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La fiesta de cada día en Copacabana
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La fiesta de cada día en Copacabana

El estadio olímpico de voley-playa es un lugar divertido y atronador donde el público, sobre todo el brasileño, se lo pasa en grande comandado por unos locutores forofos.

jon aguiriano

Lunes, 8 de agosto 2016, 21:22

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Alguien dijo que si el voley-playa no nació en Copacabana -las primeras referencias escritas sitúan su nacimiento en Uruguay en 1914, aunque el juego comenzó a popularizarse en California-, fue porque eligió el sitio equivocado. Es muy probable. Y es que en los Juegos de Río de Janeiro el voley-playa parece encontrarse en su santuario original, en el lugar sagrado de donde procede y donde mejor se le venera. Para su consagración ante los ojos del mundo se ha montado un espectacular estadio en la playa de Copacabana, frente al hotel Windsor Atlantic. Tiene capacidad para 12.000 personas y una altura de sesenta metros. Está hecho sobre una estructura gigante de mecanotubo y se desmontará por completo en septiembre, después de los Juegos Paralímpicos.

Sin duda, se trata del punto de encuentro más excitante de la cita olímpica sudamericana. Desde lo alto del estadio, en la tribuna de prensa, bajo el sol, es imposible no quedarse observando las olas rompiendo en la playa y una de las islas Cagarras, recortada al fondo. Un destructor de la Armada brasileña, que estará fondeado en la zona durante dos meses, rompe un poco la armonía, pero su presencia se acepta como algo natural, un signo de los tiempos.

Además, por mucho que se quiera, en el estadio de voley-playa de Copacabana es imposible sostener la atención en el paisaje. Y que, en su interior, se vive cada día una fiesta muy particular, a medio camino entre la juerga de chiringuito y la discoteca after hours, un pequeño carnaval donde lo primero que se profana, de una forma divertida, es el estricto espíritu olímpico. Digamos que el voley-playa es, desde su aparición más o menos tímida en los Juegos de Atlanta, el hijo calavera y cachondo que les ha salido a los deportes tradicionales de los Juegos.

Si la fiesta nunca decae sobre la arena, hay días en los que el mercurio sube al máximo. Sucedió ayer mismo, por ejemplo, cuando pasadas las once de la mañana se asistió a un duelo Brasil-Argentina. Ya saben lo que es eso, sea cual sea el deporte. Se enfrentaban las locales Agatha Bednarczuk y Bárbara Seixas, campeonas del mundo en 2015, contra Gallay y Klug. El estadio estaba casi lleno y el ambiente prometía. Había algunos argentinos en las gradas con sus banderas y sus camisetas albicelestes, pero la torcida estaba en casa, era mayoría absoluta y, por supuesto, estaba dispuesta a pasar el rodillo.

Abucheos

Lo iba a tener fácil porque, además, contaba con el apoyo entusiasta de los speakers del estadio, un trío hipermotivado. Por lo visto ya han quedado atrás los tiempos de los buenos profesionales de la animación, gente como los españoles Luis Torres y Toni Rojas que alegraron con imparcialidad los días del voley-playa en el complejo Faliro de Atenas. Ahora se llevan los supporters, hinchas que, desde sus cabinas, frente al micrófono y el equipo de sonido, vestidos con la camiseta de su país, son los primeros en abuchear a las rivales de sus compatriotas. Es lo que hicieron ayer antes del primer saque.

Todo el partido fue un ejercicio de apoyo chillón a Bernadzuck y Seixas, que tampoco lo necesitaban porque eran muy superioras y ganaron con claridad en dos sets (21-11 y 21-17). Después de cada punto, las gradas estallaban de júbilo antes de que la música atronara de nuevo y todo el mundo se pusiera a bailar. Sólo el pitido del árbitro permitiendo el comienzo del nuevo tanto provocaba un silencio tenso, irreal, que se prolongaba unos pocos segundos hasta que terminaba. Entonces volvían los aplausos, los silbidos, los gritos de la megafonía, el chunda chunda de la música... El ruido. Todo el mundo se contagiaba de este ambiente discotequero. Incluso una veterana como Ana Paula Connelly, una de las grandes jugadoras de voley-playa que ha dado Brasil. En cuanto la periodista de TV Host, Adriane Galisteu, se le acercó con un micrófono para entrevistarle y se vio en las pantallas gigantes del estadio, se puso a bailar y a gritar Brasil, Brasil, mientras salía corriendo en busca de una bandera nacional que agitó con fervor.

Brasil desata la locura

Los speakers celebraron a gritos la entrega de Ana Paula Connelly, aunque en realidad ya estaban pendientes de otra cosa. Bernadzuck y Seixas estaban remontando el segundo set. E iban a sacar. En la megafonía sonó de repente, con la potencia habitual, ace, ace, ace. Querían un saque directo de sus chicas. Y lo consiguieron. Es fácil imaginar entonces su entusiasmo y su bien ganado su predicamento entre la torcida local, que seguía sus órdenes encantada y convencida, como los niños del cuento al flautista de Hamelín, mientras sonaba el I like to movie, movie o Brasil tropical. Si cuando la pareja verdeamarelha se impuso a la argentina llegan a pedir a los brasileños presentes en el estadio que en ese mismo instante se zambullan en el Atlántico es probable que lo hubieran conseguido.

No lo hicieron y la sesión de partidos continuó sin mayores incidencias. Los siguientes no eran demasiado atractivos para el público carioca. Ni tampoco había la posibilidad de ver algo curioso de lo que se hablara mucho en las radios y las televisiones, como sucedió el día anterior con la presencia de las egipcias Doaa Elghobashy y Nada Meawad luciendo un traje de cuerpo entero que no mostraba nada más que sus manos y sus pies. Elghobashy llevaba, además, un hiyab. A falta de alicientes, el estadio se quedó casi vacío cuando salieron a la arena Pablo Herrera y Adrián Gavira para enfrentarse a los qataríes Jefferson y Cherif.

La pareja española, que había ganado su primer partido en los Juegos a los austríacos Hubel y Saidl, era clara favorita. Tras llevarse el primer set, la victoria se antojaba cosa hecha, pero los cataríes comenzaron a jugar mejor, sobre todo Cherif, un tallo de brazos interminables. Aunque el público era escaso, seguía con ganas de fiesta. De manera que se puso a apoyar a los que les parecían más débiles. O exóticos. Pues bien, los árabes se crecieron hasta límites insospechados con el ambiente favorable y acabaron ganando el segundo set y luego el partido ante la alegría de los espectadores, que disfrutaron de lo lindo. De eso se trata en el voley-playa. Aunque Herrera y Gavira no quedaran ayer en la mejor disposición para confirmarlo. Se han complicado mucho la clasificación. Se la juegan ante los estadounidenses Gibb y Patterson.

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