La Tula: «Una tapería con nombre unamuniano»

En la Plaza Mayor de Cáceres, en la esquina con Gran Vía, donde durante años estuvo una sucursal de la Caja de Ahorros de Extremadura, abre una nueva tapería con nombre de novela unamuniana: La Tula. Se suma este local al florilegio de restaurantes, cafés y taperías concebidas con buen gusto y mejor oferta que han cambiado la plaza cacereña. La Tula cuenta con una de las mejores terrazas de Cáceres: situada en la parte alta del ágora principal, permite cenar o comer mientras se disfruta de la visión de una de las plazas más bellas de España, la mayor de Extremadura, antesala de la ciudad antigua y ejemplo único de arquitectura popular.

El comedor interior está muy conseguido: combinación del verde, en diversas tonalidades, y el blanco, los cuadros acogiéndonos en un ambiente doméstico y más verde en la carta, en las sillas, hasta en la presentación de algunos platos. La vajilla es propia del estilo informal de tapería, pero las copas de vino son serias, formales, canónicas.

El servicio es rápido y eficiente. Verónica, profesional maître, es de las que avisan de que no pidas más platos si te pasas. Otra camarera, en la terraza, es muy popular entre la clientela porque acostumbra a cantar. Estos detalles ayudan a convertir la cena o la comida en un ejercicio amable: te sientes a gusto.

Los dueños tienen otra tapería en la plaza Marrón y antes regentaban un local en Nuevo Cáceres. Pedimos dos cañas, dos copas de vino blanco (un Rueda y un Nadir Cayetana), dos postres, tres platos y pan y pagamos 45 euros.

Probamos el humus con crujiente pan de hogaza (6,90), un humus divertido y curioso: estaba bien conseguido y el acompañamiento convertía la experiencia en un momento tan sabroso como entretenido.

Fuera de carta, Verónica nos ofreció un timbal de aguacate (9,90), que pedimos y era tan fotogénico como delicado: helado sobre aguacate y crema, mucho verde, mucha frescura, muchas sensaciones visuales y gustativas. Vino después un pisto con patatas, huevo y escamas de pimentón de la Vera (7,90) en el que los sabores de la fritada vegetal eran intensos y la suavidad del huevo frito convertía el plato en una combinación elegante.

Los postres entran por los ojos, se presentan con gracia y mimo y son una perfecta culminación a esta visita a La Tula que, por estar en lugar tan turístico, siempre provoca ciertas dudas, ciertos prejuicios que conviene desterrar en esta Plaza Mayor cacereña donde la hostelería ha dado, en general, siempre hay excepciones, un salto de calidad espectacular.

Disfrutemos el tiramisú La Tula (4,90), que llega en una taza vintage. Y terminemos paladeando una mousse de mandarina con mango (4,50) emplatada en bol de cristal tallado. Buen nivel en los postres y salimos de La Tula con bastante más alegría que la que irradiaba la protagonista de la novela de Unamuno.

La carta de esta tapería es de las que provocan debates entre los comensales y exigen un rato de reflexión mientras la boca se hace agua. ¿Pedimos la ensalada de rollitos de salmón ahumado, crema de queso y arándanos (7,90) o la ensalada templada de codorniz, pimientos piquillo y vinagreta de sidra (8,90)? ¿Preferimos el solomillo de bacalao sobre lecho de patatas, pisto y aceite de hierbas (12,90) o el carpaccio de gambones con aceite de ajos y escamas de pimentón de la Vera (11,90)?

No faltan los arroces (7,90) negro, meloso, de carrilleras... Tampoco el secreto ni el solomillo (8,90), el abanico (11,90) ni el entrecot (12,90). La Tula de Unamuno era contenida, dura y austera, la Tula cacereña es jacarandosa, divertida y placentera.