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Cerezas del Valle del Jerte puestas a la venta en el mercado de la Boquería de Barcelona. :: E. R.
Cómo acabar con el frutero

Cómo acabar con el frutero

Engañamos al dueño de la zapatería: nos probamos sus zapatos y los pedimos por Amazon

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Jueves, 7 de marzo 2019, 08:14

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Estamos acabando con nuestra manera de vivir, la que nos gusta y reconforta. Es algo incomprensible, pero imparable. Pensemos seriamente en cuánto nos gusta salir de compras. Es agradable entrar en la tienda de siempre y charlar con nuestro comerciante de cabecera. ¿Se acuerdan de cuando iban a la zapatería y se ponían en manos del vendedor? Él les recomendaba un calzado, les probaba el zapato, apretaba la puntera para ver si le hacía daño y salía usted de la tienda tan contento y tan seguro con su par de mocasines o de botas debajo del brazo.

Ahora vamos al zapatero a engañarle. Reconózcanlo, le piden los zapatos del escaparate para probárselos, ver si les sientan bien y luego volver a casa para pedirlos por Amazon. El tendero lo sabe y, sin embargo, trata igual al que viene a hacerle perder el tiempo para luego no comprar que a quien sabe que se va a llevar los zapatos.

Lo que nos gusta es entrar en la tienda y que nos den conversación. No que nos agobien, pero sí que hablen con nosotros, que nos den pequeños consejos sin atosigar, que nos envuelvan lo comprado mientras hablamos de la familia, del tiempo, de si el desfile de Carnaval estuvo mejor o peor que el del año pasado. Pero si, además de charlar, no compramos, acabarán cerrando la tienda y a ver de qué hablamos con los de Amazon.

Eso de entrar en la tienda multinacional y que solo nos digan: «Puedo ayudarle en algo» nos deja libertad, es verdad, parece que no nos compromete, pero no es lo que nos gusta porque convierte la compra y su protocolo en mera adquisición, en un acto frío y sin gracia que pierde su carácter ancestral de rito social. Porque, desde siempre, ir de compras ha tenido viso de ceremonia. Nos poníamos guapos, salíamos en familia, recorríamos las tiendas de siempre, decíamos aquello de nos harás una rebajita y nos la hacían. En fin, una fiesta cotidiana y gratificante.

Ahora es diferente. He visto a vendedores modernos muy chachis reírse de un caballero mayor que les decía lo de la rebajita. ¿Pero qué se ha creído usted que es esto?, le soltaron y el hombre se sintió confuso, pagó y se fue. ¿Qué es esto? Pues nada más y nada menos que el fin de un modo de vida, de una civilización que tenía sus costumbres y sus tradiciones como esta de ir de compras y no solo llevarse productos a casa, sino también unas risas, una conversación, la sensación de ser bien tratado y el reconfortante placer consuetudinario de lo doméstico.

Somos como esos pueblos que se obcecan en destruirse a sí mismo sin reparar en lo que están haciendo. Es decir, somos españoles. Ahora nos ha dado por la moda americana del 'mall' y el 'online' abandonando al frutero, al charcutero y al pescadero. Cada vez que nos dejamos llevar por la tentación de la comodidad y del precio y llenamos el carrito de peras de no se sabe dónde, de manzanas del Valle de Aosta o de bananas baratas de muy lejos en lugar de comprarle al tendero de la esquina fruta de aquí cerca, de calidad contrastada y de precio justo, cada vez que hacemos eso, nos estamos cargando al frutero.

La cereza turca es barata porque ellos cosechan diez veces más cereza que en el Valle del Jerte, porque la recogen mecánicamente de tierras llanas y porque es una fruta de batalla. Pero la compramos en el hipermercado por barata sin fijarnos en su calidad y de paso nos cargamos dos pájaros de un tiro: el frutero y el cerecero.

No se trata de ir de buenos por la vida comprando lo caro, se trata de entender que comprar un cordero neozelandés que ha crecido estabulado en un barco durante la travesía hasta España no puede ser lo mismo que comprar cordero de nuestras llanos de Cáceres o de La Serena.

Estamos acabando con el librero, el zapatero, el ortopeda y el relojero so pretexto de la comodidad. Con ellos, nos cargamos el modo de vida que nos gusta. Luego nos podrá la angustia y recurriremos al yoga, a la meditación y al 'mindfulness' para recuperar la armonía, pero la culpa es nuestra por habernos cargado al frutero.

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