Secciones
Servicios
Destacamos
Antonio J. Armero
Domingo, 31 de enero 2016, 00:31
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
En la cuarta planta del hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, alguien acaba de leer La naranja mecánica (Anthony Burgess, 1962). Mientras le llega el momento de bajar cinco plantas, hasta el semisótano donde está la biblioteca, el libro, de pastas duras, encuadernación cara, luce sin que nadie lo pueda tocar. Está dentro de una urna de metacrilato con cerradura, como las que hay en cada una de las plantas, junto al puesto de control de enfermería. Todas las semanas, alguien recorre el hospital de arriba a abajo vaciando esos recipientes que si hablaran, darían para escribir un tratado sobre la condición humana. La lectura cura han pintado, letras rojas sobre madera blanca, en un carrito de los que se utilizan como revistero y que ahora está aparcado en la planta semisótano, a dos pasos de las estanterías desbordadas, en un rincón alejado de las prisas y los miedos. Aquí no hay gente que espera, ni hay angustias ni miedos. Aquí no se dan noticias, ni buenas ni malas. Hasta huele distinto. Este lugar es un refugio, una isla donde los dolores se olvidan y el pulso baja. Es la biblioteca del hospital.
«Aquí hemos escuchado unas historias... Cuando no había e-books ni tabletas y la gente bajaba más a leer, y hablábamos con ellos de literatura, de las novedades, de lo que nos gustaba leer a cada uno... Me acuerdo de los enfermos crónicos, que venían durante días, de los de diálisis...». Montaña Vivas lleva 26 años metida entre libros. Es la bibliotecaria del hospital San Pedro de Alcántara, el único de Extremadura, junto al Virgen del Puerto en Plasencia, que tiene una biblioteca de pacientes. En Badajoz y en Mérida este servicio no existe como tal y la opción es el préstamo de libros que gestionan los respectivos SAU (Servicio de Atención al Usuario). En Coria se puso pero no llegó a funcionar. En Navalmoral de la Mata tienen libros, pero no espacio para habilitar una sala de lectura, aunque si a un paciente o su familiar le apetece leer, no tiene más que decírselo a la enfermera, explica el SES (Servicio Extremeño de Salud). Esto mismo sucede en otros hospitales de la comunidad autónoma, donde los libros para enfermos y sus familiares han perdido el protagonismo que tuvieron.
La realidad actual tiene poco que ver con la que se vivió, por ejemplo, el 1 de marzo de 1966, el primero en la vida de la biblioteca del San Pedro de Alcántara, que nació con 884 volúmenes. Eran títulos de religión, historia y clásicos de la literatura universal, comprados a la librería Bujaco. Se invirtieron en el proyecto 62.000 pesetas (372,63 euros). Aquel 1 de marzo de hace medio siglo se prestaron siete libros: una biografía de Juana de Arco, otra de Santa Bernardeta, La enciclopedia del bordado, 20.000 leguas de viaje submarino (Julio Verne), Dios baja al infierno del crimen (M. Raymond), La Virgen nuestra señora (Federico Suárez) y En capilla. Cuando acabó ese año fundacional se habían realizado 1.090 préstamos, y hasta quince días antes de que terminara el año 1974, el número se elevaba a 7.795. O sea, casi 900 préstamos al año.
La segunda etapa en la historia de la biblioteca de pacientes del San Pedro comenzó en el año 1990, gracias a la iniciativa de Julián García Vargas y Jorge Semprún, ministros de Sanidad y Cultura respectivamente, que pusieron en marcha un programa de bibliotecas en centros sanitarios, germen del servicio actual. Eligieron 16 hospitales de España, y uno de ellos fue el San Pedro, al que llegaron dos mil volúmenes para empezar a funcionar.
De aquello hace un cuarto de siglo, pero el catálogo que se editó entonces 281 páginas, en blanco y negro excepto las cubiertas es el mismo que hoy se ve por los pasillos de estos dos hospitales. Las bibliotecas para pacientes, o su sucedáneo el servicio de préstamo de libros, ya no son lo que eran, pero en el San Pedro de Alcántara y en el Virgen del Puerto sigue habiendo un espacio físico para las historias escritas, con una mesa y sillas para sentarse a disfrutarlas. «Lo que nos mandó el Estado en el año 1990, unos dos mil libros, era una selección de títulos buenísima», recuerda Montaña Vivas, que es licenciada en Historia del Arte y lidera una plantilla integrada por tres mujeres.
