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El diestro Emilio de Justo sale por la puerta grande tras la corrida celebrada ayer en la plaza de toros de Las Ventas. :: EFE/Zipi
Éxito impecable de Emilio de Justo

Éxito impecable de Emilio de Justo

El diestro Ginés Marín, que resultó herido, recobra su buen tono con un notable tercero del Puerto en una corrida desigual Dos estocadas extraordinarias, dos faenas de torería y un triunfo redondo, de puerta grande

BARQUERITO

MADRID.

Domingo, 30 de septiembre 2018

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El toro mejor rematado, el más serio y hondo de la corrida de Lorenzo Fraile fue el primero. Llevaba el hierro de la Ventana y pareció de la procedencia Jandilla-El Torreón. Fue toro más fijo que pronto y un punto encogido, de densa y pesada embestida, algún taponazo de protesta, y un ligero punteo ocasional que no fue sencillo corregir ni apurar.

El más desapacible de todos, por playero, astifino y descarado, el cuarto, del hierro del Puerto, de incierta querencia y mutante condición: metía la cara, pero salía con ella alta y distraído de las reuniones, y eso se fue acentuando a medida que avanzaba una faena muy segura y de mucha fe que tuvo por virtudes de base el valor, el entendimiento del toro y la buena colocación. Por la mano izquierda se vencía el toro como suelen hacerlo los que no caben en la muleta. Era tan larga la cuerda de pitón a pitón como la anchura del engaño por los vuelos y sin ayuda.

FICHA DEL FESTEJO

  • Toros Seis toros de Lorenzo y José Juan Fraile. Todos, con el hierro de Puerto de San Lorenzo, salvo dos -1º y 3º-, con el de Ventana del Puerto.

  • Toreros Emilio de Justo, oreja y oreja. Salió a hombros. Román Collado 'Román', saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. Ginés Marín, vuelta. Cogido por el sexto y herido de pronóstico reservado. Atendido en la enfermería de una cornada de 5 cms. en la mandíbula con destrozos del masetero y contusión de parótida y nervio facial. Germán González picó muy bien al primero. Jesús Díez 'El Fini' prendió al sexto dos excelentes pares y tuvo que saludar.

  • Plaza Madrid. 3ª de la feria de Otoño. 17.000 almas. Veraniego pero variable. Cielo anubarrado durante la lidia de los tres últimos toros. Dos horas y veinticinco minutos de función.

A esos dos toros tan distintos los toreó más que bien Emilio de Justo y, después de apostar, resolver y torear con autoridad, los tumbó de dos estocadas extraordinarias. Memorable la del toro playero, porque hubo que elegir terreno -dar adentros en la querencia del toro-, jugar la muleta con maestría y, lo más difícil, cruzar y hundir la espada a tiempo por el hoyo de las agujas.

Impecable la del primer toro que el torero cacereño dejó cuadrado fuera de las rayas en uno de tantos detalles de seguridad y conocimiento. Fuera de las rayas, en el tercio o en los medios estuvo faenando Emilio de principio a fin, y, cuando sintió que el toro le pedía la muerte, se fue por la espada de acero a la barrera y con ella volvió para rematar a lo grande una faena marcada por la firmeza, el buen juego de brazos, la ligazón y, a pesar de algunos enganchones en el primer tramo del trasteo, el temple. Temple de una muleta que parece pesada pero siendo mayor el poder que el peso. El no perderle pasos al toro fue cuestión capital en un ten con ten obligado. El ten con ten de la tensión. Puro asiento.

Era la corrida de la reaparición de De Justo solo una semana después de haber sido herido en Mont de Marsan por un toro de Victorino. Aquella misma mañana había fallecido su señor padre en su casa de Cáceres. En atención a lo cual, y en reconocimiento de una temporada importante por todo, sacaron a Emilio a saludar después del paseo. La agonía de ese primer toro fue espectáculo singular, pues, herido de muerte, giró fiero sobre las manos como una peonza o un derviche más de medio minuto y antes de rodar sin puntilla. A la hora de morir se dejó ver la fiereza hasta entonces latente.

El cuarto también tuvo encastada muerte, pues, resistiéndose, barbeó las tablas hasta el primer burladero a la vista y allí dobló. Lo levantó el puntillero, pero volvió a echarse. Y a rodar sin puntilla. El final de faena con el cuarto fue de intensa emoción, porque Emilio lo acabó sujetando y ligando con la diestra en dos tandas ligadas espléndidas. Y antes de cuadrar tuvo los santos bemoles de adornarse con manoletinas o mondeñinas frontales. Las dos faenas, sin cortes ni treguas ni tiempos muertos, fueron de una sencillez clamorosa. Y clamorosos el reconocimiento, unánime, y el triunfo.

El toro de mejor nota de la corrida -viveza, nobleza, entrega, embestidas descolgadas y repetidas- fue el tercero, de El Puerto. Ni siquiera la sangre fría de salida tan propia del toro atanasio, pues tomó el capote de Ginés Marín con ganas antes de soltarse. Soltarse en falso -ganas de correr- porque, la llama por dentro, a todo atendió. Cortó en banderilla, pidió la muleta por abajo y fue de notoria prontitud. Le cogió el aire enseguida Ginés, que pareció entonces dispuesto a todo, o a casi todo, pues la faena, lograda en tandas cortas, pecó de abrirse en pausas y paseos gratuitos. Una tanda de naturales frontales puso de acuerdo a todos. Hubo runrún del bueno cuando Ginés igualó. Media estocada sin muerte, alergia al descabello, que tardó en tomar pero para acertar a la primera, y una vuelta al ruedo sin protestas, que en Madrid es rara avis.

Román, intrépido y temerario, valeroso y descarado, jugador de ruleta rusa una vez más, salió ileso de una terrible paliza que le propinó un armadísimo segundo de corrida que, falto de celo y en apariencia apagado, lo prendió y empaló cuando apenas había intentado el torero de Benimamet ponerse en el mismo platillo con la zurda. Tardaron en librar del toro a la presa. Un capotazo al revés volvió a echar el toro encima de Román y los asistentes. No pasó nada. Una estocada atravesada. El quinto, el toro de más carnes de todo el año en las Ventas -casi 700 kilos- pero el de más bonita cara de la corrida, fue mole monumental, mansote sin ánimo defensivo, aplomadísimo. La suerte no le fue esquiva a Román en dos de sus tres comparecencias de San Isidro. En esta cuarta salida del año en Madrid, sí.

Y el final que pudo haber sido trágico -Ginés Marín cogido de lleno en los medios antes de cumplir ni el décimo muletazo- pero no lo fue. Una cornada de las llamadas de espejo. En la cara. Otro toro de mucho volumen, astifino pero reunido, falto de celo y ganas, pero que, espabilado en banderillas, mudó a bien después. Precipitada a decisión del torero de Olivenza de abrir faena de largo y sin pruebas. Órdago caro. Emilio de Justo igualó el toro y lo mató a la segunda con habilidad.

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