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Los taxis de Badajoz son utilitarios con chófer dicharachero.
El lagarto ligón

El lagarto ligón

Nunca se me habían acercado tantas señoras a hacerme preguntas

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 24 de mayo 2017, 07:48

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Últimamente ligo mucho. Se me acercan mujeres nuevas que me hacen preguntas inquietantes sobre la suavidad de mi piel o sobre las caricias de mi ropa. Últimamente, ligo mucho, sí, de verdad, pero no es mi conversación, mi apariencia ni mi carácter el motivo de mi atractivo, sino mis conocimientos sobre detergentes. Nunca me habían abordado tantas señoras de todas las edades para preguntarme ansiosas detalles sobre la colada más blanca, la loza más limpia y el suelo más brillante. Y yo me aprovecho de mi sabiduría jabonosa para entablar nuevas relaciones y conocer más a fondo las particularidades siempre esquivas del alma femenina.

Como sé que el tema del detergente mágico que conté en esta página se agota muy pronto, ruego a mi mujer que me informe de detalles y me procure nuevos temas de conversación para mis ligoteos callejeros. Así, ya sé responder a la pregunta que más me ha hecho ligar en mi vida. Porque si antes, en mi edad segunda, uno se aproximaba a ellas preguntándoles si estudiaban o trabajaban, ahora, ellas se acercan a mí preguntándome si para hacer el detergente mágico que recomendé en esta página hay que usar jabón Lagarto verde o amarillo.

Es en ese punto cuando las invito a tomar café con la promesa de desvelar tan misterioso enigma y triunfo contando la siguiente historia: da lo mismo el jabón Lagarto verde que el jabón Lagarto amarillo. En un primer momento, todos los jabones Lagarto eran de color amarillento clarito, pero a los ginecólogos les dio por recomendar el Lagarto para la higiene íntima: «Va a lavarse usted con jabón del Lagarto verde». No se referían con el verde al color del jabón, sino al color de los lagartos. Pero las señoras, en el mostrador del droguero, exigían una pastilla de jabón Lagarto verde, tenía que ser por fuerza verde, como había dicho el médico. Y en la fábrica del popular jabón neutro no lo dudaron: empezaron a fabricar pastillas verdes, que eran igual que las amarillentas, pero se ceñían de manera más precisa a las populares recomendaciones ginecológicas.

Comprenderán ustedes que contar estas historias tan íntimas y tan higiénicas saboreando un café une mucho. Y qué decir si la confidencia jabonosa se hace en un taxi. La otra tarde, bajé del tren en Badajoz y fui a montarme en un taxi que llegaba. El conductor me avisó de que su clienta era una señora que lo había llamado por teléfono. Y efectivamente, allí estaba la mujer en cuestión, que montó, pero me invitó a compartir con ella el servicio público. Así que allí nos fuimos tan ricamente: ella camino del podólogo y yo camino de El Faro. Naturalmente, la invitación era interesada: la buena señora quería saber detalles sobre mi detergente de primera mano. Me abrí a ella, le detallé lo del Lagarto verde y no me dejó pagar el taxi en connivencia con el conductor, que participó entusiasmado de charla tan doméstica.

Los taxis de Badajoz son diferentes a los de Cáceres. En Badajoz, se estila más el vehículo utilitario y los taxistas entablan conversación inmediatamente. En Cáceres, predominan las berlinas de medio lujo y el conductor, sobre todo si es joven, parece más chófer discreto que taxista dicharachero.

Un taxista pacense me contó que en Badajoz, la gente se guía más por los bares que por las calles y dicen: «Vivo encima del Galaxia o por donde estaba el Martín Fierro». Otro me contó que en su pueblo, en los bautizos, los niños eran muy crueles y les cantaban a las madrinas: «Madrina pelona, si no nos convidas, que se te muera la cría». Y las madrinas, para que callaran, les tiraban castañas pilongas y aquellas monedas de diez céntimos con un caballo tan mal diseñado que parecía una perra gorda. De ahí lo de me he quedado sin perras. Algo que no les sucede a las señoras a las que recomiendo el Lagarto verde, un jabón tan eficaz y barato que por 1,35 lavas, ligas y viajas gratis en taxi.

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