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Un variado lote de productos gastronómicos extremeños. :: hoy
¿Qué regalamos al ponente?

¿Qué regalamos al ponente?

Hay que obsequiar al conferenciante con productos gastronómicos

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 2 de noviembre 2016, 08:37

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El otro día inauguré el curso en el instituto García Téllez y me regalaron dos botellas de tinto extremeño Mansaborá, que decía Pablo Medrano que no tiene nada que envidiar al Pago de Carraovejas. Fue emocionante recibir aquel presente. Nada de bolígrafos, carpetas ni libros objeto y, sobre todo, nada de placas. Cada vez que llego a casa con una placa, intuyo las intenciones de quien la coloca en una repisa: tirármela a la cabeza. Con las repisas llenas de placas pasa como con el Victoria & Albert Museum de Londres, que mi madre, cuando lo visitó, no se admiró ante tanta pieza preciosa y tanto detallito 'art déco', sino que exclamó: «¡Virgen Santa!, pobre de quien tenga que limpiar el polvo de tanto cacharro».

Cuando acude alguien a conferenciar a la Casa de Cultura, al instituto o al Casino, las cabezas pensantes se reúnen para decidir qué se le regala y convienen en que lo mejor es una placa bonita con una leyenda cariñosa. Y al acabar la conferencia, se acercan al ponente y le hacen el obsequio, que llega convenientemente envuelto y guardado en una caja. El agasajado la abre con mucha ceremonia, sabiendo perfectamente de qué se trata, pone cara impostada de sorpresa, sonríe emocionado y agradece casi con lágrimas en los ojos, que son falsas si no se encarga de limpiar el polvo en su casa o sinceras si le toca ese menester doméstico.

Por eso, cuando me regalaron dos botellas de vino, me llevé una gran alegría. La misma que en Guareña cuando recibí una botella de aceite por hablar o en Hervás tras recoger un bote de miel, una lata de pimentón y unos chorizos por pregonar. Porque una cosa está clara: a nadie le pagan por hablar, olvídense de pedir dinero por dedicar dos tardes a preparar su conferencia, hacerse 200 kilómetros, charlar durante dos horas, ser amable con medio pueblo, cenar con quienes le invitaron y regresar a casa a las dos de la madrugada. Pero ya que no le pagan a usted (el del sonido, cobra, la imprenta que hace los carteles, también, el bar que trae el agua mineral, lo mismo y si algún empleado hace horas extras, no le faltará la bonificación). Ya que no le pagan, digo, por lo menos que le alegren la merienda del día siguiente.

En mi lugar de trabajo procuro ser coherente y a los conferenciantes les pagamos siempre el hotel, el viaje y la gratificación correspondiente, pues entendemos que la cultura es un trabajo más. Pero no falta el detalle de recuerdo. En ese punto, pretendíamos ser originales y no dábamos placa, pero yo creo que hacíamos el ridículo igual porque entregábamos un abrecartas, un archivador, una cartera mona. El conferenciante observaba el obsequio con cara de póker, hasta que adivinaba o le explicábamos que aquel puñal plateado era para abrir unas cartas, que, dicho sea de paso, ya no recibe nadie, y ponía cara de felicidad extrema. «Cada vez que encuentre en el buzón una carta del banco, la abriré acordándome de vosotros», nos decía con sorna, y yo interpretaba al instante que se acordaría, en tal caso, de nuestra madre.

Así que, tras la alegría de las dos botellas de vino, hemos cambiado la costumbre de entregar a los conferenciantes presentes inútiles, hemos copiado al Téllez y cuando el otro día vino un importante catedrático de Madrid a inaugurar el curso, le entregamos una aparente caja conteniendo licor de cereza del Jerte, cerezas, también del Valle, en conserva, una botella de aceite de oliva virgen extra de Gata, una caja de bombones de higo de Almoharín, un tarro de mermelada artesana de Guijo de Santa Bárbara y una botellita de vino Ribera del Guadiana. Supe que habíamos acertado porque el conferenciante no se separó de su caja en toda la mañana.

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