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Manoletina del peruano Andrés Roca Rey en los medios del coso de Illumbe. :: efe
Fiesta de Roca Rey, réplica de Ponce

Fiesta de Roca Rey, réplica de Ponce

Cayetano, indispuesto, es baja y se deja en el limbo un lote extraordinario de Victoriano del Río. A uno le corta las orejas el torero limeño

BARQUERITO

SAN SEBASTIÁN.

Miércoles, 15 de agosto 2018, 10:14

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Salieron a escena siete toros de Victoriano del Río. El primero, con el hierro de Cortés, galopó de bravo y bravo fue en el caballo. Se hizo presente Roca Rey con un gracioso quite por chicuelinas, cinco cosidas, la revolera y la brionesa. El quite, descarado y sin réplica de Ponce, y el bravo aire del toro, que a Ponce no le convino, iban a marcar la corrida.

No del todo, porque no todos los toros de Victoriano del Río fueron igual de bravos, sí muy alto el promedio, y, sobre todas las cosas, porque la corrida vino marcada por una fatalidad previa. Cayetano se resintió antes de comer de una lesión de costillas secuela de una voltereta sufrida en Pontevedra el pasado domingo y una radiología determinó que no podía salir a torear. Ponce y Roca Rey se repartieron los toros de Cayetano en una solución de despacho. La cuadrilla de Cayetano, impecables los dos banderilleros y los dos piqueros, fue de la partida. Corrida de solo dos espadas y a la fuerza. Un mano a mano es otra cosa.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Seis toros de Victoriano del Río. El primero, con el hierro de Toros de Cortés. El sexto, sobrero.

  • uToreros Ponce, saludos tras un aviso, saludos y una oreja tras un aviso. Roca Rey, oreja tras un aviso, dos orejas y ovación. Sobresaliente, Jeremy Banti.

  • uPlaza San Sebastián. 4ª de la Semana Grande. 8.000 almas. Estival. Semicerrado el párpado de cubierta. Dos horas y cincuenta minutos de función. Ya sorteada la corrida, Cayetano, resentido de una lesión, no pudo comparecer. El rey Juan Carlos, en una barrera de callejón, acogido con muchos aplausos y algunos pitos, recibió brindis festejados de Ponce y Roca. El paseíllo, con cinco minutos de retraso.

Los dos toros de Cayetano -segundo y quinto de sorteo- fueron, junto al primero, los tres de mejor nota la corrida. El segundo, Cantaor, número 23, 595 kilos, fue excepcional. Se soltó en quinto lugar. El otro, de nobleza y ritmo singulares, se jugó en cuarto lugar. A este le cortó las orejas Roca Rey. Hubo plebiscito y unanimidad. El otro, el toro de esta feria y muchas más, habría merecido los honores de la vuelta al ruedo. No paró de embestir. Como una máquina. Como se lidiaron el uno detrás del otro, o el otro detrás del uno, el cogollo de la fiesta, la carne de la corrida, se sustanció justamente entonces. Vibró la gente muy de veras. Con los alardes, el caos, el temple, el genio y el descaro monumental de Roca Rey, porque no se le pone nada por delante ni se para en barras ni se corta un pelo. Y con la respuesta enfadosa, briosa, acelerada también, de Ponce, que sintió que no se sabe si la guerra, pero estaba batalla no la podía perder. Y el duelo no fue en su momento tanto con Roca como consigo mismo porque ese toro tan fuera de serie fue de los que a final de curso entran en cuenta y se repasan con la memoria.

El que iba a haber sido primero de Roca Rey -tercero de sorteo- se partió una mano al entrar al caballo, se oyó el chasquido del hueso roto en toda la plaza y fue devuelto. Roca Rey corrió turno y se jugó de segundo bis el sexto de sorteo, que era uno de los dos toros cinqueños del envío. De hondo cuajo los dos. Acucharado de cuerna el uno, y con él encendió la tarde Roca Rey. Con una faena muy suya, de atacar sin cuartel y pisar los terrenos del toro, siempre minados, como si fueran un lindo jardín japonés.

La gente se asustó cuando el toro se le coló a Roca hasta dos veces y las dos lo desarmó, pero la reacción del torero limeño, pura frescura, fiebre más sujeta de lo que pudiera parecer, resultó conmovedora. Solo metiéndose en esos terrenos se podía tener en la mano el toro. Y eso hizo con soberano arrojo Roca. Antes del cuerpo a cuerpo, Roca se había embraguetado, y ligado, y bajado la mano y hasta toreado con compás propio. Una estocada hasta el puño. La primera de las tres orejas que iba a llevarse de botín.

Luego llegaron las dos del notable cuarto con méritos parecidos pero distintos: más hilvanada y sosegada la faena, alguna osadía -no podían faltar los cambiados por la espalda intercalados-, una calma estupenda al enganchar y acompañar, un brillante remate por el muletazo por alto del repertorio añejo de Victoriano de la Serna que luego, degenerando y degenerando, pasó a convertirse en la seca manoletina. De la versión pura de La Serna sacó Roca Rey ese remate tan distinguido. Se tuvo la sensación, además, de que el toro se había llevado puestos todos los muletazos que tenía y alguno más. El ajuste en el toreo por una y otra mano encareció la obra toda. La estocada hasta la mano fue la rúbrica perfecta.

Con el orden de salida tan alterado, Ponce mató en tercer lugar el cuarto de sorteo, 610 kilos del ala, un pedazo de toro, cinqueño, solo que cómodo de cara, arremangado y romo. Fue toro de buenos apuntes. Ponce lo escupió con el capote más de la cuenta. Manolo Quinta hijo le pegó un puyazo tan trasero y tan duro que el toro se resintió y mucho, y aunque quiso siempre, se quedaba a mitad de viaje porque estaba tronchado en dos. Ponce salió derribado de un costalazo cuando faenaba tratando de sostener el tipo, el propio y el del toro. Al arrastrarse ese toro iba ya hora y media de corrida.

Luego vino la fiesta de Roca Rey. Y luego la réplica de Ponce en faena de tramos varios de distinto color. Muchos molinetes, demasiados, de entrada y salida, dobles o simples, cambios de mano en abundancia, dos tandas con la izquierda bien tiradas, desigual el ajuste, seguro el ritmo, es decir, el dominio de la escena. Doblones de apertura y doblones para cuadrar al toro. Público a favor de obra de manera manifiesta. Si entra la espada, dos orejas. No entró. Porque se había quedado sin cuadrar el toro y, aunque Ponce atacó con fe, pinchó antes de cobrar estocada ladeada, un aviso y un descabello.

Todo el pescado vendido, la gente cansadilla y, en fin, un último de corrida, sobrero, que se rajó casi a las primeras de cambio. Roca Rey abrió con bandera, buscó el brillo del toreo a pies juntos a la mexicana y lo logró, pero no tomó vuelo la faena a pesar de sus méritos. Y de la carga sentimental que implica emplearse Roca una y otra vez en los pases del desdén, que van por ustedes: mirando al tendido. Y al toro con el rabillo del ojo.

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