto diferente y los usuarios las reconocen con el tacto», añade Laura, quien está segura de que cuando Primitivo sepa manejarse con el bastón será el momento de empezar con Braille y técnicas relacionadas con las nuevas tecnologías. «Ahora, con un ordenador, se tiene acceso a toda la información. Hace 20 años, o leías algo a una persona ciega, o no podía hacer casi nada. En ese sentido los avances tecnológicos han ayudado muchísimo».

Los otros sentidos

Otro de los aspectos que trabaja Laura Sousa junto a sus compañeros es el desarrollo de sentidos como el tacto y el oído, que se convierten en primordiales. Ella atiende a unas 60 personas al año, y en toda Extremadura pasan por algunos de los programas de servicios sociales de la ONCE un total de 500 usuarios.

De ellos, el 80% mantienen algo de visión y el 20% tiene ceguera total. «Cada vez ese número se reduce. Cuando empecé a trabajar en la ONCE, en 1986, todos los usuarios eran ciegos», recuerda Laura.

Actualmente hay 2.045 personas con discapacidad visual graves afiliadas a la ONCE. «Casi toda la población extremeña con ceguera legal suele pertenecer a esta organización», aclara Rosa Camacho, jefa de servicios sociales. «También trabajamos con niños que nacen ciegos. A ellos les educamos para que usen otros sentidos. Otras personas tienen una pérdida progresiva y a veces es repentina y se debe a otras enfermedades», añade Camacho.

Ella especifica que la ley considera ciego al que tiene una agudeza visual menor o igual a 0,1 (1/10 en la Escala de Wecker) o su campo de visión es inferior a 10 grados. Se refiere al que ve a menos de un metro lo que otra persona con visión normal vería a diez. Es una discapicidad que no se corrige con ayudas ópticas convencionales, como la de Primitivo.

Él tiene la esperanza de no perder la visión por completo. Sabe que hay cosas que ya no podrá volver a hacer como conducir y trabajar. Sin embargo, poco a poco va disfrutando de otros aspectos que le brinda la vida. «Cuando te pasa algo así valoras lo realmente importante, que es pasar tiempo con tu familia», reconoce justo antes de confesar su sueño: «Me gustaría ver bien la cara y la sonrisa de mis tres nietos».

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