Borrar
Urdiales lidia a 'Sevillanito', el más complicado de los tres toros buenos de la corrida. ::
Faena antológica de Diego Urdiales

Faena antológica de Diego Urdiales

El torero de Arnedo, magistral, artista, valiente y poderoso sólo consiguió una oreja con un toro muy distinguido de Adolfo Martín, aunque fue faena y estocada de dos

BARQUERITO

Lunes, 6 de octubre 2014, 09:18

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

En la corrida de Adolfo Martín fueron mayoría los toros cornipasos y los vueltos, veletos o abiertos. La seriedad en la cara. El peso preciso; trapío y presencia más que sobrados. El segundo de los seis se salió por arriba del promedio. El primero, bajito y corto, de impecable remate, fue solo en el escaparate menos toro que los demás. Las mutaciones de todos los toros sin excepción fueron por sí solas un espectáculo de emoción. Un tercero incierto y aplomado y un cuarto cinqueño, amplísimo, que se acabó enterando, desdijeron de una nobleza general. La nobleza encastada.

FICHA DE LA CORRIDA

  • uToros.

  • Cinco toros de Adolfo Martín, de serias y variadas hechuras, ofensivos todos, y uno -5º bis- de Puerto de San Lorenzo, grandísimo, que solo se huyó manseando. Tres de los toros de Adolfo -1º, 2º y, sobre todo, 6º- fueron nobles y bravos, de muy buen estilo los tres. El tercero, aplomado e incierto, y el cuarto, fiero y listo, salieron dificíles.

  • uToreros.

  • Uceda Leal, silencio y pitos. Diego Urdiales, oreja tras un aviso. Serafín Marín, silencio y una oreja. Óscar Bernal picó con tiento al segundo de corrida y, en toriles, por dentro y con carácter al sobrero del Puerto. Distinguidos en brega y con los palos Víctor Hugo, Curro Robles, que hizo un gran quite a Vicente Osuna, y Antoñares. Cogido por el cuarto al prender el tercer par, Antoñares, herido de pronóstico reservado. Un puntazo en la escápula y contusiones en tórax y tibia.

  • uPlaza.

  • Madrid. 4ª de Otoño Casi lleno. Templado, soleado.

La ley de las mutaciones se aplicó al motor mismo de los tres toros de buena nota de la corrida. Los dos primeros y el último. Los tres hicieron bueno el principio de ir de menos a más, tan sello de la ganadería y del encaste. Los toros difíciles lo fueron sin disimulo. Tal vez el imponente cuarto acusara los excesos de un puyazo interminable y las dudas y renuncios de una lidia muy a la defensiva, que se acabó resolviendo como suele en esos casos: el toro, que hizo de todo un poco porque respiraba con fiereza y pegó más de un arreón, tuvo la plaza tomada, cazó como con anzuelo a Antoñares al salir del tercer par de banderillas y lo tuvo preso entre las manos hasta que Diego Urdiales acertó muy preciso y valiente a echarle al hocico la punta del capote y llevárselo casi a pulso.

No sin un susto: el piso de las Ventas, castigado por tantas funciones, está salpicado de hoyitos como trampas y en uno de ellos metió el pie y casi lo pierde Diego cuando ya estaba conjurado el peligro. El quite se subrayó con una gran ovación. Y con otra parecida un nuevo quite del propio Diego a Vicente Osuna que salió perseguido del último par y al último toro de la corrida, que fue, por cierto, el de más bondad de todos. Todo lo sencillo que puede ser un toro de Adolfo, que siempre impone condiciones. Las dos ovaciones a Urdiales repicaron de particular manera porque el torero de Arnedo había toreado de maravilla al menos sencillo o el más complicado de los tres toros buenos de la corrida: el segundo, Sevillanito.

La bondad de ese toro hubo que buscarla y encontrarla como un filón escondido. Costó: el toro había claudicado bajo el peto y renqueado antes de banderillas. Lidia excelente de Víctor Hugo que sostuvo al toro, y una técnica fría y refinada de Urdiales para, en el tercio primero y en los medios enseguida y después, templar la voluntad del toro, asentarlo, engañarlo y desengañarlo, consentirle mucho, enganchar y tocar con una suavidad fantástica: «ir haciendo el toro», dicen los toreros.

Sentido del toreo

Y con el toro hacer una faena modélica por su rigor, su serenidad, su firmeza y su rico sentido del toreo. Las pausas entre tandas, la delicadeza en ataques y remates, el ritmo bien conjugado, tandas de cuatro y el remate, y siempre un tercer muletazo de tanda sensacional. Tres tandas muy de admirar con la derecha y, en la cuarta, una con la izquierda tan a cámara lenta que se oyó en las Ventas el runrún de las faenas cumbre.

Esta lo fue. Con un encanto singular de torero casi posado pese a que el toro, noble sí pero, no era de los de olvidarse del cuerpo. Alma tuvo la faena y una pega también. Diego se tomó un tiempo al cambiar de espada y le costó un mundo cuadrar al toro, sonó un aviso antes de entrar a matar -y para cobrar una estocada en el hoyo de las agujas- y ese avisito inoportuno se comió la que habría sido tan a ley una segunda oreja. Las dos merecían tanto afán.

Luego, no acompañó la fortuna, pues el quinto de Adolfo, que salió de bravo, se lastimó al arrancarse contra un burladero y frenarse con violencia, y quedó tullido. Un monumental sobrero de Puerto de San Lorenzo, cinco años, 600 kilos, mole inmensa, no hizo más que huirse. También a este sobrero lo mató Diego por derecho y por arriba. Y tuvo el lógico reconocimiento. Una tarde dichosa. Solo que pudo haberlo sido todavía más. La sorpresa confirmada: en su decimoquinto año de alternativa, Diego, mejor que nunca, se ha encumbrado.

Diego tuvo, además, la virtud de protagonizar y calentar la corrida tanto como los toros de Adolfo y su personalidad. Tanto si no más. Para Serafín, castigado en el sorteo con el difícil tercero pero compensado con las calidades y el son del sexto, fue estímulo indisimulable la maestría exhibida por Urdiales.

Faena con corazón

El estímulo se tradujo en una faena de mucho corazón, animosa, de irregulares logros pero toda en continuo, aparatosa a veces, dominadora otras, y a ratos por libre también. No siempre vino metido el toro en el engaño. Valiente el torero de Moncada, que superó sin problemas una cogida de las de salir volando porque el toro lo sorprendió fuera de cacho, y ahí no se perdonan los errores. La estocada fue excelente. La que tumbó al tercero, aún mejor.

En tarde de tan notables estocadas -las dos de Diego, las dos de Marín- estuvo en segundo plano el rey de espadas del escalafón: Uceda Leal. Ni al primero, que por falta de fuerzas empujó más con el cuello que con los riñones pero sin dejar de embestir, ni al cuarto, que le trajo por la calle de la amargura, acertó a tundirlos con su pericia de maestro. Monocorde, segura y en un ladrillo la faena al primero. Un intento sin fe de castigo y aliño con el cuarto, que era de reata segura: Madroño.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios