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Los jugadores y el cuerpo técnico de River celebran la victoria en la final disputada en el Bernabéu. Sergio Pérez (Reuters)
Vergüenza, despojo y festejo de River ante Boca en la superfinal de la Libertadores
Resumen 2018

Vergüenza, despojo y festejo de River ante Boca en la superfinal de la Libertadores

El partido más deseado por millones de argentinos se terminó disputando en Madrid sin incidentes bajo unas tremendas medidas de seguridad

Daniel Merolla (cOLPISA / AFP)

BUENOS AIRES

Lunes, 31 de diciembre 2018, 00:10

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El superclásico del siglo entre River y Boca por la Copa Libertadores fue este año una cinematográfica mezcla de pasión, locura y vergüenza, con festejo de los 'millonarios' y el sabor amargo de una final transplantada a España. Usuarios de redes sociales en Argentina rebautizaron con ironía el trofeo como «Conquistadores de América». Sintieron humillación y despojo cuando la Conmebol ordenó llevar el suspendido partido de vuelta al Santiago Bernabéu. Indignados internautas dijeron que la Copa ya no merecía el nombre ideado en homenaje a los patriotas que en el siglo XIX lucharon por emanciparse de la corona.

Las piedras del escándalo fueron las que arrojaron hinchas riverplatenses al bus que llevaba al equipo de Boca al estadio Monumental, tras un empate 2-2 en la Bombonera boquense. Rompieron ventanillas en el ataque a 600 metros del estadio. Lastimaron en un ojo al capitán, Pablo Pérez. El gas pimienta de la policía para dispersar agresores afectó a otros jugadores. Así no se podía jugar aquel 24 de noviembre. Al día siguiente, tampoco. «Es una muestra más de la decadencia del fútbol argentino. Un River-Boca en otro país porque no pueden garantizar la llegada de un autobús a la cancha me parece de una ineptitud incomprensible e insólita», dijo el extécnico Ángel Cappa, coautor con su hija María del libro 'También nos roban el fútbol'.

Sin rebeldía

Las policías argentinas (comunal y militarizada) debían garantizar anillos de protección. No lo hicieron. Nadie explicó por qué. Sólo renunció un ministro de Seguridad. El papelón no era nada nuevo bajo el sol. La violencia en los estadios y la de 'barrabravas' se cobró más de 300 vidas en medio siglo. Si Buenos Aires organizó una semana después, sin disturbios, una cumbre de líderes mundiales del G-20 ¿qué impedía montar un buen operativo? River le había ganado a Boca una bien organizada Copa Argentina este año en Mendoza (al oeste del país). Y con las dos hinchadas en el estadio, sin incidentes. «Se hubiera elegido otro estadio, no llevarlo a España. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) no nos defendió», disparó el presidente de River, Rodolfo D'Onofrio.

Volvió al primer plano el superclásico de 2015, aquel que debió ser jugado. Hinchas boquenses arrojaron aquella vez gas pimienta a jugadores de River en el partido de vuelta, durante el segundo tiempo de los octavos de final.

Gonzalo Lamardo, futbolista de Boca Juniors, tras resultar herido en los incidentes del 24 de noviembre.
Gonzalo Lamardo, futbolista de Boca Juniors, tras resultar herido en los incidentes del 24 de noviembre. Alejandro Pagni (Afp)

La Conmebol le dio el partido perdido a Boca, que se quedó con la herida. La sangre en el ojo, que dicen en Argentina. Fue el argumento 'xeneize' para pedir este año la victoria y, por tanto, la Copa. La protesta fue rechazada. «Faltó un comunicado conjunto de los dos equipos rebelándose contra una decisión que atentó contra el hincha común», dijo el excampeón mundial en México 1986 y ahora comentarista Jorge Valdano.

Patada en el alma

En represalia por el incidente, la Conmebol le arrebató al país la superfinal. Así, cambiaron de manos los negocios futboleros de tickets y publicidad, entre otros. «La final en Madrid fue una patada en el alma a todos los hinchas de fútbol de Argentina. Suena lindo Madrid pero para el marketing, para el negocio global de la pelota, para quitarle la identidad a un juego que debía jugarse en la húmeda, caótica y bien nuestra Buenos Aires», dijo el diario 'Olé'.

Fue una herida en el orgullo. ¿Acaso alguien se imagina un Barcelona-Real Madrid en el estadio de Vélez Sarsfield en Buenos Aires? ¿O a Estados Unidos celebrando el 4 de julio de su independencia en el Palacio de Buckingham en Londres? «Es como si no se pudiera bailar tango. Estamos destruyendo al fútbol. No quiero violentos ni dirigentes cómplices. No nos pueden robar el River-Boca», dijo el entrenador de Huracán, Gustavo Alfaro.

Una acción de la final de la Copa Libertadores.
Una acción de la final de la Copa Libertadores. Javier Soriano (Afp)

El desencanto cesó al rodar la pelota en el Bernabéu -en una demostración de que España y sus Fuerzas de Seguridad están preparada para organizar estos eventos- y millones de hinchas reactivaron la pasión. River ganó 3-1 el choque entre los dos colosos argentinos y festejó el mayor triunfo contra el rival de todos los tiempos. Tanta energía pareció gastar River que fue una sombra en el Mundial de Clubes, eliminado en desempate a penaltis contra Al Ain de Emiratos Árabes. La pelota no se mancha, diría Diego Maradona, pero se puede arrebatar, aunque a River nadie le quite lo bailado.

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