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Elijan trinchera

Elijan trinchera

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 14 de abril 2019, 11:39

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Tal vez el mayor éxito de la democracia española fue que logró borrar la línea que separaba a esas dos Españas que describió como nadie Antonio Machado cuando nos advertía que una de ellas iba a helarnos el corazón. Durante muchos años creímos que esa especie de maldición bíblica había pasado a la historia más negra porque al fin habíamos alumbrado una España dinámica, moderna, plural y tolerante en la que las diferencias de opinión política no acababan en conflicto. Nadie quería echar a nadie de España porque pensara de manera distinta.

Sin embargo, en los últimos años esa idea de un país armonioso en su diversidad se ha deteriorado. Acaba de empezar una campaña electoral que pinta mal. Se intenta reventar actos políticos, se habla de bloques irreconciliables, se desentierran los insultos de 'rojos' o 'fachas'. Cualquiera diría que los hooligans se han apoderado del tablero político. No son la mayoría, pero son suficientes para montar gresca y envenenar el ambiente. Como en el fútbol. La inmensa mayoría de los aficionados disfruta con los partidos y aunque adore a su equipo no quiere arrancarle la cabeza al contrario. Son una minoría los hinchas que se citan en los alrededores de los estadios para zurrarse antes de los partidos.

Quizá no es casualidad que un 40% de los electores estén todavía indecisos, según revelan las encuestas conocidas estas misma semana. No saben a quién votar. Probablemente a muchos les cansa la tabarra política plagada de descalificaciones. No quieren verse arrastrados por una retórica incendiaria que pretende activar en ellos el gen del miedo al diferente: si ganan los otros es el apocalipsis, advierten desde los dos lados. ¿De verdad algún político cree eso o se trata de movilizar a su electorado aunque sea a costa de embarrar la vida política?

La gente normal y corriente, preocupada por asuntos tan cotidianos como pagar la hipoteca y tener un trabajo decente, solo querría que los políticos se dedicaran a evitar otra crisis económica (esa de la que nos empiezan a advertir algunos expertos), asegurar las pensiones presentes y futuras, proteger la sanidad para que no se deteriore más y mejorar la educación.

En vez de explicarnos qué van a hacer con las pensiones (y ocultando de manera tramposa que cualquier cambio en esa materia precisa de un amplio acuerdo) nos empujan para que nos metamos en una de las trincheras y, armados de piedras y armas, aunque sean dialécticas, apedreemos desde ella al bando contrario.

Pero resulta que en cada familia y en cada barrio de esta España nuestra los bandos están mezclados. Y si tiramos piedras es probable que acabemos por descalabrar a nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros vecinos…

Y hasta es posible que quienes se resistan a elegir trinchera y prefieran andar libres por medio de la calle reciban las pedradas de uno y otro lado. Ya se sabe que en tiempos de polarización política los tibios y moderados que no se suman a una facción acaban mal.

Resucitar las dos Españas, la roja y la azul, la buena y la mala, según de qué lado se mire, no es buena idea.

A pesar de todos los problemas, la España de 2019 es más democrática, más justa y más tolerante que la de la época en que Antonio Machado escribía sus poemas cargados de desesperanza. No hay base real que sustente ciertos discursos guerracivilistas que se escuchan a algunos políticos y a sus propagandistas más entusiastas.

Quizá la única solución está en que los moderados, los que creemos más en los puentes que en las trincheras, más en el diálogo que en el insulto, no nos dejemos robar el protagonismo por los que más gritan y quieren convertirnos en soldados de una de esas dos Españas de nuevo enfrentadas.

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