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Cayetano Rivera con el segundo de su lote. :: efe
Cautiva Cayetano

Cautiva Cayetano

Una tarde más que notable en conjunto en su única tarde en el abono : una bella primera faena muy original y bien lograda

BARQUERITO

Sábado, 2 de junio 2018, 09:56

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madrid. Los dos primeros toros de la corrida de Victoriano del Río -la segunda completa que lidiaba en la feria- dieron muy pobre juego. El que partió plaza, por frenarse, recular y aconcharse en tablas; el segundo, escupido del caballo, escarbó, se empezó a soltar en banderillas tras previo arreón, se rajó enseguida y murió en tablas, como todos, pero con peor estilo que los demás porque la muerte le llegó huyendo y no buscándole.

Castella se puso pesado con el primero; Manzanares, que abusó de los capotazos de brega y doma, se encontró de pronto con que el toro se le fugaba a la puerta de cuadrillas, el mismo terreno donde vino a agonizar. Era tarde de figuras y voces sueltas castigaron al ganadero y al presidente. «¡Victoriano (del Río).», «¡Trinidad (¡López-Pastor.!».

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Seis toros de Victoriano del Río. El tercero, con el hierro de Toros de Cortés.

  • uToreros Castella, silencio tras un aviso y saludos tras dos avisos. Manzanares, silencio en los dos. Cayetano, una oreja y ovación.Brega notable con tercero y sexto de Joselito Rus e Iván García, brillantes en banderillas los dos. Rafael Viotti prendió al cuarto pares de mérito.

  • uPlaza Madrid. 25ª de San Isidro. Primaveral. No hay billetes. 24.000 almas. Dos horas y veinticinco minutos de función.

Con solo reclamar el nombre se entendía la censura. No sería por las hechuras de los toros, ni por falta de trapío, ni porque el palco hubiera sido indulgente con las leves claudicaciones del toro de Castella, que, muy lustroso, fue de salida muy elástico, probablemente acusó un primer puyazo trasero peleado y sufrió, como el de Manzanares, el exceso gratuito de capotazos sin sentido. Por lo que fuera sería. O por lo que iba a venir.

Lleno hasta la bandera, y las banderas a plomo. Corrida de expectación. No por Castella, que cumplía la tercera de sus tres tardes de abono, ni por Manzanares, que toreaba por segunda y última vez. Era por Cayetano, que, ausente este año de Sevilla, parecía un enigma.

Seis toros de Victoriano

Solo uno de los seis toros de Victoriano llevaba el hierro de Toros de Cortés, el segundo de la casa. Un toro Maleado bien hecho, tocado de pitones, bonita expresión suelto galope. Estaba abriéndose un coro de miaus cuando Cayetano, sin prueba previa, y fuera de las rayas, le pegó tres lances muy mecidos y compuesto que acallaron el coro y volcaron por primera vez el ambiente.

Espantadizo, el toro tomó corrido un primer puyazo duro de horma y un segundo picotazo suelto, arreó e hizo hilo en banderillas y, todavía por verse el fondo, ya estaba Cayetano en los medios brindando el público. El brindis más jaleado de la feria. La prueba de su tirón popular. Y algo más que tirón: su carisma personal. Vino una faena de gran originalidad, sin ningún parecido con ninguna de las cinco mejores que se hayan visto en San Isidro.

Se celebró con un clamor la apertura por alto, Cayetano sentado en el estribo, cuatro limpios ayudados y seguidos, y su excelente solución: el de la firma, una trincherilla y el de pecho, cosidos los tres con los del arranque. Distinto y distinguido. Fue el sello de la faena, sucinta, improvisada, notable por sus variantes. Faena ajena al patrón en bog tan cargante -los cuatro y el de pecho, digamos- y resuelta en soluciones del repertorio clásico.

La segunda tanda

La segunda tanda fue de trinchera, dos en redondo bien templados, el cambio de mano por delante y el de pecho. La tercera, de cite frontal, de tres en redondo embraguetados y el cambio de mano de remate. Sin cambiar de terrenos, el toro sentiría la melodía, porque era bien sonora. Solo que empezó el toro a buscar con la mirada las tablas y a hacer enseguida por ellas. En ese terreno lo fue a buscar y lo encontró Cayetano.

Con el mismo reposo de antes se ajustó en naturales sueltos, en una última tanda en redondo y en un par de adornos a pies juntos de alta escuela. A morir la estocada hasta la bola. Tan encendido salió Cayetano de la reunión que le perdió la cara al toro, que se volvió arreando. Iván García hizo el quite de la feria. Mientras moría el toro, antes de doblar, un desplante de rodillas. Rodó sin puntilla el toro. La petición de oreja fue suficiente, el palco supo esperar y medirse, cayó la oreja, la protestaron con furia en el tendido 7 y, antes de recogerla Cayetano, creció una bronca, que iba contra el palco y no contra él, y bronca sofocada por una oleada de ovaciones. Al pasar Cayetano por la zona roja, volvieron a dividirse las opiniones. Sin razón mayor. Éxito legítimo. Y tanto que no se movió de la plaza nadie. Porque se tuvo el barrunto de que Cayetano iba a salir a hombros. O sea, un acontecimiento. No pudo ser. Cayetano, con todo, mantuvo su papel protagonista. Protagonismo a su pesar, pero inevitable, porque se fue a porta gayola para esperar la salida del sexto, y libró muy bien la larga cambiada de rodillas, y a partir de ese momento fue la plaza una caldera y ya sin disidencias.

Repertorio Ordóñez

Un galleo muy garboso antes de varas, rematado con revolera y brionesa y, después del primer puyazo, el regalo sorpresa de una larga cambiada frontal, del repertorio de su señor abuelo materno -Antonio Ordóñez-, y un quite de enlace por gaoneras, verónica y una media de gitano arrebato. Solo que casi a reglón seguido se puso el toro a huir sin disimulo en busca de tablas. En tablas de rodillas abrió faena Cayetano con descaro y aplomo, pero tocó ahora buscar toro por casi toda la plaza. Muletazos sueltos bien ensayados y dibujados, la marchosería del molinete ligado con el de pecho, intentos de toreo de frente. No se trataba de poner el prismático en la técnica, sino de saborear la espontaneidad o la falta de impostura de Cayetano. A toro parado le cuesta torear. De una embestida al paso sacó un último muletazo soberbio. Y otra vez con la espada se tiró con impecable verdad.

Final no del todo feliz, pero más que airoso, que pagó a la gente. El cuarto y el quinto fueron, como el tercero, toros de buen aire. El quinto, mejor que los otros dos.

Manzanares volvió a asarlo a capotazos de doma, el toro sobrevivió a percances -varios un derribo encelado, un volatín completo, un entierro de pitones, varias claudicaciones- y sin embargo resistió. No para dejar a Manzanares estrecharse ni sentirse a gusto. Una estocada inapelable.

El cuarto, frágil, planeó. Castella abrió faena temerario con el cambiado por la espada de su firma y se templó en tres tandas bien cumplidas, acto primero de una faena mal medida y resuelta con un arrimón entre pitones que el toro no quiso ni dejó de querer.

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