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Donald Trump.
Donald Kane y Ciudadano Trump

Donald Kane y Ciudadano Trump

La figura del magnate que busca el éxito político en Estados Unidos se repite a lo largo de la Historia, pero pocos millonarios han conseguido finalmente triunfar en las urnas

Álvaro Soto

Jueves, 3 de noviembre 2016, 09:13

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El triunfador de los negocios que se lanza a la arena política era una figura clásica ya en Grecia y Roma, donde solo los millonarios podían acceder a los altos cargos de la administración. En el gran imperio de la historia contemporánea, Estados Unidos, desde William Randolph Hearst (el genial 'Ciudadano Kane' de Orson Welles) hasta Donald Trump, muchos magnates económicos han intentado alcanzar, la mayor de las veces sin éxito, el poder. En general, el del millonario que aspira a la gloria política es un fenómeno típico de América, tanto del norte como del sur del continente. Por razones culturales la fórmula no ha funcionado en Europa, y solo Berlusconi ha representado una excepción a la regla.

En Estados Unidos existen dos caminos que llevan al magnate hacia la política. Por un lado, el millonario hecho a sí mismo que crea su propio proyecto. Por otro, el miembro de una familia influyente que decide separarse de los negocios y elige la 'res publica'. En cualquier caso, el triunfador triunfa porque ha hecho el trabajo bien. La moral luterana premia al triunfador, explica José María Peredo, catedrático de la Universidad Europea y especialista en procesos electorales.

Además de Hearst, Peredo cita unos cuantos ejemplos. Ahí se encuentran Nelson Rockefeller, tercera generación de una de las sagas más importantes de Estados Unidos, gobernador del Estado de Nueva York (1959-1973) y vicepresidente de Gerald Ford entre 1974 y 1977, que no pudo cumplir su sueño de ser presidente; Ross Perot, el tercer hombre en las presidenciales de 1992 y un factor clave de la derrota en la reelección de George Bush padre, al romper la homogeneidad del voto conservador, una división de la que salió beneficiado el a la postre ganador, Bill Clinton; o Mitt Romney, el contrincante de Barack Obama en 2012, que también perdió. Son candidatos que, en líneas generales, buscan atraer a los electores con promesas de menos estado y menos impuestos, dos principios sobre los que, alegan, han podido cimentar ellos mismos sus fortunas.

La Historia de Estados Unidos nos enseña que el candidato que tiene experiencia política suele imponerse en las urnas a los hombres de negocios, continúa Peredo. Una norma que, sin embargo, no se ha cumplido con tanta exactitud en Latinoamérica, donde han accedido al poder millonarios como Vicente Fox en México, Sebastián Piñera en Chile o Ricardo Martinelli en Panamá. El último caso ha sido el de Mauricio Macri en Argentina, que consiguió la presidencia del país en unas reñidas elecciones. Su antecesora, Cristina Fernández de Kirchner, utilizó contra él los argumentos que se suelen esgrimir en contra de estos candidatos: Un país no es una empresa.

En Latinoamérica la política ha estado muy relacionada con fenómenos populistas, con partidos políticos débiles y con la figura del caudillo como salvador. Eso puede ayudar a explicar el éxito de los empresarios en algunos países, señala José María Peredo.

En la misma línea se sitúa Francisco Javier Caspistegui, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra. Latinoamérica tiene un modelo propio. Allí han aparecido salvadores de la patria que se han beneficiado de sus propios recursos para auparse al poder. Fujimori es un ejemplo evidente de ello.

Y en el caso de Estados Unidos, Caspistegui se remonta a los primeros presidentes. Eran ricos y de hecho, el primero de todos ellos, George Washington, fue un gran millonario. En el mundo anglosajón no está mal visto que un rico entre en política: se supone que ha demostrado capacidad para moverse en el mundo público, señala el profesor, que en este punto recuerda la frase de un dirigente del PRI mexicano: Un político pobre es un pobre político.

Europa, sin embargo, parece decidida a 'vacunarse' contra los magnates. Aquí desconfiamos porque se tiende a pensar que un millonario no ha podido conseguir su dinero de una manera limpia. Cualquier fortuna nos parece sospechosa, agrega Caspistegui, que incluso incide en el caso español, donde tan solo el conde de Romanones, entre los grandes políticos, era millonario. Los dirigentes españoles más importantes del siglo XIX y del XX no han venido de familias ricas, asevera.

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