Revistas con muchas
Los cuatro mil libros que tiene la biblioteca son competencia suya. También las revistas, que aquí tienen varias vidas. Las mandan desde la biblioteca pública Rodríguez Moñino/María Brey. Allí ya han sido leídas, y ahora les espera un doble destino: la unidad de Psiquiatría del otro hospital de la ciudad (el Nuestra Señora de la Montaña) y el hospital de día de Oncología del San Pedro, por donde a diario pasan enfermos de cáncer para someterse a largas sesiones de quimioterapia. «Cuando ya llevan un tiempo en esos dos sitios explica Vivas, las ponemos en los revisteros que tenemos repartidos por las distintas plantas del hospital, para que las coja la gente que va a las consultas».
Un circuito de lectura gratuita que satisface especialmente a la bibliotecaria, que tras 26 años en el servicio, no tarda un segundo en responder cuando se le plantea cuál es el perfil de quien les pide algo para leer. «Una mujer de 40 a 60 años, aunque también hay bastante madres jóvenes detalla, y lo que más piden son novelas de amor o de misterio». Las preferencias están claras, aunque hay espacio para casi cualquier cosa, incluidos los nostálgicos de las novelitas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía
En la época de Internet sigue habiendo quien devora libros, como Elena, que lleva veinte días sin salir del hospital Virgen del Puerto de Plasencia. En este tiempo se ha leído En tiempo de prodigios (Marta Rivera de la Cruz), El viajero de la noche (Maurizio Maggiani) y La conspiración de Asworth Hall (Anne Perry). A elegir los títulos le ha ayudado Mamen Martín, que atiende el servicio con una amabilidad entrañable. En su libro de registro, donde anota un nombre y un número de habitación para cada préstamo, figura Elena junto a un cuarto título: Corsarios de Levante (Arturo Pérez-Reverte). «Lo cogí ayer y lo había empezado, pero le acaban de dar el alta a mi hermano y nos vamos», cuenta la mujer, que vive en Jerte, a media hora en coche de Plasencia.
Su cara refleja el cansancio de tres semanas viviendo en un hospital, pero antes de marcharse, pasa a saludar a Mamen, que está en su puesto de la biblioteca de pacientes del hospital placentino. Está en la tercera planta, en un espacio con varias estanterías y dos mesas con sillas y varios ordenadores, en el mismo aula en la que está Cibercaixa, un espacio para el ocio y el aprendizaje patrocinado por La Caixa.
Catálogo desactualizado
«Yo sabía que el hospital tenía una biblioteca porque hace veinte años estuve ingresada durante cuarenta días por un problema en la columna vertebral, y entonces mi hermano me traía libros; me leí unos cuantos, varios de ellos de un montón de páginas», cuenta Elena. «Al volver a utilizar el servicio ahora sigue he notado que el catálogo está más desactualizado, que faltan novedades, títulos recientes».
Conscientes de ello son en Plasencia y en Cáceres. En los últimos treinta años, las aportaciones de fondos han sido mínimas. De hecho, el catálogo se alimenta sobre todo de donaciones, más alguna iniciativa excepcional, como la colección Biblioteca de cabecera, promovida en el año 2006 por la Editora Regional y el SES, en el marco de Lecturaextremadura, el plan de fomento de la lectura en la comunidad autónoma.
Eran libros de plastas blandas y letra grande, concebidos pensando en quienes pasan el día en un hospital. La particularidad de estos lectores, los posibles problemas que pudieran encontrar para leer, es lo que movió a Inmaculada Paniagua a hacerse con unas cuantas lupas. «También teníamos un atril, por si había personas que no podían sostener bien el libro», recuerda ella, que es la encargada del servicio de biblioteca en el hospital placentino, donde no hay urnas de metacrilato en cada planta, pero sí una caja para dejar los libros. Está en la tercera, junto al espacio que comparten la ciberaula y la biblioteca de pacientes, y si existe es porque se le ocurrió a Inmaculada Paniagua. «Se la encargué al carpintero, y el tapicero le puso un acolchado para que el libro no se dañara cuando lo dejaran caer», cuenta la responsable, que al igual que su compañera de Cáceres, dedica mucho más tiempo a la biblioteca científica.
La de pacientes es un apéndice de la profesional, que vive fundamentalmente de Internet (ver información que acompaña este reportaje) y que tiene mucha más actividad. También disfruta de más espacio físico. De hecho, tanto en el San Pedro de Alcántara como en el Virgen del Puerto hay servicios que han crecido a costa de robarle metros cuadrados a las bibliotecas de pacientes, que resisten como quijotes enfrentados a los molinos de la tecnología. Son islas con un aire romántico donde sigue vivo el viejo lema, el del carrito de las revistas en rojo sobre blanco: La lectura cura.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
TodoAlicante
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.