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David Schultz, con su mujer.
Ausencia olímpica por asesinato
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Ausencia olímpica por asesinato

David Schultz, oro en Los Ángeles 1984, no pudo competir en Atlanta 1996 porque su excéntrico patrocinador le disparó tres veces a las puertas de su casa unos meses antes

Javier Bragado

Viernes, 12 de agosto 2016, 16:42

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David Schultz es y será una leyenda de la lucha libre. Cuando los países del este de Europa dominaban las competiciones surgió un hombre inteligente que fue capaz de colgarse siete medallas en campeonatos del mundo y un oro olímpico en Los Ángeles 1984. Pero al carismático deportista sólo le faltó por cumplir un sueño: competir en unos Juegos Olímpicos en Estados Unidos por segunda vez en su carrera. Su principal benefactor y amigo se lo impidió al asesinarle a las puertas de su casa seis meses antes.

La vida y la muerte de Schultz se explican de manera paralela a la de John Eleuthère du Pont, un multimillonario que construyó en su rancho el mayor centro de tecnificación para luchadores de Estados Unidos: Foxcatcher. El adinerado filántropo, uno de los 400 estadounidenses más ricos según la revista Forbes, había dado rienda suelta a su pasión por el deporte con el patrocinio de atletas de varias disciplinas (natación, atletismo, pentatlón moderno). Prorrogaba así un idilio con disciplinas en las que había competido durante su juventud sin éxito en los resultados.

La mayor contribución de Du Pont al deporte se produjo de la mano de David Schultz, el campeón olímpico al que convenció para mudarse a su finca para formar un gran grupo de entrenamientos. El campeón de Palo Alto se trasladó con su familia a una de las casas que el millonario cedía a sus invitados y gracias a su enorme carisma convenció a otros luchadores para que se desplazaran a Foxcatcher, unas instalaciones en las que se invirtieron más de medio millón euros. Dedicarse de manera profesional a ese deporte era impensable y el millonario ofrecía un buen sueldo, residencia y gastos pagados para entrenamientos y competiciones. Schultz no se lo pensó dos veces y se marchó a vivir al rancho de Pensilvania con su esposa y sus dos hijos. Incluso atrajo a la estrella búlgara Valentin Yordanov para que abandonara Europa hacia el paraíso americano de los luchadores de más de 3.000 metros cuadrados.

Las condiciones ofrecidas por Du Pont permitieron a Schultz y a sus compañeros de una vida resuelta y concentrarse en la preparación y en sus familias. Pero a cambio tenían que soportar las excentricidades de un sponsor que les obligaba a llamarle 'El águila', que entrenaba con ellos -llegó a crear un Mundial de veteranos que ganó con ciertas ayudas- y que les había incorporado como una gran familia. Dave era el único que le trataba como un amigo real y que conseguía que le respetara, según los testigos de aquellos tiempos.

La desventaja para los deportistas subvencionados eran los comportamientos de su huésped multimillonario, acentuados con el paso del tiempo -Schultz residió cinco años en el rancho-. El magnate aseguraba que había fantasmas y nazis que le vigilaban detrás de las paredes, veía extrañas formas en las grabaciones de los bosques de la finca que él mismo filmaba, a veces se presentaba a sí mismo como el Dalai Lama, patrullaba en alguna ocasión con la policía local gracias a sus contribuciones económicas. En su última época incendió un edificio de su finca para presionar a uno de sus deportistas para que abandonara su casa y hasta llegó a obligar a todo el mundo a evitar el color negro y expulsó de manera imprevista a todos los luchadores con piel oscura del rancho. Entonces David Schultz pensó en marcharse como había hecho su hermano años antes, pero convenció a su mujer a sí mismo para esperar hasta que compitiera en los Juegos Olímpicos de Atalna 1996, su última gran competición en una temporada en que era el número del ranking de su categoría.

Tres disparos

Caprichoso y voluble, el multimillonario cruzó la línea seis meses antes de la competición olímpica. Aquella mañana de enero se dirigió a casa de Schultz. Du Pont, que viajaba con uno de los miembros de su equipo de seguridad, se acercó al hombre que se consideraba su amigo y que estaba arreglando la radio de su coche. El millonario preguntó: «¿Tienes algún problema conmigo?». Sin esperar respuesta, el patrocinador disparó tres veces. Schultz murió casi de inmediato en brazos de su esposa, testigo de lo ocurrido; y Du Pont se atrincheró durante dos días en un búnker de su mansión. El excéntrico magnate murió después de 13 años en prisión. Los psicológicos habían concluido que era un enfermo mental pero que el asesinato del luchador no estaba relacionado con su enfermedad.

David Schultz todavía es recordado como uno de los deportistas estadounidenses de mayor impacto y su legado incluye una fundación creada por su viuda que durante diez años ofreció apoyo a varios luchadores huérfanos de preparadores, ayudas e instalaciones después del encarcelamiento de Du Pont. Varias películas y documentales inspiradas en su historia le recuerdan veinte años después. «Dave fue el padrino de la lucha estadounidense. Contribuyó como entrenador, líder y atleta. Cuidó de todo y siempre puso a la gente en primer lugar, sin importar quién fueras. Incluso aprendió seis idiomas y así podía hablar con diferentes atletas», resumió su alumno, el campeón del mundo en 1995 Kurt Angle. A pesar de ser adorado por todos quienes le conocieron, por culpa de un hombre desequilibrado y de agarrarse a su última oportunidad olímpica fue asesinado a los 36 años.

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