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La actriz Elena Anaya.
Elena Anaya, engañosa fragilidad

Elena Anaya, engañosa fragilidad

Trabajó a fondo para encarnar a Lupe, atormentada por la culpa, encerrada en su casa, agorafóbica desde que un accidente, del que se culpa, le arrebató la vida no de su hermano, sino de su alma gemela

pablo pazos

Miércoles, 28 de enero 2015, 20:44

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En pocas películas como "Todos están muertos" explota tan hábilmente Elena Anaya su engañosa fragilidad, construida a partir de un físico que le da una apariencia falsamente vulnerable. Nada que ver con lo que se oculta bajo la piel que la palentina (1975) habitó para Almodóvar cuando ganó su primer y único Goya: una mujer fuerte y determinada, apasionada de su profesión, como deja clara la preparación para el papel que le ha granjeado su cuarta candidatura a los premios del cine nacional.

Anaya trabajó a fondo para encarnar a Lupe, atormentada por la culpa, encerrada en su casa, agorafóbica desde que un accidente, del que se culpa, le arrebató la vida no de su hermano, sino de su alma gemela. Otrora estrella del pop, incapaz ahora de valerse por sí misma, no digamos ya de educar a su hijo, a quien cría su propia madre. La actriz investigó sobre la enfermedad para descubrir qué se siente cuando no se puede poner un solo pie fuera de la concha protectora del hogar y volcó en la pantalla, a partes iguales, intensidad y veracidad, ingeniería emocional sutil para hacer creíble un personaje tan extremo.

A pesar de su juventud, en este 2015 cumple veinte años desde que debutó ante una cámara (en el cortometraje "Adiós Naboelk"), dos décadas en las que ha construido una carrera sin apenas altibajos. En la que pronto ("Familia", 1996) demostró su potencial a las órdenes de Fernando León de Aranoa. Con el cambio de siglo llegaría el papel que la daría a conocer al gran público y la pondría en el mapa: el de Belén en "Lucía y el sexo" (2001). Un rol con el que ya demostró que no le importaba exponer su cuerpo en la pantalla, como quedaría refrendado más adelante.

Candidata por primera vez al Goya como actriz de reparto por su trabajo en el controvertido filme de Julio Medem, encadenó trabajos con cineastas como Agustín Díaz Yanes ("Sin noticias de Dios") y Almodóvar ("Hable con ella"), consolidando un despegue que poco después amplió los horizontes de su carrera: aunque en un rol minúsculo, se dejó ver como seductora vampiresa en "Van Helsing" (2004), protagonizada por Hugh Jackman. Una llamada, quizás tímida, a las puertas de Hollywood.

La carrera internacional de Anaya, sin embargo, no le ha reportado grandes alegrías. "Dead fish" y "Savage grace" son ejemplos de proyectos que no acabaron de consolidar su perfil fuera de nuestras fronteras, intercalados con su transformación en Angélica de Alquézar en la ambiciosa producción nacional "Alatriste". De vuelta a casa, de donde nunca llegó a irse, reencontró sus mejores sensaciones. La presente década la abre con otra cinta polémica y de alto voltaje sexual, "Habitación en Roma" (2010), que la sitúa de nuevo en la senda de los Goya.

Preludio del reconocimiento definitivo que le reportó su regreso a la factoría Almodóvar, "La piel que habito": un duelo interpreativo de altísimo nivel con Antonio Banderas que finalmente, en 2102, puso en sus manos el ansiado "cabezón". La palentina decidió, tras este intenso papel, tomarse un respiro y seleccionar con mimo sus siguientes proyectos. Filmes como "Todos están muertos", de Beatriz Sanchís, donde vuelve a cautivar al espectador con su aparente fragilidad y, por encima de todo, su innegable talento.

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