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¿Qué Unidad Popular en Extremadura?

JÓNATHAM F. MORICHE

Miércoles, 23 de septiembre 2015, 00:20

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LAS elecciones del pasado 24 de mayo dejaron una conclusión inequívoca: en nuestra región, el desgaste del turno bipartidista, clave de bóveda del sistema político español de 1978, discurre con mucha mayor lentitud que en el promedio del país. En las urnas autonómicas extremeñas, PP y PSOE perdieron el 11% de su electorado (del 89'5% en 2011 al 78'5% en 2015), frente a un descenso promedio estatal del 18'5% (del 70% en 2011 al 51'5% en 2015). En las municipales, los partidos del turno perdieron en Extremadura un 6% de sus electores (del 84'5% en 2011 al 78'5% en 2015), frente al 13% de promedio estatal (del 65% de 2011 al 52% de 2015).

Parte de las causas de esta mayor lentitud en el desgaste del bipartidismo en Extremadura puede atribuirse a factores estructurales que, como una población de edad más avanzada, una mayor dispersión geográfica o una menor penetración de las nuevas tecnologías de la comunicación, operan en general en favor de las ideas y formaciones políticas consolidadas frente a las emergentes. Pero otra parte refiere a las muy concretas circunstancias políticas extremeñas de la pasada legislatura, y al modo en que estas dispusieron la confrontación electoral.

En 2011, los diputados de IU, por mandato de sus bases, permitieron con su abstención que el PP gobernase Extremadura con mayoría minoritaria en la Asamblea. Esta decisión, planteada originalmente como saludable gesto de independencia y coherencia frente a los intereses y responsabilidades compartidas por ambos partidos del turno, se deslizó en pocos meses hacia el alineamiento apenas encubierto con el ejecutivo regional. IU pudo intervenir formal o informalmente en distintas instituciones y entidades clave de la región -de la CEXMA al SEXPE pasando por Acorex o Caja Rural- a cambio de una oposición de terciopelo a los severos recortes en áreas que, como educación, sanidad, dependencia o cooperación, la formación había consignado como intocables antes de permitir la investidura de Monago. IU, que durante anteriores gobiernos del PSOE había desarrollado óptimas sinergias con los movimientos sociales en campañas contra proyectos desarrollistas como la refinería de Tierra de Barros o las térmicas de la comarca de Mérida, perdió la conexión y terminó por enfrentarse abiertamente, en defensa de sus acuerdos parlamentarios y extraparlamentarios con el PP, a los movimientos sociales contra los recortes, contra los desahucios o por la renta básica, además de a buena parte de sus propias bases y electorado.

Se ha descrito el sistema político español de 1978 como un balancín en el que el peso de uno de los grandes partidos al bajar impulsa mecánicamente al otro a subir y así sucesivamente, y su actual crisis, como una avería de ese mecanismo, tras la que el PP puede desplomarse sin que suba o incluso también bajando el PSOE. Los últimos resultados electorales parecen confirmar este diagnóstico a escala estatal. Pero en las singulares circunstancias políticas extremeñas, Fernández Vara tuvo y aprovechó la oportunidad de reparar este balancín, con toda la banda izquierda del campo político a su disposición gracias al enroque a la derecha de IU y, al menos hasta la aparición de Podemos, como único referente posible para un cambio de gobierno en la región.

Para cuando Podemos empezó a tomar cuerpo en Extremadura, el PSOE ya había consolidado esa imagen de recambio viable ante buena parte del electorado. Una dificultad añadida para un cambio político sustancial en nuestra región, a la que se vendrían a sumarse luego la errática y conflictiva construcción orgánica regional de Podemos, que mermó dramáticamente sus fuerzas y su imagen pública, y su muy restrictiva lectura de los acuerdos de Vistalegre -muy distinta a la aplicada con éxito en Madrid, Barcelona, Zaragoza o A Coruña-, que frustró posibles confluencias con otros sujetos políticos y sociales por el cambio en la región y en muchos de sus municipios. Las propuestas de confluencia hubieron de padecer además el activo sabotaje de la IU extremeña, entrampada hasta las entrañas en las múltiples y sórdidas hipotecas de su estrategia acomodaticia, y ya total e irreparablemente fuera de órbita del movimiento por el cambio político. Precisamente en Extremadura, donde el turno bipartidista había gozado de mejores condiciones para recomponerse, su alternativa se presentaba más frágil y fragmentada. Los modestos resultados electorales quedaron, en consecuencia, muy lejos, tanto de modificar significativamente la estructura política regional, como de hacer una aportación extremeña sustantiva al movimiento estatal por el cambio político.

Faltan menos de cien días para las elecciones generales. Será difícil que en Extremadura se alcancen en ellas los mismos objetivos que en territorios con condiciones y trayectos más favorables, pero sí podría aspirarse a romper el techo de cristal que esas condiciones adversas parecen imponernos, y llevar al menos una o dos voces extremeñas a la bancada por el cambio político en el Congreso de los Diputados. Las urnas ya han demostrado que son amplias alianzas transversales de sujetos heterogéneos, juramentadas en torno a principios, programas y procedimientos compartidos, como Barcelona En Común o Ahora Madrid, las que logran conmover irreversiblemente los cimientos del sistema político. Un doble movimiento construye e identifica a estos nuevos sujetos de la Unidad Popular: elevar el listón ético y al mismo tiempo abrir el arco político, cerrar el paso a quienes pretenden hacer del movimiento por el cambio un instrumento de intereses particulares o sectarios, a la vez que prestar el más amable de los acomodos a las múltiples inflexiones teóricas y prácticas que puede tener, en sociedades tan diversas y complejas como la nuestra, el honesto afán de bien común. En Extremadura, donde mayores dificultades de partida se enfrentan, es donde más importante resulta acometer este empeño con la mejor de las disposiciones. No será, por supuesto, tarea fácil. Pero, con inteligencia, determinación y generosidad, aún se puede.

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