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José Luis de Vicente, director de Sónar+D. SÓNAR
«Vernos a merced de fuerzas que no controlamos es la distopía digital»

«Vernos a merced de fuerzas que no controlamos es la distopía digital»

José Luis de Vicente - Director de Sónar+D ·

Alerta sobre el cambio radical de internet y señala a los artistas como buscadores de nuevas herramientas y espacios alternativos

doménico chiappe

Martes, 1 de mayo 2018, 02:02

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Cada verano se reúnen más de cien mil personas en una fiesta de música electrónica y popular en el Sónar de Barcelona, que ya cumple 25 años. En sus predios, además de música y baile, también se celebran jornadas de pensamiento e ideas alrededor de las vanguardias, el arte y la tecnología. El responsable de la programación, José Luis de Vicente, también investigador de centros como Medialab y comisario de exposiciones como 'Máquinas y almas' en el Museo Reina Sofía, explica que ese espacio de debate reúne a una generación de creadores que no podían definirse a sí mismos. Que no encajaban en la definición pura de artistas o investigadores o emprendedores. Que ejercían los tres oficios a la vez.

«Las mismas personas cambiándose de sombrero», dice De Vicente. «Lo que una vez fue altamente experimental y especulativo ahora es una gran industria que está en los bolsillos de la gente con los móviles». Considerada como una parte fundamental de la innovación, la creatividad y quienes la ejercen trabajan ahora con algunas de las grandes empresas tecnológicas y centros de investigación del mundo. «Esa gente que actúa como motor de innovación es la que anteriormente hubiéramos llamado artista».

-¿Cuál es el papel de los artistas en este ecosistema de innovación?

-Son los que determinan el imaginario que le da sentido una tecnología. Si vas al Mobile Word Congress puedes ver cientos de aplicaciones de realidad virtual, pero que se conviertan en una tecnología cotidiana o no, depende de lo que la comunidad de creadores decida hacer con ellas y sea capaz de lograr. Aportan algo distinto a los científicos: la capacidad de situarnos a nosotros, nuestra experiencia y percepción del mundo como un elemento dentro de esa tecnología.

-En este trabajo artístico dentro de las corporaciones existe una disolución de la autoría, que siempre han reivindicado tanto los autores como los artistas. ¿Es esa renuncia a la propiedad de la obra una característica de esos creadores?

-El modelo de crear objetos sagrados, finitos, con una aureola que se cuelgan de paredes en espacio especiales y que gente con dinero compran para proteger como objetos preciosos, ya no vale para todos. Hay artistas tecnológicos para los que el código informático es su materia prima, son creadores de herramientas, que tienen sentido más allá de su práctica personal. Licencian el uso de esas obras y las comunidades en internet que se las apropian, amplían, ajustan a otros usos. También nuevos museos, por decirlo de alguna manera, en lo que los artistas tienen como espacio de difusión el App Store, donde colocan obras que acaban en el bolsillo de millones de personas, y la pantalla del móvil es su espacio de exhibición y de relación. A medida que avanza el siglo habrá más modelos y cada creador se forjará su propia metodología para sustentar su práctica u oficio.

-En un entorno de artes líquidas, sin fronteras, ¿la cultura digital ha logrado evolucionar al compás del avance tecnológico? O va un paso atrás, según las áreas o las instituciones. No sólo en cuanto a la tecnología que desarrollan sino al análisis del impacto que las tecnologías tienen en los usuarios.

-Yo creo que las que van por detrás son las instituciones. El problema es que tampoco sabemos de qué hablamos exactamente cuando decimos 'cultura digital'. ¿Lo que las comunidades de creadores desarrollan como nuevos códigos y lenguajes a partir de la disponibilidad de nuevas herramientas (que es el código también)? ¿O cómo nos cambia la forma de relacionarnos y contar historias sobre nosotros. Hay muchas tensiones por intentar imponer un discurso único.

-Si el territorio de la cultura digital es internet, ¿cómo afecta el cambio de paradigma que ha sufrido este espacio virtual y que ahora presenciamos con el enorme poder de Facebook o Google?

-Un cuarto de siglo después de aparecer el primer navegador, la arquitectura de internet se encuentra ahora en un momento de crisis. Si bien hace cinco años la sociedad había asumido que la innovación tecnológica era necesariamente beneficiosa, y era inútil oponerse porque traía el modelo de una nueva sociedad, ahora estamos viendo que determinados agentes pueden tener también intenciones ocultas no confesas, que se pueden usar para generar tensión y conflictividad social. Se empieza a asumir que el modelo económico de internet, de pagar con los datos personales, empieza a agotarse.

-La explosión de la utopía digital puede marcarse cuando las empresas grandes comenzaron a tragarse a las pequeñas. ¿Qué queda de la utopía y que hay de distopía? ¿Vivimos en el mundo pronosticado en Black Mirror?

-El internet en el que se forjaron las utopías y el internet de hoy son dos espacios tan radicalmente distintos que no estoy seguro de que los podamos seguir definiendo con el mismo nombre. Distópico es vernos a merced de fuerzas que no controlamos y que hasta cierto punto son invisibles. En la narrativa mediática parecen todopoderosas: capaces de ganar elecciones y saber lo que hacemos. Mientras que de la utopía digital quedan algunas ideas que hemos interiorizado, como los modos de relación y lazos por encima de fronteras, idiomas e identidades. A pesar de todo ese sueño no se ha desvanecido y hay nuevas tecnologías, como blockchain, que quiere recuperar la idea de descentralización radical. Ahora se plantea cómo recuperar aquellos valores iniciales.

-Parte de esta utopía era la libertad y surgen los modelos económicos de internet gracias a la laxitud legal. Nos encontramos con la paradoja de que los que desean volver a ese espacio libre claman por una legislación que proteja la intimidad y los derechos individuales.

-Algunas comunidades artísticas generan modelos alternativos y actúan como conciencia. Han sido las más denuncian que hay grandes intereses que se resisten a la posibilidad de regular y legislar las interacciones y que dudan que esos agentes, amparados de su aureola de grandes transformadores sociales, sean beneficiosos. Los artistas deben generar voces críticas y mundos paralelos. Imaginar otros futuros posibles y transitar hacia esos escenarios alternativos. Es difícil ejecutar aquello que ni siquiera se ha concebido.

-¿Qué barreras existen para que la tecnología alternativa se popularice, para que su público no sea especializado, sino escolarizado con estas vanguardias?

-Hay que ver qué batallas hemos ganado y cuáles hay que seguir luchando. Perdimos la guerra de Facebook pero ganamos la de Wikipedia, una herramienta compartida por cientos de millones de usuarios de todo el mundo, sin incentivo económico, sin control central, asumida de manera completamente natural. Es un éxito por su popularización. Nosotros en Sónar somos un laboratorio. Ésa es nuestra misión.

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