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Castella luce las orejas del toro que ayer dio la vuelta al ruedo en Arles. :: efe
Un gran toro de Victoriano del Río

Un gran toro de Victoriano del Río

Castella corta dos orejas al quinto de una corrida en Arles sin particular fortuna y castigada por la lesión de un sexto de prometedor son

BARQUERITO

ARLES.

Domingo, 9 de septiembre 2018, 11:05

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La corrida goyesca fue por la parte taurina un espectáculo solo discreto. Cinco orejas, dos de ellas a pares, y seis avisos repartidos. Un toro de excelente nota de Victoriano del Río, un bravo quinto que, antes de morir muy de bravo, se empleó en el caballo, atacó en banderillas y repitió y quiso en la muleta sin descomponerse. Por la mano izquierda fue toro de electricidad muy particular. Mas volátiles y fiables sus viajes acompasados por la diestra. Castella, firme en los cites a distancia, no tan cómodo al acortar terrenos, no se animó a adentrarse en el fondo del toro. O la boca del lobo.

Con sus pausas y sus idas, venidas, entradas y salidas, la faena se sostuvo sin mudanzas. La música -un coro de lerelé-lerelé puede que de opereta española, una soprano solista bien timbrada, una afinada trompeta y el acompañamiento tan ensayado de la Orquesta Chicuelo- puso no un granito sino un montón de arena en la atención con que la gente calibró y jaleó la faena. Cuando embestía el toro, que no dejó de hacerlo por abajo, y cuando no, pero entonces se palmeaba a compás el estribillo del coro, y palmas, coro, torero y toro dieron pago a la mayoría.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Seis toros de Victoriano del Río. El quinto, Cantaor, número 53, 520 kilos, premiado con la vuelta en el arrastre.

  • uToreros Juan Bautista, dos orejas tras un aviso y oreja tras un aviso. Castella, ovación tras un aviso y dos orejas tras dos avisos. Manzanares, división tras un aviso y silencio.

  • uPlaza Arles. Goyesca. Ornamentación y cartelería, a cargo de Domingo Zapata. 1ª de la Feria del Arroz. Lleno. 9.000 almas. Estival, luz cegadora. Dos horas y tres cuartos de función. El paseíllo, con diez minutos de retraso.

Solo pasó que, al cabo de trabajosa igualada, Castella cobró soltando el engaño una estocada ladeada y, por ladeada, sin muerte. Pareció que el toro, refugiado en tablas, aunque sin defenderse ni acularse en ellas, iba a echarse o rodar y Castella decidió escenificar y ennoblecer la muerte. Sonó un aviso, algunos reclamaron el descabello, Castella lo pidió al cabo de un rato, pero no llegó ni a acercarse al toro, que resistió en pie sus cuatro minutos y pico. Ya había sonado un segundo aviso y no cayó el tercero porque hasta para eso tuvo el toro el detalle. La vuelta en el arrastre fue un clamor. Y la de Castella, con las orejas de trofeo, también, pero de otro color.

Se jugaron por delante tres toros como tres gotas de agua. El primero, un morito rebrincado y sin humillar fue pronto, alegre y repetidor. Se entendió con él sin empacho y en un solo terreno Juan Bautista, que había anunciado por la mañana y por sorpresa su inminente retirada: en octubre y en Zaragoza, y con la sola salvedad de comprometerse para la goyesca de 2019 en esta su plaza. La noticia apenas trascendió. El palco recompensó con largueza el trasteo, sencillo, y una estocada desprendida recibiendo el toro a favor de querencia.

El segundo fue el más armado de los seis. Para compensar que el toro de la vuelta, muy bien rematado, estaba apretado de cuerna. Muy sangrado en el caballo, escarbó, también claudicó y Castella despachó sin sobresaltos ni variaciones. El más esperado de la terna era Manzanares. Se palpaba en el ambiente. Pero la tercera de esas tres primeras gotas de agua, cosido a capotazos de doma y blindaje, blando y cobardón en el caballo, no tuvo la menor gana y por desganado punteaba. Ni con sacacorchos. Cinco pinchazos. No lo vio Manzanares con la espada. Un aviso. División de opiniones.

Mucho polvo. Regaron la plaza antes de soltarse el cuarto que, por alto, descabalaba la armonía de la corrida. Derrengado después de emplearse en el caballo, hizo amago de sentarse dos o tres veces, pero se resolvió en los medios con perezoso temple. Juan Bautista le pegó con la izquierda los muletazos más logrados y refinados de la tarde. Faena a más en ambición y propósitos. Y dentro de la contención propia de Juan Bautista, de su calma de minué, el final fue una especie de arrebato. Una faena de adiós, señores. Y una estocada ladeada. Pese a que el peso de esta faena fue superior al de la primera, el premio se quedó en una oreja. Juan Bautista sacó a sus dos hijos a dar con él la vuelta al ruedo. La niña, puro desparpajo. El niño, un tímido importante.

Los apuntes de salida del sexto presagiaron toro de relieve: la salida, la pelea en el caballo -dos estupendos puyazos de Paco María-, la movilidad en banderillas. Todo eso. Pero antes de abrirse faena, un ladino capotazo desde un burladero se saldó con un bestial estrellón del toro, que quedó descoordinado, inutilizado, se derrumbó varias veces y chafó de golpe la prometida fiesta.

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