Perhaps: «Una fiesta gastronómica completa»

En la Plaza Mayor de Cáceres, una señora me hizo una pregunta inesperada para la que no tuve respuesta: «¿Oiga, por favor, podría indicarme dónde se pueden comer unos morros en Cáceres?».

Para los mal pensados, he de aclarar que la señora era una turista (luego supe que profesora de secundaria), que estaba acompañada de su marido y sus hijos, que viajaba en grupo con otros matrimonios, que se alojaban en el Jerte y habían venido a Cáceres a cenar. Pero querían morros y me explicaron por qué.

«Con lo de la capitalidad gastronómica de España, todos los bares a los que vamos ofrecen tapas sofisticadas y extrañísimas. Los locales que conocíamos de otros viajes, ya no sirven prueba, ni callos, ni riñones al jerez, ni mollejas, sino risottos, tempuras y ensaladas templadas. Y nosotros lo que queremos es prueba, morros, oreja, morcilla y cosas así», me aclaró.

Intenté explicarles que por la zona de San Blas había bares de raciones clásicas y también por encima del parking Obispo Galarza. Les quedaba un poco lejos y acabaron tomando lo único castizo que encontraron: una ración de prueba en un bar cercano a la Plaza Mayor. Pero yo me quedé con una preocupación gastronómica muy seria: ¿cómo es posible que la moda de las tapas elaboradas haya destronado la tradicional cocina cacereña de casquería? Hemos pasado de las mollejas a la plancha y de las orejas con tomate a las emulsiones y los carpaccios. Y lo hemos hecho a lo bestia, generalizando, hasta el punto de que para tomar una buena tortilla de patatas hay que irse al extrarradio y para probar una morcilla de Arroyo es necesario perderse por callejas a trasmano.

Cuando la señora de los morros me interrogó desesperada, yo iba a cenar a la tapería de moda, un nuevo local que en un mes ha saltado al estrellato de las aplicaciones para turistas. Se llama Perhaps y está en una zona, la Plaza Marrón, que se ha convertido en el espacio más chic, hipster y cool de Cáceres. Alrededor de esa plaza, y en las traseras del centro de arte Helga de Alvear, se concentran los negocios más modernos y atrevidos de la ciudad: una tienda de té y productos naturalistas, una cafetería-librería, un grow shop, un bar de tapas granadinas, otro que anuncia music & drink, un tattoo, un par de estilistas, una editorial creada por escritores, un locutorio interracial y una librería religiosa.

Perhaps es la tapería de moda no solo por sus tapas, sino también porque comer allí se convierte en una fiesta gastronómica completa donde todo es inesperado y disparejo.

Te sientas en la mesa y no hay dos manteles, ni dos copas, ni dos servilletas, ni dos platos, ni dos sillas iguales. Solo la cubertería es uniforme. En una pared, se proyectan películas de Charlot. De las paredes, cuelgan libélulas de metal. Los percheros son láminas de madera. Las lámparas son de su padre y de su madre. En las ventanas, hay tiras luminosas. En las mesas, lucen una vela de pega y una planta de verdad. Las ensaladas vienen en peceras y los mejillones, en macetas de colgar. Te sirven los platos al revés: primero, las salchichas, después, la pluma de cerdo y acaban con la merluza. Y si vas al baño, al entrar, se enciende la luz y empiezan a cantar alegres pajarillos. Lo dicho, de sorpresa en sorpresa.

En la carta, sigue la fiesta: hay perritos, pero son cien por cien de carne de novillo; hay gazpacho, pero es de fresas; hay churros, pero son de pollo; hay croquetas, pero son de arroz con leche... La pluma ibérica es bañada por una sopa de queso; la pasta se toma con bloody mary y el helado es de violetas.

Las raciones son abundantes y los precios, muy ajustados (entre 4 y 8,50, las raciones; entre 3,50 y 5, los postres; 2,20, la copa de vino blanco). Lo dicho, una fiesta para los sentidos. Aunque la profe de secundaria tenía razón: para comer, lo que se dice comer, donde estén unos morros y unos callos, que se quite el wasabi.