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Natural de Roca Rey al primero de su lote de ayer en la plaza de Vista Alegre de Bilbao. :: efe
Roca Rey obra un milagro

Roca Rey obra un milagro

Corrida muy desigual de Victoriano del Río con un quinto protestadísimo por falta de trapío Templado, poderoso, firme y creativo, el peruano le corta las orejas a un toro que intentó rajarse y no pudo

BARQUERITO

BILBAO.

Sábado, 25 de agosto 2018, 10:15

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El primer toro de Victoriano del Rio se escupió del caballo, pero salió luego pimpante, noble y bueno. El segundo, de excelente traza, se derrumbó despanzurrado en solo la primera carrera a reclamo del capote de Garrido a porta gayola. Estaba tronchado por el eje. Inválido y a la pata coja, correteó de acá para allá antes de volver a corrales. Se soltó de sobrero un toro de Encinagrande que llevaba de suplente primero o segundo toda la semana, mugió mucho y no quiso pelea. El tercero fue, después del segundo, el de mejores hechuras de los seis titulares, cobró en varas lo mínimo y aguantó en serio dos docenas de viajes, después de los cuales tomó la senda de las tablas. En ellas murió manseando.

El cuarto, badanudo, fijo sin emplearse en el peto de picar, hizo lo mismo que el tercero, venirse abajo antes de buscar las tablas, pero no aguantó ni los veinte viajes sino apenas la mitad. También buscó para echarse las tablas. El quinto fue muy protestado de salida. Por falta de trapío. Falta muy manifiesta. Se había colado de rondón en Bilbao. Palmas de tango y muchas reclamaciones al maestro armero porque, además de inerme, estaba de fuerzas muy con lo justo. Por tener algo, tuvo bondad y fijeza.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Cinco toros de Victoriano del Río -primero y cuarto, con el hierro de Toros de Cortés- y un sobrero, 2º bis, de Encinagrande (Juan Manuel Criado).

  • uToreros Sebastián Castella, saludos tras un aviso y silencio. José Garrido, que sustituyó a Cayetano, palmas y saludos tras un aviso. Roca Rey, saludos tras un aviso y dos orejas.

  • uPlaza Bilbao. 7ª de las Corridas Generales. 8.000 almas. Nublado. Dos horas y cuarenta minutos de función.

No bastó con eso. Ni con eso ni con la larguísima faena monocorde y desordenada que Castella planteó en plano al codicioso y repetidor toro que había roto el fuego. Ni con el baldío empeño de José Garrido con el deslucido sobrero. Ni siquiera con la manera de postularse Roca Rey con el buen tercero mientras le duraron el fuelle y las ganas -al toro, que no al torero- pues, al echar cuentas, no pesaron ni la resolución, ni la firmeza, ni la forma de llevar Roca cosido el engaño del hocico y de prender la mecha en vano.

Se subrayaron sus alardes con el capote en un quite mixto nada novedoso, su descaro de siempre y su gusto para torear con la palma de la mano y sin enmendarse. Cuando la faena había perdido su primer acento, se arrugó el toro. Un pinchazo hondo, un aviso -el segundo de una tarde de las interminables, Castella se había apuntado antes el primero, más de dos horas y media de función sin motivo que lo justificara- y un descabello. A mitad de corrida se pintaba un paisaje nublado sin horizonte. Se estaba aburriendo la gente. A pesar de los destellos y el aire gentil de Roca Rey.

Castella no se propuso nada cabal con el cuarto después de un apunte de toreo en la distancia. Garrido, notables sus apuntes con el capote puro, fue capaz de acallar la bronca larvada y latente por la pobre presencia del quinto, lo templó con seguridad y buen gobierno, pisó firme y terminó pegándose lo que se llama o llamaba un arrimón. Entre pitones, cuerpo a cuerpo, sin espacio para nadie. Un molinete caminado y unos cuantos muletazos muy empastados fueron dignos de ver. Pero el reloj de Vista Alegre, que lleva atrasado casi cinco minutos desde el pasado sábado, siguió a su ritmo y, tras media estocada, se ganó Garrido un aviso. Otro.

Y no el último, porque también la faena incandescente con que Roca Rey vino luego a salvar la corrida, la tarde, los muebles y de paso el honor del ganadero se saldó con un aviso justiciero y matemático. Solo que después del aviso rodó el toro, no hubo quien pudiera contener el entusiasmo con su fiebre propia y a Roca lo premiaron con las dos orejas del toro. Gran fiesta.

Un toro Despreciado burraco, ancho, levantado y sillote que tuvo una virtud elemental: moverse con prontitud y viveza. Moverse a su manera, porque, de partida, y para abrirse paso y renunciar, se soltó de todo y por su cuenta. Lo que hizo Roca fue sujetarlo con singular maestría, con la dosis de paciencia que precisa la técnica adecuada -el toque de reclamo sin violencia, la mano baja, la cara casi del todo tapada- y con el valor apabullante que conmueve a la mayoría.

El toro, que de partida protestó y punteó, acabó obedeciendo, aunque rezongando, pero se entregó cuando Roca le ligó con autoridad imponente cinco con la izquierda muy embraguetados y por abajo, y el de pecho de verdad. ¡Sí, señor! El signo de la tarde y de la corrida cambió como en un vuelco. La faena tomó el rumbo de las grandes, de poder y templar, al recreo y con su compás privado. No hubo pausas sino continuidad y, solo sobre la pauta del toreo de base -el redondo, el natural, el de pecho- se sobró Roca para poner la plaza boca abajo o del revés. Ya lo había hecho en un quite por temerarias y apretadísimas saltilleras de un quite a tercio cambiado. Este triunfo arrollador, legítimo, impecable, tuvo por mérito no menor el dejar a la gente con buen sabor de boca. O sea, un milagro.

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