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El de Puebla del Prior cita largo al quinto toro de la corrida de ayer en Las Ventas. :: efe
Una soberbia faena de Perera

Una soberbia faena de Perera

El extremeño no remató con la espada a un sobresaliente Núñez del Cuvillo, quinto de una corrida de hasta cuatro hierros. Paco Ureña, tratado como un héroe

BARQUERITO

MADRID.

Lunes, 30 de septiembre 2019, 10:40

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Lo que marcó y desequilibró el mano de mano de Miguel Ángel Perera y Paco Ureña no fue tanto el reparto de toros como la inclinación de la minoría gobernante en las Ventas. La toma de partido por Ureña tuvo carácter sectario. Para corresponder a la ovación cerrada con que fue recibido al final del paseo, Ureña tuvo la cortesía de invitar a Perera a llegarse con él hasta el tercio y compartir el preludio de fiesta. En cuanto asomó Perera, se escucharon pitos suficientes como para renunciar. Se metió en el burladero. De él lo hizo salir Ureña. Perera se quedó en la boca misma de la tronera.

Así estaba el ambiente. Solo que Perera, en una exhibición supina de fuerza de carácter, fue capaz de volcarlo y ponerlo del revés con una faena de mayúsculos logros al quinto toro del reparto. Un Portugués de Núñez del Cuvillo que rompió en la muleta muy a lo grande, galopó de largo con inconfundible calidad, descolgó, humilló y repitió, y aguantó entero sin sombra de aflicción una faena de mucho poder. Más de medio centenar de embestidas prontas y a ritmo regular. Casi un milagro.

FICHA DEL FESTEJO

  • Toros Dos toros -1º y 4º- de Juan Pedro Domecq, dos -2º y 5º- de Núñez del Cuvillo-, uno -3º- de Victoriano del Río y un sobrero -6º bis- de José Vázquez.

  • Toreros Mano a mano. Miguel Ángel Perera, silencio, silencio tras aviso y vuelta. Paco Ureña, oreja, silencio y ovación tras un aviso.

  • Subalternos José Chacón lidió con categoría el tercero Javier Ambel y Jesús Arruga le prendieron pares notables. Álvaro de la Calle fue sobresaliente.

  • Plaza 3ª de la feria de Otoño. Templado, soleado. No hay billetes. 23.624 almas. Dos horas y media de función.

El toro, colorado de muchas carnes, corto de manos y bajo de agujas, acalambrado de partida, había sido castigado con un coro de palmas de tango. Luego de picado, escarbó. Y se dolió y cortó en banderillas. Perera lo vería clarísimo. Sin prueba, se fue a larga distancia, citó en reclamo y vino entonces por primera vez a galope el toro. La primera de las siete bazas en que iba a hacerlo. Para encender con las galopadas a la gente y complacer de paso la idea tan brillante de Perera, que templó de verdad cada una de esas siete u ocho primeras llegadas del toro. Sin violentarlo ni desplazarlo, recogiéndolo con mimo a la salida del primer viaje y ligando después en tandas de somera abundancia, precisión impecable y una suavidad más que notable. Y rematando con cambiados tirados con compás calmoso.

Las pausas entre tanda fueron las justas, pero el terreno elegido para cada tanda nueva era distinto del anterior. Ese detalle le dio a la faena una variedad de fondo, de modo que, siendo casi idénticas de forma, parecieron tandas de distinto calibre. Hasta la sexta tanda no se echó Perera la muleta a la izquierda, y para repetir la jugada, solo que con más grave aire. En los desplantes que abrocharon las últimas tandas se dejó sentir la ebriedad del torero en plenitud. Rugió la gente. Antes de la igualada, Perera se adornó por bernadinas en el platillo y ahí, mismo, el brazo por delante se tiró a matar sin demasiada fe. Un pinchazo sin pasar, un metisaca en los bajos. Gesto de compunción de Perera. Se resistió a dar la vuelta al ruedo. Le obligaron a darla.

El toro y la faena dejaron sentenciado el duelo forzado de triunfadores de San Isidro, que no son propiamente rivales, pero podrían serlo a partir de ahora. Anunciada como de tres hierros, la corrida no fue un desafío ganadero al uso -el término se reserva para encastes minoritarios- pero, de haberlo sido, se habría llevado la palma Núñez del Cuvillo, que cumplió con su propósito habitual de poner el toro preciso en la fecha precisa. Dos toros: el quinto de las galopadas y el segundo, que, sin el rumbo tan candente del quinto, embistió con calidad por las dos manos y fue de entrega y fijeza llamativas. Una faena de Paco Ureña de resolución y encaje particulares, con su sello personal, sus cambios de mano de temeraria apariencias y sus golpes de sorpresa a pies juntos. Y una estocada sin puntilla.

Solo un toro de Victoriano del Río murió en la arena. El tercero de corrida. Perera lo toreó con sedoso mimo. Al toro le faltaba un tranquito pero hasta de los viajes recortados hizo fortuna Perera con una seriedad imponente y muy despacio. Castigado por un coro menor de palmas de tango, Perera se sustrajo a la protestas, hizo ejercicio de paciencia y dejó el toro como nuevo. Tanto en ese toro como en sus otras salidas se vio a Perera torear de capa con ajuste y regusto. No con el primero de la tarde, de Juan Pedro Domecq, que se frenó frio de salida y fue sin más toro de los de dejar estar.

A Ureña no le convino el cuarto de la tarde, el otro juampedro, jabonero, que se movió mucho pero rebotándose. El sexto, de Victoriano del Río, fue devuelto en banderillas. Un serio sobrero de José Vázquez manseó en huidas descompuestas. Donde vino al fin a detenerse -las tablas de sol predilectas en las Ventas de los mansos- Ureña se pegó un arrimón celebradísimo. Por alto en terrenos inverosímil porque no parecían caber juntos los dos, toro y torero. En sedicente versión de la muerte a recibir, una estocada tendida. A ras de piel, dicen en Salamanca.

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