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Luis David Adame en su segundo de la tarde en San Sebastián.:: efe
Órdago de Juan Leal

Órdago de Juan Leal

Variada corrida de Torrealta, con dos toros de espectaculares hechuras. Con lote propicio, expone sin un solo renuncio en dos faenas de alta electricidad

BARQUERITO

Sábado, 17 de agosto 2019, 13:10

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SAN SEBASTIÁN. En la corrida de Torrealta vinieron tres cinqueños y tres cuatreños. Según costumbre se abrieron en lotes. Dos de los cinqueños, segundo y cuarto de sorteo, fueron de formidable belleza. Remate impecable. Jabonero pulido el segundo, de espectacular hondura, corto de manos, bien armado pero apretado. Como un rayo de luz. Lo aplaudieron de salida. Negro girón el cuarto, acucharado y astifino, bajo de agujas, corto, muy lleno. Lo aplaudieron en el arrastre.

Los dos toros de menos apresto, tercero y sexto, se reunieron en un mismo lote. Jabonero el uno, bizco del derecho, abierto, el más armado del sexteto. Negro el sexto, que fue, en compensación, el menos ofensivo de los seis. El primero, acarnerado, descolgado de carnes, no se pareció a ninguno de los que fueron apareciendo después. El quinto fue el más serio de la corrida. Único castaño del envío, tuvo más plaza que los demás, pero no la inmaculada lámina del que completó lote con él, el precioso segundo. Ni las hechuras redondas del bello cuarto.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Seis toros de Torrealta (Borja Prado Eulate)

  • uToreros Juan Leal, vuelta y oreja tras aviso. Román, silencio tras aviso y saludos tras aviso. Luis David Adame, oreja y palmas.

  • uPlaza San Sebastián. 3ª de Semana Grande. Estival. Cerrado el párpado de cubierta. 3.000 almas. Dos horas y media de función.

De modo que vino la corrida más que bien servida. Salvo el sexto, que pegó cabezazos en el peto, todos se emplearon en el caballo, que es todavía la prueba del algodón de la bravura. El primero llegó a encelarse en la primera vara. Muy fijos tercero y cuarto. El quinto, asustadizo de partida, cobró la vara más larga de lo que va de semana. La peleó a modo. Apretando. Tanto como el que más de los dos garcigrandes tan severos de la corrida del día 15.

Fue tarde de buenos y acertados picadores. Los jóvenes -López Candel y Santiago Chocolate, que se agarraron a modo con los dos primeros- y los que no tanto y hasta veteranos de ilustre expediente: Vicente González, Justo Jaén, Domingo Jabato y Héctor Piña. Se ha hecho norma picar trasero por sistema. Esta corrida fue excepción a la regla. Al manar por la herida la sangre, la capa jabonera del segundo quedó tintada como un chaleco.

Los lances

En los seis toros hubo quites turno y hasta réplica en el tercero. No fueron los lances más felices de la tarde, pero los hubo de riesgo. Uno de Juan Leal por saltilleras en el tercero y otro del propio Leal en el cuarto, capote a la espalda, por rígidas gaoneras. Román se dejó ver en chicuelinas frontales, suerte que revisó El Juli hace dos años con heterodoxos cites frontales de largo. Luis David Adame abundó en el toreo de aparato y fuego artificiales. Una serie de lances del Zapopán en la réplica a las saltilleras de Leal y un intento baldío de alambicadas caleserinas en el quinto que el toro, codicioso y enterado, no consintió.

De Adame fue el momento más logrado de capa. Lance sin pasar el toro, el tercero, que apretó a adentros antes de tomar la segunda vara. Lo más brillante del quite artificioso por el canon del Zapopán fue la serpentina de broche. Con ella dejó probado Luis Adame su destreza en el manejo del capote, tan privativa de los toreros mexicanos de escuela.

Con todo eso, incluso con el renuncio masivo a torear a la verónica -apenas apuntes de Juan Leal-, se entretuvo la gente. No hizo falta abrir a chorro el grifo de las orejas. Luis David se ganó una tan solo por la estocada formidable que cobró recibiendo al tercero. A tumba abierta se tiró con la espada en sus dos bazas Juan Leal. Soltando el engaño igual que Adame. El detalle de Leal de sacar de frente la espada en el cuarto fue caro. No tanto apuntarse a la moda de evitar el compromiso de descabellar y alejarse de la agonía del toro.

A cargo de Juan Leal, tan firme y valeroso como siempre, pero más desatado que nunca, corrieron los momentos mayores de la corrida. Los de impacto emocional y arrebato colectivo. La temeridad pero, antes que ella, el valor sin cuento, el toreo en silencio que hace tragar saliva a todo el mundo, encaje sin red ni apoyos, el descaro en los medios y en todas las distancias posibles, y por las dos manos.

Pisando siempre terreno minado. De rodillas para asustar, o para meter sin demora a la gente en la faena y no dejarla salir después. Y de pie, pues, sin pausas retóricas, las dos faenas, con sus pequeños baches pero intenso aliento de principio a fin, fueron de llamativa abundancia. Series de cinco y seis ligados en el sitio. Los cambiados por la espalda o intercalados, la audacia de una arrucina imprevista, los péndulos un punto exagerados entre pitones. Por despaciosa, una cara tanda al natural en el cuarto fue lo de mejor calidad. Dos faenas sin tregua ni alivios ni respiro. La idea parece tomada de la fórmula Roca Rey, el gran ausente de la semana. Órdago.

Román se entendió reposado y calmoso toreó con calma al segundo, que perdió demasiadas veces las manos, y dibujó con la zurda una espléndida tanda. No estuvo cómodo con el quinto, que, después de tanta guerra en el caballo, se apalancó. A ese toro le prendió Raúl Martí dos pares de escuela valenciana, que parecen fáciles pero no. El tercero no fue, por tardo, toro sencillo y a Luis David le costó enredarse y desenredarse. No se habían visto manoletinas en las dos corridas previas -la moda está haciendo estragos este año- y entonces fue. Sin mayor eco. Con el sexto, que remontó para bien después de banderillas, no hubo acople Si deseos. Deshilvanado, el trasteo tuvo de fondo el regalo de un clásico de los pasodobles: Dauder.

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