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De las vuvuzelas a las armas
FÚTBOL | MUNDIAL

De las vuvuzelas a las armas

«No entre a los bares, pueden llegar bandidos con pistolas», alerta un taxista al anochecer en una zona residencial de Sao Paulo

Ignacio Tylko

Martes, 10 de junio 2014, 17:15

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Nada más aterrizar en la gigantesca y caótica Sao Paulo, el enviado especial siente más miedo e inseguridad incluso que en el pasado Mundial de Sudáfrica y en la impenetrable Johannesburgo, ciudad sin ley. En el gran país que creció y se hizo habitable gracias al trabajo inmenso de Nelson Mandela y a su lucha contra el apartheid, el pueblo se volcó con el Mundial. Se trataba de una reválida sin precedentes que aprobó con creces el continente negro. Joseph Blatter, el mandamás de la FIFA, vio cumplido con creces su sueño de hacer partícipe a África del mayor acontecimiento deportivo junto a unos Juegos Olímpicos.

Las enormes limitaciones sudafricanas, las escasas infraestructuras, las obras mal rematadas, la lentitud desesperante de sus gentes y el caos de tráfico eran problemas más llevaderos para el visitante por la sonrisa y hospitalidad eternas de los africanos, que te enganchaban desde el primer minuto en la deprimente Soweto o en el exclusivo y financiero barrio de Sandton. Quizá también la distancia, los cuatro años transcurridos, modifican la perspectiva.

La alegría de aquellas gentes, pobres en lo material pero millonarias de espíritu, y el sonido incesante de las vuvuzelas, no se asemejaban a la tensión que se palpa en Brasil en vísperas del Mundial. Aquí la respuesta social es mayor y los contrarios a la celebración del Mundial están más incontrolados, seguramente también porque los guetos aún separaban de forma lamentable a ricos y pobres en Sudáfrica y en Brasil la mezcla es una constante. «Quien se espere que Río de Janeiro es Londres está muy equivocado. Aquí tenemos pobreza y no la escondemos», dijo recientemente el alcalde.

En esta tesitura, garantizar la seguridad de las 32 selecciones y de casi cuatro millones de turistas nacionales y extranjeros que el Ministerio de Turismo de Brasil prevé durante el Mundial que arranca este jueves en Sao Paulo supone un desafío colosal que tendrá un coste para el país de más de 600 millones de euros y mantendrá a la policía y el ejército casi en estado de excepción durante más de un mes, con 157.000 efectivos desplegados.

Elecciones a la vista

Alerta para los dirigentes de este país inmenso como un continente, con una extensión 17 veces mayor que España, 200 millones de habitantes y unas diferencias sociales alarmantes que causan vergüenza ajena en cuanto se sale del hotel. La respuesta social a la celebración de la Copa es enorme y la presidenta Dilma Rouseff, líder del Partido de los Trabajadores, sabe que lo que suceda durante el Mundial es clave para su reelección en octubre. Está intranquila y ya ha confirmado que no asistirá el jueves a la inauguración del certamen y al posterior partido entre Brasil y Croacia. Quiere evitar que su sola presencia provoque abucheos y algarabías que empañen lo que debería ser una fiesta.

Las fuerzas de seguridad brasileñas están temerosas ante la posibilidad de nuevas manifestaciones violentas provenientes de las favelas. «Protesten por lo que ustedes creen que es justo, el país está creciendo y precisa mejorar la desigualdad social, pero no olviden que traemos un evento importante para nuestro país. Traten bien a la gente que venga», pidió recientemente a los manifestantes Ricardo Trade, jefe del Comité de Organización de la Copa del Mundo en Río.

Brasil está acostumbrado a organizar sin mayores problemas eventos enormes como el carnaval, la fiesta de año nuevo o la visita del papa Francisco, pero sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo, con una tasa de 27 homicidios cada 100.000 habitantes. El plan estratégico lanzado ya en agosto de 2012 identificaba las principales amenazas: «hinchas violentos, crimen organizado y amenaza terrorista». No preveía entonces la revuelta social e histórica que sacudió al país en la Copa Confederaciones, considerada el ensayo del Mundial. Cientos de miles de brasileños salieron a la calle para exigir servicios públicos dignos y protestar contra la corrupción y la gigantesca factura del Mundial.

La degradación del clima en las grandes favelas genera inquietud. La tasa de homicidios cayó un 40% tras la «pacificación» llevada a cabo por las fuerzas del orden, pero los policías desplegados en los barios pobres, violentos y corruptos no reciben la adhesión unánime de los habitantes. Desde la Copa Confederaciones, las señales de alerta se multiplicaron. Más robos en las calles e intercambios de disparos que señalan la presencia de traficantes fuertemente armados.

En las mejores playas de Río, una ola de robos colectivos por parte de grupos de decenas de jóvenes y hasta niños, provocó el pánico. La policía multiplicó por cuatro el número de efectivos que vigila las zonas turísticas y ha incorporado a la tarea al Batallón de Choque.

Un jefe del narcotráfico encarcelado en Río confesó al detalle a la policía los planes del 'Comando Vermelho', la principal organización criminal carioca, para intentar retomar el control de las favelas pacificadas. Y mencionó una reanudación de los contactos con el Primer Comando de la Capital, la violenta organización criminal de Sao Paulo, que actúa desde las prisiones y agita la amenaza de un «Mundial de terror».

Las autoridades anunciaron meses atrás casi el triple de efectivos de seguridad durante el Mundial en comparación con la Confederaciones, que ya movilizó a casi 55.000. Algunas unidades han sido entrenadas por agentes del FBI para responder a las amenazas internas y externas, aunque Brasil no es un país blanco del terrorismo.

'Show' policial

Hace poco más de un mes, unos 1.500 policías y militares ocuparon en un cuarto de hora, sin resistencia, uno de los mayores feudos del narcotráfico de Río, el Complexo da Maré. Un convoy de una decena de vehículos blindados de La Marina ingresó en las favelas con 130.000 habitantes, ubicadas en una zona estratégica ya que atraviesa los accesos a la ciudad y la ruta al aeropuerto internacional.

La operación, seguida por decenas de periodistas, muchos extranjeros, fue un espectáculo mediático. En realidad, parte de las favelas ya estaban controladas desde la semana anterior, cuando la policía se inautó de drogas y armas y arrestó a 57 personas. Brasil trata de vender al mundo una imagen de control y seguridad, pero el miedo es libre. «No entre en los bares. Puede acceder en cualquier momento un bandido armado», alerta un taxista al periodista al anochecer en un barrio residencial paulista.

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