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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 11 de febrero 2023, 15:10
Con 'Las mujeres felices son una quimera' Alonso Guerrero se ha alzado con el Premio Internacional de Novela Jurídica Ilustre Colegio de Abogados de Granada. ... Sin quitarle mérito a un galardón en principio tan específico, lo verdaderamente importante es que nuestro autor está de vuelta y, lo que es mejor, quizá por fin encaminado hacia ese éxito literario que tanto merece y tanto se le escamotea.
Enseguida ha llamado la atención la deriva de esta última novela de Alonso Guerrero hacia hacia el género de moda, la «novela negra»; volveremos luego, si les parece, al asunto. Lo cierto es que la obra aborda «las peripecias de la investigación que desarrolla Enrique Lahoz, un lobo estepario apodado por sus compañeros 'el fantasma', que lleva veinte años siendo policía, quince sin ponerse el uniforme y diez sin aparecer por la comisaria de Madrid a la que está adscrito», como reza la inevitable hoja promocional, a la caza de un posible asesino en serie que, como iremos descubriendo, ajusta cuentas con diversos personajes sacados de la profunda y desconcertante «dark web»en una trama que sucede en ese Madrid frío y espectral que también suele ser el predominante cuando, como ha hecho en otras ocasiones, Guerrero elige a la capital de España como ubicación de la peripecia. Tras la aparición de un misterioso caso de suicidio donde nada es lo que parece, asistiremos a una enrevesada y turbia trama en la que irán apareciendo torvos y siniestros personajes que, en realidad, poco se alejan del elenco al que la narrativa del autor extremeño tiene acostumbrados a sus incondicionales. Otra marca de la casa, como es la afilada crítica social que su narrativa destila, aparece muy bien revelada, toda vez que ahora la hace conducirse por el género que, por su condición de espejo de su realidad contemporánea, tal vez mejor sirva para encarrilarla. Y es que, en el fondo, nada ha cambiado en una de las trayectorias más insobornables de la actual narrativa en español; aquella acertadísima reflexión sobre el componente ético de la novela de nuestro autor que el profesor Simón Viola efectuase hace ya más de quince años –«en las narraciones de Alonso Guerrero subyace una actitud ética, que se propone denunciar la falsedad en todas sus formas. Sus obras contienen un profundo análisis del mundo, una reflexión que puede ser social, histórica o moral y cuyas conclusiones suelen ser desoladoras»– sigue siendo perfectamente válida. En este caso son raros los sectores sociales, laborales o de cualquier índole sobre los que no caigan los envenenados dardos del frío narrador que conduce la trama sin aparentemente intervenir en ella, pues su ímpetu se canaliza a través de sus personajes y por ellos vierte esas soflamas de autor tan comprometido como escéptico ante la salvación del mundo que nos rodea. El mismo final de nuestra novela, tan sorprendente como, desgraciadamente, viable, es buena muestra de lo que digo.
Sigue, pues, Guerrero en estado puro en esta novela tan, en principio, separada de lo que ha venido siendo hasta ahora su trayectoria; permanecemos en ese ambiente espectral tan nutrido del cine (no solo del 'negro'; Pris se llama un personaje, alusión explícita a su muy recurrente Blade runner) y del cómic ('Galactus'es el malo malísimo contra el que luchan 'Los Cuatro Fantásticos') como habitualmente han estado sus novelas. Hasta se permite autoreferencias («Asterión» es un nombre que ya utilizaba en Doce semanas del siglo XX) y tampoco nos faltan esas perlas afiladísimas que han sido parte esencial de su modo de escribir: «Congreso de los Diputados vacío como un portamuestras recién sacado del plástico»; «el escenario del crimen estaba limpio como el historial de la Virgen María»; «los teléfonos son la vida de la gente. Morir no es más que una desconexión», «Madrid jugaba con sus lejanías como un niño con un calidoscopio que fabrica espejismos» y muchas más, referidas esta vez a ese proceloso mundo de Internet que tanto tiene que ver para el desarrollo que la historia aglutina. Pero este acercamiento de Guerrero a la «novela negra» ha provocado un cierto rictus –mitad sorpresa, mitad decepción– por cuanto la de Alonso Guerrero ha sido siempre una trayectoria sin concesiones que, precisamente por eso, lo ha abocado a un cierto ostracismo. En alguna entrevista a resultas de la consecución del premio se ha hecho hincapié en el carácter de outsider de nuestro autor frente al género, y en ella afirma, con su mordacidad habitual, que «la novela negra, para todos los escritores, es como escribir sonetos para los autores del siglo XIX, quien no sabía escribir un buen soneto no era un buen poeta y lo mismo pasa con la novela negra, quien no sepa escribir una novela negra buena pues parece que tampoco es un buen escritor». Le alcanza, pues, que es el género más cultivado y preferido y, como profesional y perfecto conocedor que es de todos los ámbitos de lo literario, también sabe que la misma cuenta con inherentes virtudes para ser el auténtico catalizador de la sociedad actual en la que vivimos. Pero lo más importante, para que nos dejemos de tanto aspaviento, es que, si echásemos un vistazo a la trayectoria de Alonso Guerrero nos daríamos cuenta de que muchas de sus novelas se constituyen en torno a alguien que, como es propio del género, va buscando encontrar solución a un problema que se plantea, resolver un misterio o incluso, quién sabe, hasta aclarar un asesinato más intelectual que meramente físico. Ya desde su lejana y fantasiosa 'Los años imaginarios', la mayor parte de las obras que componen su trayectoria, se ha decantado hacia un misterio que hay que resolver y su incidencia o repercusión en el ámbito moral de quienes se ven afectados por él. Pasa en 'El durmiente', 'Doce semanas del siglo XX' e incluso, si se me apura, en 'El hombre abreviado' y hasta en 'El amor de Penny Robinson'. En la nuestra de hoy, Guerrero se arrellana y se deja mecer suavemente por lo más típico del género y demuestra que sabe nadar con holgura por los procelosos y reconocibles mares que la definen. Es lo que tienen los escritores de fuste: su impronta queda siempre allá por donde se aventuren.
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