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El diestro mexicano Joselito Adame entra a matar sin muleta a su segundo toro. :: efe / zipi
Percance de Espada, éxito de Adame

Percance de Espada, éxito de Adame

El uno fue cogido por el toro de la confirmación de alternativa y el otro, padrino de ceremonias, estuvo brillante con el animal que el primero no pudo torear

BARQUERITO

Domingo, 28 de mayo 2017, 13:10

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madrid. En la desigual corrida de Lola Domecq fueron mayoría los toros cornalones o descarados. Solo tres. El tercero de sorteo, sin trapío, el de más pobre presencia de toda la feria, no contó a la hora de medir los toros por sus armas. Los de artillería fueron primero, segundo y un quinto de sorteo que, por cogida de Francisco José Espada, se jugó en sexto lugar. Desigualdad anunciada por el guarismo de la edad: tres cinqueños y tres cuatreños. El toro descalificado en el recuento fue de los cuatreños.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros. Seis toros de Toros de El Torero (Lola Domecq).

  • uToreros. Joselito Adame, silencio, silencio tras aviso y oreja en el que mató por percance de Espada. Francisco José Espada, que confirmó alternativa, cogido por el toro de la confirmación. Traumatismo craneoencefálico con pérdida de conciencia durante cinco minutos. Traumatismo facial. Pronóstico reservado. Ginés Marín, silencio en los dos. Notables pares de Miguel Martín y Fernando Sánchez. Un buen quite de Manuel Izquierdo.

  • uPlaza. Madrid. 17ª de San Isidro. Veraniego, ventoso, revuelto. 17.280 almas. Dos horas de función.

No hubo más que dos toros emparentados por las formas. Los segundos de lote de Joselito Adame y Espada tuvieron en común las hechuras. Serían de reatas afines. El uno parecía el hermano mayor del otro. Le llevaba un año. Prueba fehaciente de cuánto puede cambiar el porte de un toro en diez o doce meses. Sin ser de particular buena nota, esos dos toros salvaron el honor de la ganadería. El uno, cerca de los 600 kilos, salió atacando con el motor, la gana y la alegría de los bravos. Se comía por los vuelos en el recibo el capote de Joselito Adame, no le dejó soltarse después de una pretendía media de remate, quería más, no daba tegua. Fue, luego, toro a menos, ligeramente andarín y, por tanto, pegajosito.

El hermano menor, de menos a más, pareció ya en banderillas de buen trato y, a pesar de echarse en tablas al rematar Adame una primera tanda de estatuarios abrochada con el del desdén y el de pecho, remontó sin duelo y tuvo dos virtudes: nobleza y temple al embestir por la mano izquierda. El toro de la corrida. No estaba para Adame, que tiene fama de afortunado en los sorteos, sino para Espada. Pero en la reunión sin ventaja de la estocada que iba a ser mortal, el toro de la confirmación lo revolcó y le pegó en el suelo un pisotón en la cara que lo dejó sin conocimiento. Un oportuno quite de Agustín Serrano se llevó el toro cuando Espada estaba todavía preso entre las manos. En seguida, con diligencia y orden admirables, ocho hombres de luces cargaron con Espada hasta la puerta de la enfermería.

Mala suerte para Ginés Marín

No hubo impresión de cornada, pero ver a un torero del todo inerte en manos de colegas y compañeros encoge alma y cuerpo. El toro de la confirmación, de nombre Jilguero, escarbó como un condenado, compulsivamente, se movió muchísimo pero sin terminar de fijarse ni entregarse. A su aire el toro, y al aire del toro una faena firme y segura del torero de Fuenlabrada. En el parte médico se descubrió que nacido en Leganés, que está al ladito.

El papel de la corrida era Ginés Marín. Perduraba el eco de su triunfo del jueves pasado con el toro Barberillo de Alcurrucén, dos orejas, puerta grande. Lo sacaron a saludar al romperse filas. Ginés salió lanzado a quitar capote a la espalda en el toro cornalón de la devolución de trastos que no pudo ser. Tampoco el quite: frágil, se fue el toro al suelo en el remate. Adame replicó por saltilleras sin apenas reconocimiento. La réplica fue un gesto. Solo que el toro, feísimo, no paró de bramar y solo dejó al torero de Aguascalientes lucir una de sus joyas: la habilidad.

La corrida, batida por el viento en muchos momentos, iba a terminar marcada no por la habilidad sino por el talento de Adame: su temple con la mano izquierda con el último toro, su encaje seguro, su descaro, su sentido de los terrenos y distancias, su conocimiento de los toros. Pareció que le hizo a ese último todas las cosas que podían hacérselas. Y ni una más. Solo que, antes de ir por la espada de acero, Joselito decidió, a pesar de los golpes de viento, adornarse por bernadinas. Un desarme en la segunda, pero, ¡ah, la habilidad!, todavía pudo Joselito cazar la muleta al vuelo.

La muleta para nada, porque, viendo Joselito que el toro estaba a puntito de afligirse, optó por tirar al aire la moneda y se volcó sin engaño en la mano sobre el morrillo del toro, que rodó sin puntilla pero encima de él. Lo nunca visto. Estocada a pelo, sí. Un toro muerto encima del matador, no. Una oreja de clamor popular. ¡Qué menos!

Con el segundo de lote propio, el de la salida a toda máquina, Joselito anduvo suficiente y entonces más la habilidad que el temple, más la cabeza que el corazón.

Y, en fin, Ginés Martín, más castigado que premiado en el sorteo, pues, luego de ser obligado a liquidar por derribo el toro enanito, tuvo que medirse con uno de los cinqueños y cornalones del reparto, el de más fiera traza, que, incierto de partida y desconcertada la tropa toda, se quiso ir de todo a quién sabe qué querencia. Pero medio metía la cara. El gesto inesperado de Ginés fue brindar al público y hasta intentar en los medios dominar el toro, someterlo y llevarlo toreado. Misión imposible. Por el viento, por el toro.

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