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El público de Bilbao se rindió al diestro Ginés Marín. :: efe
Una preciosa faena de Diego Urdiales

Una preciosa faena de Diego Urdiales

El torero de Arnedo se recrea en un trabajo sobresaliente por su medida precisa, su ritmo y su cadencia. Una exhibición de toreo con los vuelos

BARQUERITO

BILBAO.

Miércoles, 21 de agosto 2019, 09:14

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Sin saberse todavía que Pablo Aguado será baja en la corrida de mañana, el público estaba de caramelo. Se había animado la taquilla, brisa suave y fresca, lucía un sol suave y el piso de Vista Alegre parecía una alfombra. Una alfombra de arenisca de Orozco. Rompió una ovación cuando asomaron las cuadrillas. Después del paseo sacaron a Ponce a saludar. Antes de soltarse el segundo reclamaron a Urdiales con otra ovación cerrada en memoria de su incontestable triunfo de hace un año en este mismo lugar, que no fue el primero de su carrera en Bilbao pero sí el más redondo. El de consagración.

A las seis y diez saltó el primero de los seis toros de Zalduendo, negro, terciado y grandón, embastecido. Suelto y de son dormido, pero se empleó en la primera vara y derribó. Ponce le dio capotazos de más mientras se alzaban caballo y piquero. No fueron árnica. En el segundo ataque volvió a derribar el toro. No se sabe si fue el caballo, el picador o el toro, que apretó a querencia -la manga de corrales- y casi en la puerta de toriles cobró dos varas más. No tan breves como las dos primeras.

FICHA DEL FESTEJO

  • uPlaza Bilbao. 4ª de las Corridas Generales. Soleado, fresquito. 6.500 almas. Dos horas y veinte minutos de función.

  • uToreros Enrique Ponce, saludos y silencio tras un aviso. Diego Urdiales, una oreja y silencio. Ginés Marín, silencio y saludos tras un aviso. Pares brillantes de El Víctor, Juna Carlos Tirado y Antonio Punta.

  • uToros Seis toros de Zalduendo (Alberto Bailleres).

No hubo brindis, iba a ser faena sanitaria de partida. Fijo en el engaño, solo el aliento justo, el toro claudicó dos veces, en el tanteo y entre rayas. Ponce lo llevó muy tapado y de abajo arriba para sujetarlo. Al llegarse a la octava tanda metió el toro la cara entre las manos pidiendo la cuenta. Ponce pretendió rematar con toreo genuflexo o en cuclillas. Una estocada tendida, pero rodó el toro.

El segundo, alto y estrecho, acaballado, fue protestado de salida. No tenía los papeles en regla. Nada que ver con el toro de Bilbao de toda la vida. O casi toda. Sin cara, muy corto y fino de cabos, pezuñas diminutas, apoyaba mal. Cobró un picotazo en el costado y una vara con propina, echaba una mano como lastimado y se fue al suelo en dos patinazos.

Exhibición de toreo

No prosperó la reclamación de los protestantes. Y casi mejor, porque con ese toro tan sin presencia ni respeto, pero pronto y dócil, vino a verse, degustarse y celebrarse una faena de Urdiales de muy rico compás, escrupulosa caligrafía y lindo ritmo, una exhibición de toreo por los vuelos, que implica saber estarse delante, una colocación impecable y un manejo perfecto del engaño. Plisada la muleta, mínima. Con su trazo se enroscó el torero de Arnedo en muletazos exquisitos en redondo. Con ella remató a suerte cargada el pase de pecho auténtico, obligado y no provocado. Las entradas de tanda y las salidas de la cara fueron a paso muy posado. El ajuste en las reuniones, bien visible. Fluida la faena con ligeras variaciones, exquisitos los remates de tanda. Y el toro pareció de pronto bastante más serio y formal que en el prólogo y el entreacto. Una tanda de naturales antes de la igualada fue extraordinaria. La estocada, inapelable.

Luego entró el espectáculo en fase pedregosa a indigesta. Las comparaciones se hicieron inevitables. Urdiales no es torero desafiante de los de ahí queda eso, pero quedó. El tercero, único castaño del envío, cargado de culata, pareció desinflarse en un momento. Salió tundido del caballo pese a haber cobrado solo lo preciso y se rebrincó antes de aplomarse. Algún topetazo. Un trivial trasteo de Ginés Marín.

Como era de prever, Ponce brindó al público el cuarto. Toreaba en Bilbao por sexagésima novena vez. La desgana distraída e inocua del toro de Zalduendo, el más pobre de cara de los seis, no dio para festejarlo. Apretando las tuercas pareció que Ponce metería al toro en danza. Ni los molinetes de apertura de tanda habituales, ni el trazo en línea o de fuera adentro, ni la paciencia. El toro se quiso rajar al cabo de una faena sin razón larguísima. La castigó un aviso.

Los dos últimos toros salieron en el tipo propio de Zalduendo. Fueron por todo muy distintos. El quinto pasó por el caballo de pica de visita, galopó en banderillas y, tras un par de gaseosas acometidas y otro par de planchazos, se paró en seco. Falta absoluta de combatividad. Urdiales había brindado al público. También a él lo engañarían las apariencias.

Toro de Bilbao de verdad

El sexto fue el toro de Bilbao de verdad que llevaba esperándose ya dos horas de reloj. Descarado, bizco del derecho, una guadaña en el izquierdo, fue saludado con una ovación. Muy brioso, tomó capa por abajo -lances seguros de Ginés Marín-, renegó en el caballo y se empleó de banderillas en adelante con son del bueno.

Hay una especie de faena de Ginés que parece patrón y calco de otras suyas: tandas cortas de cuatro y su remate, pausas y paseos que las espacian como si no fueran del mismo todo, alguna gota coreográfica fuera del sitio de torear, segura colocación, casi de puntillas el encaje y, en fin, su destreza de siempre para manejar los avíos como si no pesaran.

Y así fue esta faena, animosa y vibrante. Al ligar Ginés el farol con el de pecho, una de las suertes en boga este año, la gente bramó. Los músicos habían atacado el Nerva. Y lo que se subrayó con olés rotundos fue una tanda final de sedicentes bernadinas que encarecieron las puntas del toro. Para ese lance de riesgo pero tan ligero hubo más eco que para la bandeja de delicias de Urdiales. Con el público rendido, Ginés, que es estoqueador notable, no pasó con la espada.

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