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La actuación de Antonio Ferrera frente a 'Arrinconado' fue lo más destacado de la tarde. :: josé mari lópez
Ferrera y un manso poderoso, una historia distinta

Ferrera y un manso poderoso, una historia distinta

Con el mejor toro de una corrida muy discreta de Santiago Domecq, Castella firma una distinguida faena | Con el último de la tarde, el otro astado de nota, Gines Marín hace un esfuerzo salpicado de pinturerías

BARQUERITO

SAN SEBASTIÁN.

Martes, 14 de agosto 2018, 08:19

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Costó un rato reconocer en la corrida de Santiago Domecq sus dos señas mayores: la entrega y la prontitud. Un rato fueron cuatro toros, los cuatro primeros, que se hicieron muy de rogar. Por revirarse en viajes de muy corto tramo el primero; por oliscar y claudicar el segundo, de apoyos muy inestables después de cobrar un volatín completo y a pulso; por escarbar y escarbar lo que no está escrito el tercero presa de comezón irresistible; por la manera de huirse a tablas y la renuncia a pelear del cuarto, que fue el único cinqueño del envío, el de más serio cuajo y, en pelea más de bravucón que de bravo, el de más poder en varas.

La batalla del cuarto, un toro con la batería bien cargada, fue el episodio de mayor intriga dentro de esos cuatro primeros capítulos. Lo fue por todo un poco. En primer lugar, porque, de porte distinguido y aire ofensivo, el toro se volvió de salida hasta dos veces. Los corrales que acababa de dejar detrás fueron su reclamo y su querencia. No fue un aviso en vano, sino un retrato de la condición propia. Quiso soltarse enseguida.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Seis toros de Santiago Domecq.

  • uToreros Antonio Ferrera, palmas y división. Sebastián Castella, silencio y oreja tras un aviso. Ginés Marín, silencio tras un aviso y oreja tras un aviso.

  • uPlaza San Sebastián. 3ª de la Semana Grande. 4.000 almas. Templado, soleado.

Los lances con que Ferrera lo fijó y sujetó fueron precisos, bellos y meritorios. De ellos salía con la cara alta el toro buscando ya sin disimulo escape. Y frenándose cuando trataban de cegarlo o impedirlo. Como todos los toros de esa clase, este fue corrido al caballo para la primera vara. En una decisión equivocada, y calculando que el toro haría fu al picador si se picaba a contraquerencia, Ferrera hizo retroceder el caballo hacia chiqueros. El error lo pagaron el caballo y el piquero, un joven José María González llamado a ser gente en su gremio, que resistió firme y sostuvo en las manos el caballo a pesar de que el arreón a querencia del toro fue tremendo.

Tan admirable como el arrojo del picador fue el estilo del caballo de Alain Bonijol, valiente, domadísimo y capaz de aguantar tres o cuatro tantarantanes seguidos en otros tantos furiosos romaneos de un toro solo levemente herido pero encelado. Por los pechos, por la grupa, por los costados. Por todas partes quiso el toro hacer presa cuando, desmontado al fin el picador, el caballo quedó a merced de la magia de dos monosabios serenos y dueños. Fue un espectáculo. Escamotearon al caballo una ovación de gala.

Puede que fuera el propio Ferrera, como suele, quien quitara el toro del cebo. Y en seguida, en el mismo terreno, y de nuevo a favor de querencia, la segunda entrada y un puyazo de muy serio castigo porque el toro estaba sin picar y, al salirse de blando del puyazo, arreó, desarmó a Javier Valdeoro, que lidiaba, y lo mandó de cabeza al callejón. Luego, en la brega de banderillas, como si tuviera memoria, el toro se le coló y metió por debajo dos veces.

Hace tiempo que Ferrera ha dejado de banderillear, pero se lo exigieron unos cuantos sin éxito. La partida se iba a librar al momento y muleta en mano. No hubo pelea porque el toro no dejó de huirse. No del primer viaje, pero sí del segundo. Y eso que, con sangre fría, sin gestos de más, descolgado de hombros y bien calladito, Ferrera lo intentó por activa y por pasiva. Persiguió y buscó sin carreras ni voces toro por terrenos varios. Ni una sola vez llegó a enganchar ni rozar la muleta de Ferrera el toro. Ni cuando arreaba ni cuando dejó de hacerlo. En los arreones y las huidas se respiraba la tensión propia que destilan los mansos. Cuando al abrigo de tablas próximas a toriles el toro se defendió, Ferrera tuvo la brillante idea de doblarse de pitón a pitón para cuadrarlo y, luego, cobrar media estocada lagartijera, de perder un paso y echarse ligeramente fuera, que fue casi letal. Casi. Porque lo que más caro vendió el toro fue su agonía en las tablas adonde no le había dejado Ferrera llegar. Tan larga y resistida la agonía que la gente rompió a aplaudir. Al rodar el toro, estalló una ovación. Pero en el arrastre se abrió paso una pitada fortísima. Los muchos méritos de la faena tan seria de Ferrera no se tuvieron en cuenta. Tampoco su bonito trabajo con el toro que partió plaza, geniudo en el caballo de pica, de muchos pies pero de mucho soltarse también. Ferrera lo debió de ver claro, brindó al público y me metió en harina sin pruebas. Se revolvía el toro, y no dejó de hacerlo nunca. Se resistió no poco y en los remates de embestida punteaba al revolverse en un palmo. Con la izquierda le pegó Ferrera tres series poderosas. Cuando el toro se acabó, cortó por lo sano. Una estocada desprendida. Castella abrevió contra costumbre con el claudicante segundo que se iba de manos al menos esfuerzo. Ginés Marín prefirió insistir, insistir e insistir con el escarbador tercero que tropezó engaño, lo desarmó y no le dejó cruzar con la espada.

Y, en fin, cuando estaba a punto de terminarse la película, salieron dos toros, quinto y sexto, que hicieron los honores al ganadero y dejaron a los toreros estar. Con gesto de feliz relajo a Castella, que, con el quinto, de calidad en la muleta, anduvo a placer, templado, seguro, tan firme como suelto y a ratos brillante, aunque rácano con la mano izquierda. La estocada fue excelente. Con gesto algo tenso -pendiente por sistema del eco en los tendidos- y en faena de desigual construcción Ginés Marín, que pareció el más obligado de la terna. Ayudó el azar, pues el sexto, cabos y hocico finos, ligeramente degollado, descolgó y humilló. Con un punto de informalidad inicial -un picotazo más lo habría calmado- pero sin dejar de venirse nunca ni de repetir. La faena de Ginés, larguísima, castigada por la moda de los paseos entre tandas, no fue ligada hasta última hora. Se celebraron las pinturerías, una tanda de sedicentes bernadinas previas a la igualada y una buena estocada.

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